La cuestión alemana, una opinión israelí
Las relaciones entre Bonn y Tel Aviv son excelentes, según el autor, incluso con la pervivencia de las sombras del pasado. Ahora, con la eventual unificación alemana, el problema se plantea de nuevo ante la negativa de la RDA a reconocer su responsabilidad en el holocausto, mientras las reticencias siguen vivas por el apoyo político y militar alemán oriental a regímenes árabes radicales.
El desmantelamiento en curso del régimen comunista ortodoxo en la República Democrática Alemana se está siguiendo con tanta esperanza y simpatía en Israel como en otras democracias occidentales. Hasta ahora, Israel no tiene relaciones diplomáticas con ese país ni existen otros contactos significativos entre ambos. Al mismo tiempo, los lazos entre Israel y la República Federal de Alemania son bastante estrechos, a pesar de -o quizá debido a- los recuerdos dolorosos de tiempos recientes. Ya con Adenauer, la RFA reconoció la pesada carga de responsabilidad moral que el lamentable pasado había colocado sobre la conciencia del pueblo alemán, en cuyo nombre se habían cometido indecibles atrocidades respecto al pueblo judío.Hasta nuestros propios días siguen omnipresentes en las nuevas relaciones germano-israelíes las sombras de lo que ocurrió, mientras que, al mismo tiempo, las personas de buena voluntad en ambos lados se esfuerzan en el difícil proceso de la reconciliación. Hasta hace muy poco, tal proceso ni siquiera ha comenzado entre Israel y la RDA. El Estado alemán oriental no se ha considerado responsable del pasado alemán común, sino una nación antifascista liberada del régimen nazi por el Ejército Rojo. En la RDA se practicó desde sus mismos comienzos una política antiisraelí con el característico fervor y minuciosidad germanos, superando incluso a la URSS anterior a Gorbachov y otros países hermanos. Más aún, suministraron armas a los regímenes árabes más radicales. La rama externa de la infame policía de seguridad, STASI, no sólo mantuvo campos de adiestramiento para innumerables terroristas de Oriente Próximo, sino que también organizó, adiestró y supervisó, por ejemplo, a las fuerzas de seguridad del coronel Gaddafi. Ante tales circunstancias no podía ni plantearse un acercamiento entre Israel y la RDA. Y cuando hace un año el régimen de Honecker -interesado quizá en mejorar su imagen internacional, especialmente ante la gran comunidad judía norteamericana- indicó que unas relaciones distintas con Israel podrían ser bien acogidas, se le rechazó con toda educación, dado que el mensaje de la RDA no incluía ninguna mención de la deuda moral no satisfecha.
Todo esto puede fácilmente cambiar pronto, si la situación interna en la RDA, que de momento es inescrutable, madura en una dirección positiva y se comporta de forma responsable tanto en el interior como en el exterior, no sólo de palabra, sino de obra. La aceptación por parte de la RDA del hecho de que no carece de orígenes, sino que procede de las cenizas del III Reich y que, por tanto, comparte con la RFA, y no en menor grado que ella, el terrible pasado, es probable que afecte a la reticencia de Israel a establecer lazos con el segundo Estado alemán, y a eso seguirán probablemente relaciones diplomáticas. No es simplemente una cuestión de compensación material para los supervivientes y sus propiedades. Es principalmente una cuestión de rectitud moral ineludible.
Ante la unificación
Otro tema completamente distinto es el de la actitud de Israel ante la no tan teórica perspectiva de una reunificación alemana bajo cualquier forma. Básicamente, los sentimientos aquí no son tan distintos de los de otros países cuyos pueblos tuvieron que padecer la furia desatada del poderío y la supremacía alemanas.
Los alemanes de ambos lados del telón de acero probablemente se sientan perplejos por la falta de entusiasmo universal ante las perspectivas de la reaparición de un poderoso Estado alemán único. Esto puede que sea irracional -y probablemente lo es-, pero es un reflejo natural prácticamente en todas partes, y más aún aquí, en Jerusalén. Las heridas del holocausto cicatrizan lentamente, si es que llegan a cicatrizar, y la idea de una Alemania reconstituida evoca el amargo pasado más vívidamente que si permanece dividida. Después de todo, no fue un estadista judío el que dijo hace algún tiempo que amaba tanto a Alemania que le gustaría que hubiera dos.
Hasta aquí la actitud emocional en este momento del hombre de la calle aquí. Pero los israelíes también saben que la historia tiene sus caminos peculiares y que no seguirá siempre castigando a los hijos y a los nietos por lo que tantos padres y abuelos hicieron al servicio del régimen más criminal que el mundo haya visto. Parece que la opinión israelí más racional será bastante similar a la de los vecinos de Alemania que siguen no sólo con escepticismo, sino también con esperanza la evolución del sentir popular en ambas Alemanias estos días.
Es un hecho que el estado emocional mental en ambos Estados alemanes no está completamente libre de peligros. La ultraderecha está creciendo, y eslóganes con auténticas reminiscencias nazis se están volviendo sonoros. Su verdadera fuerza y significado relativo deberían revelarse durante la inminente campaña electoral en la RFA, y también siguiendo las progresivas convulsiones de la atormentada RDA.
Sería una bendición para ambos Estados alemanes si el lenguaje juicioso y valiente utilizado y predicado por el presidente Von Weizsäcker sirviera de inspiración a la actitud de ambos países. No se les puede dar notas tan altas a todos los portavoces de la RFA.
Además, rara vez en la vida de nuestro planeta han afectado tan profundamente los acontecimientos traumáticos en un solo punto a los destinos de todos sus habitantes. El tema alemán, por muy fascinante y urgente que parezca, tendrá una influencia decisiva en nuestro futuro común muy inferior al de la agitación en lo que sólo ayer era el monolito soviético y su periferia en proceso de desmoronamiento. La evolución ahí, unida a la fe de Mijail Gorbachov, como símbolo de un cambio radical, afectará a Europa en primer lugar, pero no sólo a ella.
Las prometedoras perspectivas de 1992, que ya no son asunto de los doce tan sólo, puede que deban ser evaluadas de nuevo y reajustadas, principalmente porque los cambios en Alemania y en Europa oriental deberían encontrar su acomodo solamente en sus lazos con la Comunidad Europea. También hay que reexaminar como corresponde las estructuras de defensa a ambos lados de la línea divisoria todavía existente y que no va a desaparecer mañana. Por tanto, mucho depende de la evolución en la URSS, donde las explosiones nacionalistas han conseguido superar en sus aspectos fatalmente trágicos incluso al drama de la economía en desintegración. Las consecuencias de todo esto en la Unión Soviética determinarán sin duda, entre otras cosas, el ritmo y la dirección, y por supuesto el destino, del proceso de acercamiento entre los dos Estados alemanes.
La actitud de los judíos en todas partes y del Estado judío ante estos problemas trascendentales no será muy distinta a las reacciones en todas partes. Los judíos pueden ser campeones en el ejercicio del pesimismo contemporáneo, pero para sobrevivir adoptan un optimismo cauto ante el panorama que les aguarda. Por tanto, visto desde aquí, no se debería excluir que las cosas evolucionen positivamente para los alemanes, sus vecinos y las gentes sobrecargadas de tristes recuerdos. Con seguridad, la experiencia no es patrimonio exclusivo de los últimos. Hay una serie de fuerzas positivas en la Alemania de la posguerra, incluso en la RDA, que han aprendido demasiado bien las amargas lecciones del pasado.
En conclusión, si a pesar de todo parece que la preocupación en Jerusalén por la incertidumbre de la evolución alemana es un poco más pronunciada que en otras partes, sólo se puede explicar por el hecho de que los recuerdos aquí están más frescos. La historia les ofrece grandes motivos para ello.
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