El filme norteamericano 'Caja de mi música y el checo 'Las alondras', ganadores del Oso de Oro
La concesión de los galardones, contestada por parte del público y la crítica
ENVIADO ESPECIALEl jurado que decidió la distribución de galardones estaba formado por el director soviético Vadim Abdraschitov, la productora y directora brasileña Susana Amaral, el productor estadounidense Steven Bach, el fotógrafo alemán occidental Michael Ballhaus, el actor y director italiano Roberto Benigni, la directora húngara Livia Gyarmathy, la productora francesa Margaret Menegoz, la directora alemana oriental Helke Misselwitz, el actor alemán Otto Sander y la actriz británica Rita Tushingan. Caja de música, de Costa Gavras, y Las alondras, de Jiri Menzel, ganaron conjuntamente el Oso de Oro.
Los grandes premios fueron contestados por una parte de los asistentes al acto de lectura, pero la impresión mayoritaria es que, se esté o no de acuerdo con ellos, cada uno es defendible, pues obedece a cierta lógica. Los que resultaron no ya ilógicos, sino situados al borde de lo ininteligible, y así fueron recibidos por una ostensible mayoría de los críticos, informadores y profesionales acreditados en esta edición de la Berlinale fueron algunos de los premios de relleno, de la llamada pedrea.
Esta pedrea era ayer considerada en la sala de prensa, entre risotadas, como uno de los repartos de galardones más pintorescos, inexplicables y disparatados de cuantos se han oído últimamente en un festival internacional de cine.
Desde el primer día sorprendió que en la composición del jurado no se viera ni un solo nombre de relieve mundial. En efecto, los componentes del jurado son unos desconocidos por completo, y otros, sólo conocidos en pequeños círculos cómplices de la industria cinematográfica. El único con algún renombre internacional es Roberto Benigni en su faceta de actor en películas de Costa Gavras, Bernardo Bertolucci, Jim Jarmusch y Federico Fellini, pero en su faceta de director de filmes nunca ha sobrepasado la segunda fila.Si la cruz estuvo anoche en el proscenio del Zoo Palast, la cara estuvo en su pantalla, a través del filme del francés Eric Rohmer Cuentos de primavera, que aligeró un poco la pesada resaca de los premios. Y lo hizo con su luminoso talento, esa inimitable luz del gran cine francés hoy casi apagada o refugiada en veteranos como este Rohmer, que a sus 72 años sigue dando lecciones de inventiva y de verdad cinematográfica.
La frescura y agilidad de la imaginación de Rohmer son tales que, aun repitiendo casi al pie de la letra el mismo patrón de otras películas suyas, Cuentos de primavera, vista en la pantalla, no parece tener precedente, aunque los tenga por docenas. Cuenta una vez más Rohmer el mismo apólogo moral de siempre. Pero nadie sabe cómo se las arregla este formidable cineasta para que, detrás de tanta repetición de sí mismo, todo en él sea siempre nuevo. La ligereza del filme es una parte de su profundidad.
Babelia
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