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La mala y la hermosa

Vicente Molina Foix

No se ha hecho aún, que yo conozca, una completa historia o teoría de las malas de la pantalla. En una antigua comedia de Minnelli, El noviazgo del padre de Eddie, el niño titular daba una definición de las mujeres buenas y malas según las rayas que el ojo de las novias de su padre marcaban en el rostro al sonreír, y hay un pequeño libro de Ian Cameron que explora con muchas licencias el universo de las duras y peligrosas actrices del Hollywood histórico Pero ¿dónde encuadraríamos a Ava Gardner, que ahora fallece poco tiempo después de la desa parición de Bette Davis y Bar bara Stanwyck, dos paradigmas de una tipología más enrevesada, oscura y profunda de mujer sin escrúpulos?Ava Lavinia, como siempre la llamaba en sus deliciosas crónicas el periodista Jorge Fiestas, sumo sacerdote del culto gardneriano en nuestro país, era quizá demasiado hermosa, o era su belleza demasiado olímpica como para, más allá de las limitaciones interpretativas que tenía la dulce muchacha de Carolina del Norte, pudiese haber encarnado personajes de mala sin paliativos, de perversa e inteligente maquinadora.

Pero había en la limpia perfección -estatuaria- de su figura, tras las curvas y ángulos de ese rostro que la convención hegeliana nos hace llamar griego, un rasgo de honda inestabilidad, de pathos (en la línea para explicarme, de Marilyn: aun sin llegar Ava a la apoteósis de ingenuidad turbia y trágica que tuvo la Monroe) que la salvaba en sus mejores películas de caer en la simple categoría de la cariátide hollywoodiense como lo fueron, a mi juicio otras bellas ninfas con pies de barro: Lana Turner, Kini Novak, Jane Russell.

¿Era o no era Ava Gardner una broad, el término lanzado por Cameron en su librito para aventureras, arrastradas, promiscuas, cabareteras y demás damas con un pasado?. En Cru ce de destinos, de George Cukor el gesto vindicativo contra su propio violador y los esfuerzos por integrarse en la oprimida mayoría hindú que forma el transfondo de la película eran conmovedores; nunca estuvo más cerca del cielo positivo de las heroínas. Pero es en la tormentosa mujer de La noche de la iguana, o en la vividora de altos vuelos de 55 días en Pekín y en sus dos grandes papeles con nombre propio inolvidable, la barriobajera madrileña MaríaVargas de La condesa descalza y la histórica actriz Lily Langtry de Eljuez de la horca, donde hallamos en plenitud los caracteres de las grandes mujeres broad del cine americano.

En esas películas, que cito entre otras según las preferencias de mi memoria, caprichosa y traidora como todas, Ava Lavinia forzaba hasta el máximo, a base de desdén, picardía y vulnerabilidad, la condición de mujer desprovista de inteligencia pero conocedora y manipuladora de unos atributos propios, no sólo físicos, que le dan preeminencia sobre sus semejantes. Personajes que, por buscar modelos literarios muy conocidos, estarían entre la Odette de Proust y la Tiotima de El hombre sin cualidades, de Musil.

Para mí, sin embargo, su gran momento fue la interpretación de Pandora y el holandés errante. El refinado y para Hollywood vanguardista director Albert Lewin supo fijar en su película un arquetipo de mujer salida de la leyenda y encaminada al mito que sólo Marlene en las manos de Sternberg o Rita Hayworth en las de WeIles encarnaron antes con igual potencia. Ava mirando al mar de espaldas a nosotros, hermética como una figura de Caspar David Friedrich, entre estatuas semienterradas en la arena, túnicas al viento y argonautas que hablan en catalán, representaba el icono definitivo de las fuerzas del mal y la belleza unidas en un enigma sin solución.

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