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Tribuna:LA ARBOLEDA PERDIDA
Tribuna
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'La Divina Pastora de Cazorla'

Me fui esta vez de Granada, una Granada todavía navideña, con llovizna y guirnaldas eléctricas en los árboles y fachadas de los edificios. Granada, con detenidas visitas a la Alhambra, a los jardines del Generalife, en donde Navaggiero, embajador de Venecia, sostuvo con el poeta Boscán, gran amigo de Garcilaso, el diálogo sobre la conveniencia de trasladar al español la métrica de arte mayor italiana. Granada, sintiendo en mi memoria aquellos versos del poeta de Toledo: "Todas con el cabello desparcido / lloraban una ninfa delicada, / cuya vida mostraba que había sido / antes de tiempo y casi en flor cortada".Recorrí la ciudad acompañado por los jóvenes poetas Luis Muñoz, Antonio Jiménez Millán y Luis García Montero, con los que no dejé de hacer todo el calvario de García Lorca, visitando la Fuente de Víznar, el oscuro barranco de la ejecución del poeta, donde parece latir el estribillo del poema acusador de Antonio Machado: "Que el crimen fue en Granada / sabed, ¡pobre Granada!, en su Granada", que escuchaba durante estos días junto a la grave y melancólica voz de Paco lbáñez en mi Balada del que nunca fue a Granada. Visité también con estos poetas amigos Fuente Vaqueros y la Huerta de San Vicente, la casa de verano del poeta, donde vimos el cuadro La aparición de la Virgen de los Milagros al rey Alflonso el Sabio, una pequeña obra que regalé a Federico el día que lo conocí en la Residencia de Estudiantes.

Me fui luego de Granada para recorrer con María Asunción Mateo la maravillosa sierra de Cazorla y poder escribir la letrilla de La Divina Pastora de Cazorla, que era un proyecto de Federico que no llegó a terminar. Al marcharme de Granada para continuar el viaje, Irenita, la pequeñísima hija de García Montero, se despidió diciéndome pícaramente, mirándome a los ojos desde los brazos de su madre: "Adiós, guapo". Este delicioso y siempre inesperado milagro tiene poco más de dos años, y yo le llamo La Guerrillera. Le he escrito una retahíla que no quiero que se me escape de este capítulo sobre mis días en Granada: "No existe esa niña, / quiera yo o no quiera. / No existe, y sí existe / como guerrillera. / Ya es una paloma,/ ya es un surtidor, / ya es una chumbera / o un naranjo en flor. / Se comba, se cimbra, / gracia que se inventa / lo que representa. / Se cae, se desvae, / pero siempre atenta. / Es lo otro, es esto, / traspuesto, molesto, / sublime, divino. / Guerrillera duende, / que se desentiende, / que luego te atiende,/ se abre como flor, / como la graciosa, / como la peor, / y sí no la temes, / se llama Irenita / cuando le conviene. / Su madre se espanta, / la mima, le canta, / y su tierno padre / la mece, le acuna. / Y ya.enajenado / se mete en su cuna, / partiéndola en dos. / Luego, es sólo Dios / quien compone todo, / y de cualquier modo, / sublime, inmortal, / la niña Irenita, / dulce guerrillera, / se duerme soñando / sin saber que fuera / una mariposa / o un tierno zorzal".

Llegamos a la sierra de Cazorla casi de noche, tratando de alcanzar la altísima cumbre del parador, que parece más bien el vértice de una gran isla dominadora en un mar invisible. Desde allí comenzó para los cristianos la reconquista de Jaén. Yo iba soñando con descubrir entre aquellas maravillosas hondonadas de pinos los primeros alientos del río Guadalquivir. Al descender en una mañana neblinosa, después de atravesar unos bellísimos rebaños blancos de cabras salvajes, sentí allá en lo hondo un jadeado brillo de agua, que eran los primeros destellos del Guadalquivir tratando de desprenderse de su cuna de ramas para avanzar algo entre los troncos y matojos de la serranía. Desde que lo descubrí ya puse mi ilusión en irlo reencontrando en su interrumpida carrera. De pronto apareció un inmenso torrente que, derrumbándose de todo lo alto, se desplomó sobre él. La mañana seguía neblínosa, velando todo el paisaje, y yo recordaba la baladilla de los tres ríos de Lorca: "El río Guadalquivir / va entre naranjos y olivos. / Los dos ríos de Granada / bajan de la nieve al trigo". Y así veíamos bifurcarse los dos brazos del Guadalquivir -el Genil y el Darro- camino de Granada, y pude pensar ya en el gran río de Góngora atravesando Córdoba, soportando los grandes puentes romanos camino de Sevilla, y en el reflejo de la Torre del Oro y la Giralda, y en los barcos de América cargados de metales preciosos, y en los cantes andaluces alzándose sobre las dos orillas, envueltos de aires lorquianos: "Ay, río de Sevilla, qué bien pareces / llenos de velas blancas / y ramos verdes. / Ya llegan de Sevilla / rompiendo el agua / a la Torre del Oro / barcos de plata".

Poco después de llegar a Madrid escucho la noticia de la muerte del gran poeta Jaime Gil de Biedma. Una sola vez, hace algunos años, en un café de Barcelona, coincidí con él. Había tenido la amabilidad de dedicarme un magnífico poema -El juego de hacer versos- en su libro Moralidades, y yo apreciaba verdaderamente su trabajo, tanto la poesía, recogida en Las personas del verbo, como el Diario de un artista seriamente enfermo, o el estudio sobre Jorge Guillén. Por esto, y porque sé la enorme influencia que ha tenido en las últimas generaciones de poetas, lo propuse en dos ocasiones para el Premio Cervantes. Su desaparición, como la de su amigo Carlos Barral, hace apenas unas semanas, me ha conmovido profundamente, y es un golpe prematuro y terrible para la literatura española de hoy.

Copyright Rafael Alberti.

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