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CONVULSIÓN EN EL ESTE

Rumanía, después de la revolución

Tras la euforia, la 'ducha fría' del colapso económico

Berna González Harbour

Faldas, abrigos y algún calzoncillo viejo se agolpan en el sótano. Vienen de Occidente. Los obreros lo miran y reparten, decepcionados. En la fábrica Veintitrés de Agosto, la más grande de Bucarest, necesitan electricidad para poner en marcha las máquinas, viviendas para sus 20.000 obreros y aumentar un salario continuamente recortado por no cumplir el plan quinquenal. Rumania se enfrenta a una parálisis económica y un atraso tecnológico difícil de superar.

ESPECIAL,Cuentan los obreros que su salario fue disminuyendo mes tras mes en los tres últimos años. El régimen les exigía aumentar un 35% la producción. Pero la luz se cortaba cada día, sin previo aviso, al menos un par de horas. Tampoco llegaban las materias primas necesarias. Mientras, el régimen aumentaba sus exigencias. No podían cumplir. Por eso les castigaron. "Así que nos iban recortando los, sueldos. A los técnicos, hasta un 45%. A los obreros, un 15%", dice Cristian Bezdedeanu. Según este trabajador, los obreros tenían una relativa fuerza en la empresa, ya que habían realizado huelgas más de una vez. Algo totalmente desconocido en el exterior, por la eterna censura del régimen, pero que va haciendo más comprensible la sorprendente revolución.El pasado octubre, antes del 142 congreso del Partido Comunista, tuvieron que votar la reelección de Ceaucescu. Dos hombres se atrevieron a decir no. En el mismo momento fueron detenidos. La revolución les puso en libertad, pero también les quitó a varios obreros. Cinco resultaron muertos durante la sublevación que abatió a Ceaucescu y 22 heridos. Ningún detenido. Hoy sus antiguos directores, aquellos reconocidos miembros de la Securitate infiltrados en sus filas o alguien como Radacunu, el jefe del partido en la fábrica, permanecen en libertad. 1

"Tiene que morir"

"Radacunu no ha vuelto, pero se le ha visto libre. En cuanto a los hombres de la Securitate, cuya lista quemaron, siguen trabajando aquí, siguen infiltrados, no hay pruebas para culparlos", dice uno de ellos. Por eso quieren venganza. Por eso se apelotonan los obreros en las naves para pedir la pena de muerte. No hay perdón. "Radacunu tiene que morir, no puede quedar vivo", dice un técnico. "Queremos la ley del talión. Que paguen los culpables", dice otro. Tantos años de represión, de recortes, de malas condiciones de trabajo les han dejado, además de un frío terrible en las naves, un corazón intoxicado por la venganza. Hoy se aprestan a intentar levantar su vida y la producción. "Tenemos que aprender de Europa, nos tienen que enseñar, con ideas, no sabemos nada, no sabemos qué hacer con la democracia", dice otro. "Lo primero que necesitamos es electricidad. Y un sindicato, para defendernos".

La llegada del Frente de Salvación Nacional al poder, que por cierto, en esta fábrica ha cambiado al director por el subdirector y viceversa, les ha traído ya al menos más salario y nuevas casas. "Hasta ahora teníamos que esperar tres años para recibir una casa. Pero, mientras, había otros que tenían dos, y lasmejores", dice Sorin Manea. En las dos últimas semanas, el Frente ha repartido 200 casas y ha aumentado los sueldos en un 100%.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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