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Entrevista:

Caro Baroja: "Los nacionalismos vasco y catalán se fundamentan en textos de segundo orden"

El antropólogo dicta en Madrid un curso sobre las falsificaciones de la historia

Julio Caro Baroja (Madrid, 1914), antropólogo, historiador y lingüista, dicta desde el pasado día 21 hasta el 14 de marzo próximo un curso sobre Las falsificaciones en la historia. Las conferencias se celebran cada martes en la, Biblioteca Nacional de Madrid. Personaje crítico con la realidad y con las ideas, Caro piensa que en la reciente historia de España también existen falsificaciones, y afirma que "los nacionalismos vasco y catalán se fundamentan en textos de segundo orden".

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Un elefante y una mosca

Julio Caro Baroja está en su despacho de Madrid dibujando con rotuladores de colores. La luz entra por una ventana que da sobre el parque del Retiro. Hay en el aire un cierto tono monacal, desmentido únicamente por la presencia civil del profesor. "Estaba", dice, "entreteniéndome. Algunos dirán que estos dibujos son tonterías de viejo, pero resultan muy útiles cuando uno está un poco decaído..."Pregunta. En la moderna organización del Estado español, el Estado de las autonomías, ¿puede pensarse que exista algún elemento falsificador?

Respuesta. En principio hubo un criterio que no es tan idealista ni tan correcto como muchos dicen. Es evidente que los nacionalismos catalán y vasco arrancan de textos que son de segundo orden. Es decir, que el catecismo catalán de Prat de la Riba o los programas y las pinturas que hace Sabino Arana de su país y del prójimo son una verdadera desgracia. Sin embargo, dice todo el mundo: "Es que yo soy más sabiniano que nadie". Pues mire usted, peor para usted. Lo siento por usted, lo siento mucho. Puede usted ser vasco, tener sentido autonómico. Pero que me digan que las necedades que dijo Sabino Arana son algo importante, no lo puedo creer. Y el catecismo catalán es lo mismo. ¿Cómo se puede tener, con tan pocos motivos, un orgullo y una soberbia tal y un desprecio tal por el prójimo? Sobre esto no se puede hacer nada. Rectificar, cambiar, ser otra cosa, me parece muy bien, adelante. Como si lo dicen los extremeños o los murcianos. Pero esa especie de base de sustrato que algunos reclaman... Se debieran eliminar y proclamar que se habían eliminado, porque eso no puede conducir más que a un concepto interno de guerra civil constante.

P. ¿La falsificación se produce por una mala interpretación de lo que es descentralización?

R. Ni los autonomistas, que para mí algunos tienen poca talla, ni los centralistas, que tampoco la tienen, estudian el problema de para qué es mejor la autonomía y para qué la centralización. Yo no digo centralismo político, pero un criterio de centralismo de tipo técnico hay que tenerlo. Hoy no podemos volver a la vara de Ávila y al celemín de Sigüenza porque sean muy autónomos; hay que ir al sistema métrico decimal o a un sistema supranacional. En muchas otras cosas también: no bastan la nación y la frontera, hay que romper los servicios de muchas clases: desde el ferrocarril hasta la universidad. El criterio de lo nuestro ya no es un criterio válido. Sin embargo, a los políticos esto no les importa.

Opulencia

P. En el nacimiento de los nacionalismos vasco y catalán, ¿qué importancia tuvo la relativa opulencia de esas regiones en el final del siglo XIX?

R. Hay un hecho circunstancial que fue el fundamento del nacionalismo vasco, que luego se ha querido considerar como esencial y hoy ya no lo es. Al final del siglo pasado, cuando España como Estado era decadente (pérdida de las colonias), se decía: "España no tiene pulso". Bueno, muy bien, no tiene pulso, pero en España hay grandes figuras que son españolas, que no son vascos ni catalanes ni de otras tierras. Esa especie de herencia cultural estupenda que tiene la España del final del siglo (Galdós, Menéndez Pelayo, Ramón y Cajal y luego la generación del 98), ésos parece que no cuentan en la política. Ahora hay que contar la riqueza que hay en Bilbao o en Barcelona circunstancialmente. Pero claro, Bilbao ya no es el del año 20. Y Barcelona, pues tampoco lo es. Si todos estamos en un nivel, no vamos a sacar grandezas del tiempo de la rana, para volver a decir: "Es que nosotros...". Además, todo eso en boca de unos pobres burgueses chabacanos sin la menor espiritualidad.

P. ¿La ideología es también una forma de falsificación?

R. Por lo menos es la exageración de una nota que se da como fundamental en detrimento de otras que se quieren eliminar o se posponen, y claro, ahora estamos viendo cómo la fe religiosa, que ha sido un guía del mundo durante siglos, se ha quedado pálida y desvaída, y nos encontramos también con otras fes mucho más modernas que no es que se hayan derrumbado pero han dado un resultado que no se podía esperar. La caída de todo el sistema marxista... Yo no he sido nunca un creyente de que la revolución, el marxismo-leninismo y Stalin eran una receta última y mejor, pero un desmoronamiento tan irracional no lo entiendo.

P. ¿El lenguaje no es ya una garantía de no objetividad?

R. Cuanto más viejo soy, más me pasa lo contrario que a los estilistas y a los poetas. Para un poeta la palabra es como una joya que se realza. Consideran su calidad como algo indudable. Un poeta como Mallarmé tiene una fe en la belleza y la exactitud de la palabra que produce unos resultados que son muy admirables. Pero un hombre con tendencia al puro razonamiento cada vez que tiene que emplear una palabra se lleva un susto. En esa obra hice alusión a la admiración que siento por Demócrito cuando dice que la palabra es la sombra de las cosas y según qué cantidad de luz hay da una dimensión o da otra.

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