Sombra de una sombra
Los poseídosDirección: Andrejz Wajda. Guión: Jean-Claude Carrière, basado en la novela Demonios, de Fedor Dostoievski, y en la adaptación teatral escrita por Albert Camus de la misma. Fotografía: W. Adamek. Música: John Morris. Francia, 1987. Intérpretes: Lambert Wilson, Philippine Leroy, Omar Shariff, Isabelle Huppert. Estreno en Madrid: cines Cartago, Luna, Novedades y Aluche.
Realizar una película sobre Demonios (o Los endemoniados, o Los poseídos), la más abismal novela creada por la fiebre cerebral de Fedor Dostoievski, es tarea para la que hacen falta redaños. Asustará a quien no sea un insensato, y Andrejz Wajda, hombre de teatro y cine polaco, no tiene fama de ser tal cosa, por lo que podemos deducir su susto al afrontar la galería de bestias angélicas, o ángeles bestiales, encabezada por Nicolai Stavroguin, el satánico aristócrata de vida irónica, y su corte de pesadillas de la razón con nombres propios, como Piotr Verjovenski, Chatov, Lebiadkin, Liputin y el suicida de suicidas Kirilov, que con Stavroguin compone el dúo más enigmático jamás imaginado.
A propósito de suicidas, Wajda lo fue al aceptar este proyecto de película, por muy buen aval que para su trabajo de dirección sean las simplificaciones previas de Albert Camus y Jean-Claude Carrière, quienes le abrieron un camino que a la postre le resultó intransitable.
La única manera de creerse un poco esta película es sólo posible a condición de no haber leído previamente la novela. Las imágenes que el texto despierta en la imaginación son tan fuertes -es un libro de densidad impenetrable, terrible, desalmado, genial, absurdo, perturbador, que románticas- que no hay manera de encontrar detrás de una cámara equivalencias visuales para ellas.
El revés del libro
Hay, por tanto, para que este tipo de filmes funcione, que hacer otra cosa que intentar reproducir fielmente -que es lo que, con un candor incomprensible en un cineasta de su experiencia, Wajda inutilmente intenta aquí- su aventura en la pantalla. Hay que volver al libro literalmente del revés, reinventarlo o, mucho más razonable, irse a casa y ponerse rápidamente a buscar otro asunto más propicio para el cine que esta muestra en carne viva del infierno anímico dostoievskiano.
O ser, cosa de la que Andrejz Wajda está igualmente muy lejos, un Robert Bresson, o un Akira Kurosawa, que por cierto, ellos sí, volvieron del revés respectivamente y con humildad a Crimen y castigo y El idiota, para así hacerles viable el acceso a la pantalla. Todo lo contrario de lo, con petulancia, se exime de hacer el cineasta poco en su -no de Doistoievski- Los poseídos.
Todo en este filme es un error. Convence a ratos, pero muy pocos, y finalmente frustra por completo. Quien no conozca la novela, que la compre y eso saldrá ganando: tendrá en casa una de las mejores de la historia. Quien por el contrario la conozca, que se abstenga de ir a ver la caricatura suya que es esta impotente película, pues ya tiene en la cabeza otra película infinitamemente más poderosa, rodada con el celuloide invisible de las ensoñaciones que quedan en la memoria tras la lectura de este libro impar.
Babelia
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