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Entrevista:

El arrepentimiento según Laín

Vuelve a aparecer 'Descargo de conciencia', las memorias de su relación con la historia española

Juan Cruz

Pedro Laín Entralgo, un turolense saludable y activísimo que no ha dejado de dar guerra en este país en todos los períodos históricos que le ha tocado vivir, acaba de celebrar su 822 cumpleaños con un libro en las manos: su propia ceremonia del arrepentimiento. Se trata de un volumen que Barral publicó en 1976 y cuyo título, Descargo de conciencia, hizo fortuna en aquella atmósfera de la transición. Ahora, 14 años más tarde, Alianza Editorial lo vuelve a publicar intacto. Paralelamente, el Círculo de Lectores anuncia para mañana un homenaje a su figura.

En el acto de mañana del Círculo el propio Laín hablará justamente sobre La revisión de uno mismo para presentar su volumen, editado por el Círculo, Hacia la recta final. Revisión de una vida intelectual. En definitiva, otro descargo de conciencia.Laín ocupó cargos, como el de rector de la universidad de Madrid, y renunció a ellos, y se adscribió en el primer tiempo a las tesis que sustentaron el desarrollo político de la dictadura de Franco. Después lo abandonó todo y se convirtió en el liberal que ha sido, en la línea de Dionisio Ridruejo o Antonio Tovar. En esta entrevista, el ex director de la Real Academia Española describe su lectura actual de aquella ceremonia del arrepentimiento que fue Descargo de conciencia.

Pregunta. ¿Qué es el arrepentimiento?

Respuesta. Hay que hacer unan precisión semántica: en su sentido fuerte, arrepentimiento es la ruptura con acontecimientos personales que supongan una infracción de principios morales. Uno puede y debe arrepentirse de haber robado, y en ese sentido la palabra arrepentimiento es muy, fuerte. En aspectos de mi vida me he equivocado, pero tengo la tranquilidad de conciencia de pensar y sentir que aquello que revisa como equivocado no fue una infracción de principios morales.

P. ¿Qué equivocaciones hubo?

R. Cometí la equivocación de pensar, ingenua pero honestamente, que pueden unirse dos supremas constantes de la mente humana: la exigencia de justicia social y la fidelidad a la historia del país al que uno pertenece. Como utopía esto quiso ser el fascismo en los años treinta y ése fue el nervio de mi adscripción al movimiento político que en España lo representaba. Pronto vi que esa doble aspiración no podía ser realizada a través de un partido único. Responder a esa exigencia, que nunca podrá ser absolutamente bien resuelta, sólo puede ser lograda a través de la democracia pluralista. Y el cambio fundamental en mi manera de entender la vida pública consistió tanto en descubrir ese elemental mediterráneo de la vida política como la vigencia social y política de la libertad. Desde que formalmente, con mi conducta, di expresión a esa revisión de algunos años de mi vida, constantemente he proclamado los principios a que me he referido y he tratado de servir a ellos fuera de todo movimiento político concreto.

P. ¿Cómo acepta la sociedad española el arrepentimiento?

R. Lo suele aceptar bien cuando se produce como una afirmación de lo que ella era, y por tanto de una negación de la fracción adversaria. Así, valga este ejemplo, acogió la derecha española al arrepentido reformista radical que fue: Ramiro de Maeztu. Los ejemplos podrían aumentarse fácilmente. En cambio, acepta mal el cambio de actitud que supone una voluntad de superación de la fracción a que el que cambia había pertenecido y la que aparente o visiblemente adopta luego.

P. Y su propio arrepentimiento, ¿cómo ha sido tomado?

R. Creo que todas las personas que yo he considerado decentes desde el punto de vista intelectual, ético y estético han tenido frente a mí una actitud de aceptación y, en muchos casos, de estima. Del mismo modo, por el lado contrario, hasta hace bien poco han seguido insultos, anónimos o insinuaciones de intención denigratoria u ofensiva.

P. ¿Ha variado en algo la supuesta intolerancia española?

R. Quiero creer que la sociedad española es más convivencial y más tolerante. Pero mientras no vea que la derecha española es capaz de reconocer sus propias culpas históricas, como han hecho algunos de los más eminentes hombres de la izquierda, tendré que pensar que la convivencia no tiene la profundidad necesaria.

P. ¿Qué lectura tuvo Descargo de conciencia cuando apareció por primera vez, hace 14 años?

R. La lectura que entonces tuvo la refleja lo que acabo de decir en mi propia historia de la vida pública: la mayor parte de los comentarios a mi libro fueron satisfactorios para mí; pero conservo con cierta amargura el recuerdo de los que ante mí se situaron como jueces. Déjeme remitirle a la amistosa página que a la aparición de mi libro dedica Julián Marías en el volumen tercero de sus memorias: se me dedicaron todo tipo de insultos, desde traidor a los insultos tocantes al padre y a la madre. Eso fue entonces. No sé cómo será leído hoy. Yo querría que quienes no vivieron esos años, los más jóvenes y los menos jóvenes, vean en él lo que concisamente digo en el prólogo de esta tercera edición: que en la vida de un hombre son perfectamente compatibles la palinodia y la decencia. Añadiré que, aparte de las razones antes expuestas, yo escribí este libro para ganar libertad en mi propia alma y dentro de mi sociedad. He dicho más de una vez que cuando en la vida de un hombre se ha producido un cambio ideológico importante, hay dos casos en los cuales el titular del cambio debe explicar públicamente las razones por las que cambió: el intelectual volcado a comentar la vida histórica del país al que pertenece y el político que pide los votos de sus conciudadanos. Me temo que así como varios de los incluidos en el primer caso, como Dionisio Ridruejo y Antonio Tovar, hemos cumplido con ese deber, en tanto que intelectuales, hay políticos de los que todavía estamos esperando las razones de su cambio.

Una desazón moral

J. C., ¿Habría una foto fija sobre la que se estableciera un arrepentimiento mayor, un rechazo más completo en la biografía de Laín? "Si yo reviso un pasado mío que considerara equivocado, las fotos que podrían aparecer ante mis ojos no me producirían arrepentimiento moral, pero sí desazón ante lo que uno podría haber hecho y no hizo. Mi ruptura con el régimen de Franco tuvo, aparte del motivo que antes le indiqué, otro de carácter intelectual o cultural: yo he pretendido siempre, incluso entonces, que la historia de la cultura española, tan brillante en el primer tercio de nuestro siglo, no se interrumpiese, y mi experiencia personal me demostró que esto, bajo el régimen de Franco, era totalmente imposible. De esta actitud mía han nacido las amistades intelectuales con que más hondamente me honro, y que van desde Menéndez Pidal hasta los intelectuales de la generación del 27, como Zubiri, Dámaso Alonso, Jiménez Díaz, García Gómez, Joaquín Garrigues, Duperier y otros".

¿Y los españoles se arrepienten? "Muchos españoles no se han arrepentido de su terca resistencia a arrepentirse. Mientras la derecha española no reconozca sus errores históricos desde el siglo XVI hasta hoy y mientras la izquierda no vea como un nefasto error, valga este único ejemplo, la revolución de octubre de 1934, esto es, mientras se aferren tercamente a la no revisión de su propia conducta, la convivencia y la reconciliación serán defectuosas". Ante el propio arrepentimiento de Laín, ¿cómo reaccionaron sus compañeros? "Cada cual a su manera se sintió representado por lo que yo había dicho. Más aún, en mi ensayo La guerra civil y las generaciones españolas hablo de las dos mitades de mi generación a las que nuestra guerra enfrentó. Pues bien, creo que casi todos los que pormenorizadamente nombro como integrantes de la fracción republicana durante la guerra civil han acogido con generosidad y estima mi libro".

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