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Tribuna:SEVILLA, CAPITAL POLÍTICA
Tribuna
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Turismo y tercera edad

"No trate usted así al guardia, que también es un obrero", argumentaba un miembro de la organización -inconfundiblemente ataviado con la típica cazadora felipina de ir de mitin-, tratando de apaciguar a un iracundo anciano que quería aparcar en alguna parte el automóvil con el que llegó a Sevilla, desde la provincia, acarreando a toda su familia, para presenciar la actuación estelar de Alfonso Guerra. La bronca no pasó de ahí, y el simpatizante socialista pudo arrancarse, a toda la velocidad de su reúma, hacia las sillas preparadas delante del escenario, que desde las primeras horas de la tarde fueron tomadas sistemática implacablemente por batallones de pensionistas transportados gratuitamente en autocar desde todos los puntos de Andalucía.Sevilla fue ayer una ciudad distinta, sitiada por manadas de jubilados boquiabiertos que pasaban de la Giralda a la Torre del Oro y del Guadalquivir al parque de María Luisa con el ingenuo entusiasmo de quien disfruta de un inesperado día de fiesta. De hecho, hasta el acto en sí, la llegada del público a la ciudad no tuvo carácter vistosamente político, sino más bien excursionista. Ninguna bandera ondeando por las ventanillas de los autocares, que vistos desde fuera bien podrían haber transportado alemanes japoneses; si acaso, discretas banderitas andaluzas en la solapa. Ya en Sevilla, las pecheras se ilustraron con chapitas de Cobi, porque los visitantes aprovecharon para echar una ojeada en el pabellón de Barcelona-92 situado junto al Prado de San Sebastián. Hubo quien -viniendo como venía del carripo- se detuvo en el parque de atracciones adjunto, valorando con ojos sabios y algo nostálgicos los poneys de una de las barracas que reproducen una caravana del Oeste.

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En ese contexto, el escenario del mitin parecía preparado para recibir a una pareja de trapecistas, o a un prestidigitador cargado de conejos acompañado por una bella señorita envuelta en lamé. Los ancianos y ancianas se aferraban a sus asientos, deíándose acariciar por el sol. "Yo esto no me lo pierdo, pero de pie, ni pensarlo", decía, con razón, Juan Parra, de Palos (Málaga), y su mujer, Isabel del Pino, asentía. El hombre, que ha trabajado en la industria zapatera, está ahora jubilado, "y vivimos con lo justo de la jubilación, aunque mi señora también cobra, por enfermedad". Francisca, de Almuñécar, no es vieja pero lo parece, "porque allí la vida es dura. Mi marido trabaja en el mar", le señala, y él asiente, "y los pescadores están muy desprotegidos. Mire usted que tenemos que sentarnos aquí, sin ná, que no nos alcanza ni para un cafelico". Orgullosa: "Yo no soy de Guerra, no me gusta, pero he venido a apoyar a Felipe y porque soy socialista".

Antonio Alabarce Cervilla, que trabaja como basurero en el ayuntamiento de Salobreña, al lado de Motril, se vino con la mujer, Carmen, para que a sus casi 50 años conociera Sevilla. "Yo yahabía estado una vez, hace muchos años. Como no les daba para más porque "mis cuatro hijos, Carmen y yo vivimos de mi sueldo, que son unas setenta mil pesetas", compraron una ristra de postales, que de vez en cuando observaban con detenimiento mirando a continuación alrededor como para comprobar que no habían sido estafados. También dos amas de casa de Huércal de Almería, Carmen y Carmela, llegaron para ver Sevilla, aunque puntualizaron: "Y para echarle palmas a Alfonso, que somos del PSOE desde que se murió aquél". Carmela, viuda, no quería que le sacaran fotos, "porque si me ven tan arregladita no me subirán la pensión".

Gran parte de la gente que abarrotó los muchísimos autocares dependía de un subsidio o esperaba obtenerlo algún día. Yo he estado en la agricultura, ahora trabajo en la construcción, y en cuanto teri-nine me darán el paro", contó Antonio, almeriense. "Algo es algo". Pero en Estepa, en donde todo el pueblo vive, y bien, de los polvorones, hubo que despedir el autobús por falta de gente con que llenarlo.

Junto al impresionante despliegue de cachabas y, cubrecabezas vetustas -severos sombreros mascota, airosas gorras camperas, boinas clásicas y algún que otro pañuelo con cuatro nudos-, y los inevitables crujidos de huesos, hombres y mujeres en edad ejecutiva, onda pinza y hombrera, se desplegaban con elegancia a la par que entusiasmo, constatando con satisfacción que el lleno iba a ser de campeonato. Previamente habían aparcado sus automóviles -un verdadero surtido de las marcas que salen en la tele y que tanta seguridad proporcionan- en los espacios reservados, cerca de los autocares, pero por supuesto no revueltos.

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