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La demolición del comunismo

Durante la etapa socialista, la sociedad no está, todavía, capacitada para producir todos los bienes y servicios que requiere para satisfacer sus necesidades. El socialismo se considera una etapa previa en la que se fundamentan las bases de la etapa siguiente: el comunismo.Esta segunda etapa, el comunismo, se corresponde con una sociedad de la abundancia y un hombre nuevo que trabaja sin necesidad de incentivos materiales. No es necesario, por tanto, el salario. El producto social se repartirá con arreglo al principio: de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades. En la etapa de comunismo dejarán de existir el dinero y los precios.

Repaso un libro del ideólogo V. Afanasiev, publicado en la URSS, en el cincuentenario de su fundación, en el que define el comunismo científico como "una ciencia que indica los caminos y medios de exterminio del capitalismo y las leyes de la creación de una sociedad nueva, comunista". Destaca Afanasiev que "el comunismo es un arca de abundancia que debe estar siempre repleta, para que cada uno pueda sacar de ella cuanto necesite"; que "el hombre nuevo tiene una concepción científica del mundo, moral elevada y es perfecto físicamente", y que "el comunismo trae al hombre la paz, el trabajo, la libertad, la igualdad, la fraternidad y la dicha. El capitalismo es la guerra". Aunque parezca una colección de sarcasmos, esto se escribía en los serios y anacrónicos manuales de comunismo científico e, increíblemente, se suscribía por una parte de los intelectuales de Occidente.

Fanfarronada

Recordemos el acuerdo que suscitó entre muchos sovietólogos occidentales la fanfarronada de Jruschov de que la URSS enterraría a EE UU en la carrera por la supremacía económica, dando lugar a un debate respecto a quién alcanzaría esa meta, si la URSS o China.

Todavía hoy, en círculos académicos de muchos países capitalistas, se sigue insistiendo en el tópico de la explotación del trabajador, no queriendo reconocer un hecho incontestable: a los trabajadores les ha ido bastante mejor en el capitalismo que en el comunismo, en términos materiales, siendo ésta, precisamente, una de las razones básicas de la explosión de los países del Este.

No olvidemos que, con independencia de la naturaleza nacionalista del conflicto de Azerbaiyán, un tercio de su población está por debajo del nivel oficial de pobreza, comparado con el 12% de la URSS.

El reto de Gorbachov, que está dejando en evidencia a los corifeos del comunismo de todo el mundo, consiste en ganar una guerra religiosa, ya que como una religión se ha venido viviendo el comunismo en la URSS: una doctrina profética que, con la ayuda de la dictadura del proletariado y la planificación, conduce a la sociedad a la perfección y la abundancia. Se trata ahora de desmontar el imperio zarista. Ese imperio hipnotizado por el credo apodíctico y utilitarista de Lenin y sometido al terror por Stalin. Un imperio que lleva anestesiado 73 años, que ahora empieza a recobrar la consciencia y que, lógicamente, no puede hacerlo inmediatamente y sin dolor. Ningún imperio en la historia ha caído rápida y pacíficamente.

La URSS tiene que pasar de la dictadura más organizada al servicio de la industrialización que el mundo jamás ha tenido a la asimilación de la noción de mercado sin más paliativos, sin reintentar remedos de algunos conceptos capitalistas, como el beneficio planeado. Esto no quiere decir que se convierta al thatcherismo de la noche a la mañana. Pero sí que ha de asumir la teoría del mercado eficiente (no se entienda como máxima eficacia productiva, sino como rápida absorción de información incorporada a los precios).

Gorbachov ha de arriesgarse a introducir el sistema económico en ese incomprensible y mágico juego de impredecibles variables que se corresponden con los incentivos a la inteligencia y al trabajo de las personas, y no caer en la tentación de cualquier variante de burocapitalismo. Puede serle de ayuda el recuerdo de sus tiempos de estudiante en el seminario de filosofía que dirigía su mujer, Raisa, y su trabajo sobre la granja colectiva que intentó un audaz experimento: pagar tan sólo a los que trabajaban. Quizás en esas experiencias de juventud resida el fermento de la perestroika.

Hace pocos días, el viceprimer ministro de la URSS declaraba que se habían pasado 25 años hablando del mercado, pero que la diferencia ahora es que han pasado de las palabras a la acción, señalándose un plazo máximo de un año para normalizar el mercado de consumo. Una acción en modo alguno exenta de dificultades, pues, como acertadamente señalaba un editorial de este diario, se está creando un vacío político, no habiendo tradiciones políticas democráticas de etapas anteriores, por lo que el sistema dictatorial, al paralizar la libre expresión de las ideas, ha conservado, como en hibernación, las actitudes más reaccionarias, los odios religiosos y étnicos.

Reconversión

Menos complicado, en principio, lo tienen otros países del Este, precisamente porque, a diferencia de la perestroika, han acometido el proceso de reconversión con rapidez y decisión. El caso de Polonia es un ejemplo que, de no llegar a buen puerto, nos ilustraría respecto a la dureza del camino que los demás países tendrán que recorrer para llegar al libre mercado. En todo caso, con éxito a corto plazo o no, lo que parece claro es que, medio milenio después del descubrimiento de América, Europa está descubriendo un nuevo gran mundo, situado al otro lado de la pared caída. Este descubrimiento afectará, sin duda, a la política de bloques, al futuro de la OTAN y al Pacto de Varsovia.

Asimismo, tendrá que redefinirse el Mercado Común Europeo al desaparecer el Comecon. Pensemos que el producto nacional bruto de tres países, Checoslovaquia, Hungría y Alemania del Este, es mayor que el de la República Popular China. La nueva Europa serán 800 millones de personas, parte de las cuales se incorporan al nuevo esquema en unas condiciones de competitividad notables. Los tres países europeos antes mencionados tienen una mano de obra suficientemente educada y bien entrenada, con unos salarios que son la cuarta parte de los occidentales.

Nada seguirá siendo, no ya igual, sino como estaba previsto. Desde España deberíamos contestar a la pregunta formulada recientemente por la revista Fortune: ¿Por qué debería la Volkswagen, cuya central de Wolfsburg está a ocho kilómetros de la frontera con Alemania del Este, continuar exportando capital a la distante Barcelona cuando puede contratar trabajadores en la vecina ciudad de Karl Marx, que hablan la misma lengua y que cuestan menos de 350 pesetas la hora?

José B. Terceiro es catedrático en el CUNEF de la Universidad Complutense.

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