Las cloacas del fascismo
Desde hace unos años a esta parte, el cine de los Estados Unidos comienza a despertar de una larga y sombría modorra: la sorda pesadilla del conformismo, el adocenamiento y la docilidad en que ha estado metido, y en buena parte sigue metido, durante un tiempo que le ha hecho perder parte de su portentosa identidad, ganada durante más de medio siglo a golpe de ingenio y de genio. Y así recupera los ecos de su voz perdida, una voz que, en todos los momentos de plenitud, siempre estuvo embarcada en los griteríos de la libertad. Caja de música es uno de esos filmes que devuelven poco a poco a Hollywood al camino, perdido en un punto impreciso de los años cincuenta, del compromiso de la imaginación con el empeño del arte en hacer más vivible la vida.Hay una paradoja -bastante frecuente en el cine de hoy, tanto vista al derecho como al revés- dentro de Caja de música: se apoya este filme en un guión tan perfecto y tan noble que ésa su perfección y nobleza aplastan a la dirección y ésta cae devorada por ellas, en un exceso de dependencia de la película filmada respecto de la película escrita, de tal manera que aquélla no remonta el vuelo por encima de ésta. Costa Gavras se convierte así en un fiel y doméstico traductor a imágenes del guión de Esterhas, sin lograr que el discurso visual logre alcanzar plena autonomía sobre el discurso escrito.
Caja de música
Dirección: Costa Gavras. Guión: Joe Esterhas. Estados Unidos, 1989. Intérpretes: Jessica Lange, Armin Mueller-Stahl, Frederic Forrest. Estreno en Madrid: Coliseum, La Vaguada.
Y el filme, que podía y que está a punto de ser magistral, se queda en proyecto de tal, en muñón de sí mismo, sin penetrar más allá del umbral de esa maestría buscada. Es profundo, abrupto y delicado, pero se percibe en la pantalla que podía haber sido más, mucho más de lo que es. Su belleza, aun siendo evidente, deja detrás de sí un rastro indefinible de sabor a poco y otro de añoranza de algo más que sólo llega a existir en él de manera larvada. Visualizado con pericia, pero a ras de suelo, Caja de música carece de ese toque de grandeza metafórica que convierte a un indiscutible buen filme en una indiscutible obra de arte.
Diálogo de rostros
La mejor virtud del trabajo de Costa Gavras detrás de la cámara de Caja de música está en su excelente labor en la dirección de los actores. Hay buena dirección de actores porque, por encima de la gran calidad individual que deja ver el quehacer de cada uno de ellos, existe unidad en el conjunto del reparto y coherencia en el acoplamiento -nada fácil- de los diferentes sistemas interpretativos empleados por cada uno de los actores, que, procedentes de muy diferentes escuelas, actúan no obstante sobre registros perfectamente acoplados recíprocamente.Esto se percibe sobre todo en el largo diálogo, casi un idilio -casto, indirecto, salvo algún asomo de crispada explicitud en la escena final de ambos- entre hija y padre, maravillosamente interpretados por Jessica Lange y Armin Mueller-Stahl, que bordan una de las más complejas historias de amor y de desamor que se han visto en el cine reciente, más allá del territorio del sexo, en la incapturable zona intermedia que se extiende, sin fronteras precisas, entre lo sagrado y lo demoniaco. Y todo esto sin incurrir en ningún exceso de mostración, en un filme donde casi todo es susurrado y está inundado por la elegancia que en cine adquiere lo que no se ve, cuando procede de la energía escondida de las evidencias.
Es Caja de música un filme lírico, una conmovedora historia de amor casto en la que la fatalidad se entromete en forma de una evocación no convocada del horror germinal de nuestro tiempo, el horror del fascismo, sobre cuyas cloacas vivimos hoy con suicida tranquilidad. Filmes como éste nos preparan para reconocer el infierno nazi cuando éste asoma -y lo hace cada día con mayor osadía- sobre el asfalto contemporáneo. Obra radical, tanto en sentido político como dramático, es éste un filme ejemplar dentro de la marcha del cine estadounidense en busca de las raíces de su vieja identidad con las luchas -siempre pocas, siempre insuficientes- por la libertad y el honor humanos.
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