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Tribuna:
Tribuna
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Erratas y errores

Los duendes de imprenta no existen. Este principio, recogido por el agotado Libro de estilo de EL PAÍS, quiere poner fin a una piadosa ficción en la que los periodistas nos hemos escudado tradicionalmente. Los errores y las erratas, dos conceptos distintos, que aparecen diariamente en los periódicos son responsabilidad directa de las personas que hacemos el diario. EL PAÍS abrió en febrero de 1983 una pequeña ventana a esta realidad en sus páginas de Opinión. Junto a la sección Cartas al Director, el diario corrige, bajo el epígrafe Fe de errores, aquellas informaciones que, por distintas causas, están equivocadas. En breves líneas, el diario confiesa errores de diverso calado. Errores de nombres, de cifras, en gráficos, artículos amputados, etcétera. No todos los errores que comete el periódico son recogidos en esta sección. La correspondencia que recibe el ombudsman, además de la que el diario publica en Cartas al Director, refleja una encomiable vigilancia de los lectores, que tienen derecho a exigir al diario una información precisa y veraz.El ombudsman ha analizado las fe de errores publicadas por el periódico en los últimos ocho meses y ha intentado clasificarlas para conocer cuáles son los errores más habituales que comete el diario. Los resultados son reveladores de lo que se confiesa y de lo que se soslaya. Como atenuante, digámoslo cuanto antes, está la realidad de los 250 folios de información que, como media, publica diariamente EL PAÍS. Pero ni la cantidad ni la rapidez con que se redactan justifican los errores.Forma y fondo

En las fe de errores, el diario confiesa equivocaciones de contenido, pero soslaya los yerros de forma, que muchas veces irritan mucho más a los lectores. Por ejemplo, se reconocen errores en datos importantes, pero no se confiesan errores de ortografía o sintaxis. Las faltas de ortografía o sintaxis son especialmente irritantes para algunos lectores que coleccionan los gazapos que encuentran y los remiten con acotaciones más o menos pertinentes.

Los responsables de edición del diario, cuando observan este tipo de faltas, reprenden en privado a los autores.

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Tampoco se recogen los errores mecánicos, dactilográficos, inevitables en la escritura rápida. A estos últimos denominamos erratas.

Las normas internas del diario exigen que éste corrija los errores de contenido que se observen. En los últimos ocho meses -del pasado 1 de junio al 26 de enero-, el periódico ha publicado 181 rectificaciones, posiblemente muchas menos que los errores cometidos.

Estas 181 reetificaciones se pueden clasificar en cuatro grupos. El primero, un 55% aproximadamente, corrige datos en las informaciones por error en la transcripción o falsa información; el segundo, un 18%, se refiere a nombres mal escritos o equivocados; el tercero, un 14%, subsana cifras erróneas, ya sea por equivalencias equivocadas de monedas extranjeras o malos cálculos de cantidades, extensiones o fechas; el cuarto, un 13%, corrige fotografías equivocadas -personas o lugares-, o pies de foto con datos incorrectos. En este último capítulo es de destacar que los errores son más frecuentes cuando se utiliza material de archivo. Los errores en los gráficos -datos mal situados- son también notables.

Todos estos errores consiguen atravesar, sin ser observados, un teórico entramado de controles. Al menos dos periodistas deben leer todo original que se manda al taller. Existe además un cuerpo de correctores formado por 16 personas, aunque parte de la Redacción, por escribir al borde de la hora de cierre, no utiliza este servicio. No siempre, sin embargo, los correctores descubren los errores, y a veces enmiendan la plana a los autores. Recientemente, en un artículo de Antonio Muñoz Molina, se incurría en un leísmo al que era ajeno el autor.

Autocrítica

Numerosos lectores achacan este cúmulo de errores a la ignorancia o a la desidia. Otros, los menos, reconocen en algún caso el atenuante de la premura de tiempo con que se trabaja en una Redacción. Alex Grijelmo, redactor jefe de Edición y Formación, acepta estas críticas.

"Los lectores encontrarán fácilmente erratas y errores en las informaciones del periódico, y difícilmente en el suplemento dominical, en los artículos de opinión o en los suplementos de cada día. El margen de tiempo con que se elaboran unos y otros textos es la explicación evidente".

"Todo texto debe ser revisado, en teoría, por dos periodistas al menos: el autor y un editor o un responsable de la sección. Los acontecimientos que se producen en horas próximas al cierre de las páginas dejan poco tiempo para que este mecanismo se cumpla, y mucho menos para el trámite adicional" de que la información sea leída por un miembro del departamento de Corrección. Esto explica parte de los errores, pero no es propiamente el origen. Se añade a ello, como causa remota, la deficiente formación universitaria española. Los exámenes de ingreso en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS y la experiencia de los redactores en prácticas que este periódico contrata cada verano permiten comprobar que reciben el título de periodista -e incluso de filólogo- cientos de alunmos que no conocen las más elementales reglas de la ortografía. Ello es grave en sí, pero aún es peor lo que denota: escasez de vocabulario y carencia de lecturas".

"Algunos periodistas de este tipo forman parte de la Redacción de EL PAÍS desde hace tiempo", prosigue Grijelmo. "Son informadores con muchas virtudes: gran capacidad de obtener información, amplio conocimiento de una materia específica, imaginación y originalidad de ideas. Pero no escriben correctamente. Si en algún momento han de elaborar una información con prisas y los controles posteriores fallan, la falta de ortografla acabará dañando los ojos de miles de lectores. La Escuela de Periodismo que ha creado EL PAÍS pretende mejorar la formación de los periodistas y acabar progresivamente con esto".Para ponerse en contacto directo con el ombudsman, los lectores pueden llamar al teléfono 754 45 53 de Madrid, de lunes a viernes.

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