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Tribuna:ANTE EL PLEBISCITO DE 1991
Tribuna
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Puerto Rico, el trilema

Ser español en América no es tarea -fácil. La maldición holandesa, inspirada en la imaginación de un andaluz locuaz, nos sigue persiguiendo. Los sajones, por supuesto, abanican los carbones. Las guerras de independencia han sido esquematizadas: todos los republicanos, buenos; todos los españoles, malos. Y lo peor es que parece un conflicto de ayer. En algunos países, como México, el grito de Dolores incluye raspar a un español.Hay que esconderse hasta que pasen los rigores del alcohol y el patriotismo. Es peligroso salir a la calle exhibiendo cachetes rosados y ces ceceantes. Hasta los hijos de los gachupines se suman al motín. Y es que nuestro destino ha sido engendrar criollos rebeldes. Pero en Puerto Rico no es así. Es la única tierra americana donde ser español viste y honra. Los puertorriqueños han hecho unesfuerzo heroico, por más de 90 años, para mantener su identidad hispánica, de la que se sienten orgullosos.

La agresión cultural norteamericana ha sido brutal. Trataron de borrar todo lo que fuera español, incluyendo el Id1 oma. Sería muy larga de relatar esta guerra de un pigmeo contra un gigante. Pero un pigmeo que no se ha doblegado y, en una conspiración prolongada y heroica, ha salido victorioso. Aunque con no pocas magulladuras.

Ahora, una vez más, y en nombre de los derechos humanos, los norteamericanos han accedido a un plebiscito, a celebrarse en 199 1, en el cual decidirán su situación: Estado libre asociado (ahora quieren llamarlo Republica libre asociada), estadidad o independencia. Esas tres opciones están representadas por los partidos Popular Democrático -actualmente, ejerciendo el poder-, el Nuevo Progresista y el Independentista.

Esquematismos

Se trata de un plebiscito que tiene por fin mostrar al mundo que Puerto Rico no es una colonia, como dicen los ñángaras. Pero las arremetidas permanentes del mundo socialista obligan a llevar a cabo esta prueba, de resultado i anticipable. Algo conozco a nuestros parientes puertorriqueños. Es más, los conozco y los quiero. Recientemente estuve en Borinquen, donde he renovado mi amor por esa adorable tierra, donde las mujeres cantan al hablar.

Vamos nosotros también a esquematizar. Sólo así podremos entendernos en breves líneas. Los puertorriqueños son como los franceses: tienen el corazón (la independencia) en la izquier da, pero la cartera en la derecha. Quieren románticamente la inde pendencia, pero votan todos, me nos un 7% u 8%, por el Estado libre asociado, genial y rentable idea de Luis Muñoz Marín, o la estadidad. Saben que la indepen dencia los llevaría al desastre. Más de tres millones de habitantes en 8.000 kilómetros cuadra dos, sin otro recurso que unas playas1 de segunda. En las gue rras americanas del siglo XIX se gritaba "¡independencia o muerte!". Ahora, para los portorros, el grito sería "¡Independencia y i muerte!". La derecha -por llamarla de alguna manera- quiere la estadidad. Ser una estrella más en la gloriosa bandera. Consideran, y no les falta razón, que han contribuido con su sangre a mantener el ideal americano. En las dos guerras mundiales, en Corea y en Vietnam, decenas de miles de puertorriqueños dejaron el pellejo.

Total, trilema sin solución. Querer y no poder. Ser y no poder ser. Pero los puertorriqueños son inteligentes y sensibles, sin dejar de ser pragmáticos. Es muy posible que logren el equilibrio que exige su frontera cultural. Conservar algo de su identidad sin perder el bienestar y calidad de vida de que disfrutan. Tienen justicia, pan y libertad. Los norteamericanos, hoy, los repetan y los tratan de igual a casi igual. Tal vez lo que más les convenga es seguir como están. La verdad es que los sobresaltos que se perciben en el Sur no permiten mayores entusiasmos.

J. M. Ortega es licenciado venezolano.

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