La ceguera imperial
Cuando empecé a preparar este artículo, pensaba incluir la afirmación de que la reciente invasión de Panamá reviviría sin duda alguna el secular temor latinoamericano al Ejército de Estados Unidos. Poco me imaginaba yo que al día siguiente (6 de enero) habría informaciones de que una fuerza naval norteamericana se estaba preparando para operar ante las costas de Colombia como parte de la guerra de la droga y que ese plan estaba creando tensiones inmediatas entre los Gobiernos colombiano y venezolano. Dado que el plan completo incluye la construcción de potentes estaciones de radar en territorio peruano, colombiano y boliviano, y dado que esas estaciones deberían ser protegidas por unidades militares conjuntas dominadas inevitablemente por los contingentes norteamericanos, es evidente que una extensión tal de la guerra de la droga situaría a .esos países en una posición tan débil ante Estados Unidos como lo es hoy la de Panamá.En mi opinión, las peores facetas de la reciente invasión fueron el flagrante desprecio a las sensibilidades latinoamericanas en lo que concierne a cualquier intervención militar norteamericana y la capacidad militar de destrucción en la caza del general Noriega. Digo esto porque los principales resultados de la acción reciben, de hecho, la aprobación del pueblo panameño: el derrocamiento de un dictador sanguinario y corrupto, el control del pillaje tras los dos primeros días terribles y el reconocimiento del Gobierno que, fue elegido en mayo y al que Noriega no permitió entrar en funciones.
El presidente Bush justificó la invasión (que también recibió la aprobación de la opinión pública norteamericana) afirmando que debía salvaguardar las vidas norteamericanas y proteger la integridad de los tratados del canal de Panamá. Si se interpreta sin tomar en consideración la larga historia de intervenciones norteamericanas, la justificación es comprensible. Noriega había declarado que existía un estado de guerra y sus tropas habían matado a un marine americano fuera de servicio, hostigando a otros, y comenzado a tomar rehenes. Dado que los tratados Carter-Torrijos conceden al Ejército norteamericano el derecho a proteger el canal hasta el año 2000, la declaración de estado de guerra de Noriega y las acciones subsiguientes dieron a Estados Unidos la excusa legal para utilizar la fuerza.
Impresionar
No obstante, la exagerada potencia de fuego, el menosprecio a los principios y opinión internacional y la psicología primitiva resultaron decididamente asombrosos para cualquiera que espere (y, como este escritor, desee) ver cómo la conducta norteamericana llega a un nivel superior al de los westems de John Wayne. Los bombarderos fantasmas para impresionar a los congresistas en un momento en que tienden a reducir el presupuesto del Pentágono, la destrucción general de distritos enteros en la caza de un solo individuo, el desprecio total a la ley y la soberanía panameñas, la música rock como forma de presión diplomática sobre el nuncio, la invasión y registro completamente ilegales de la Embajada de Nicaragua, la llamativa publicidad de la colección de pornografía de Noriega, las referencias continuas a su amante, etcétera. Me costaría mucho decidir cuál de los protagonistas fue el más infantil, Noriega con su declaración de guerra o Bush refutando su imagen mediante el uso de fuerzas arrolladoras para derrocar a un dictador de oropel.
En lo que respecta a las implicaciones serias, la más importante es que Estados Unidos cuenta ahora con un presidente que compensa su falta de verdadero carisma y la vacuidad de su enfoque de los problemas sociales importantes con patrioterismo. Lo demostró en la campaña electoral de 1988 con sus feas referencias a la Unión de Libertades Civiles Americanas y su utilización de la propaganda racista en favor de la pena de muerte. Nacido en una familia patricia de Connecticut, educado en la universidad de Yale, derribado siendo piloto en la II Guerra Mundial, decidió cambiar Connecticut por Tejas a fin de demostrar en los negocios y en la política que podía alcanzar el éxito en la frontera norteamericana, lejos de sus orígenes patricios. Tiene una nuera mexicano-norte americana y el mutuo afecto entre ellos le reafirma en su ingenua creencia de que a todos los latinos y morenos les gustaría, por encima de todo, integrarse en la conservadora cultura WASP (blanco, anglosajón y protestante) de Estados Unidos.
Pero aparte del extremado conservadurismo y patrioterismo del presidente Bush, existe el' problema mayor de las actitudes norteamericanas frente a Latinoamérica. El senador Edward Kennedy, un peligroso liberal de izquierdas, según la campaña retórica de George Bush, y numerosos comentaristas liberales han aprobado la invasión de Panamá. Aprobaron específicamente el argumento de proteger vidas norteamericanas y de intervenir en nombre de la democracia, expulsando al dictador y poniendo al mando al presidente elegido el año pasado.
Han sido más cautos en lo que respecta a la faceta guerra de la droga que en cuanto a la invasión. No sabemos, y puede que los secretos gubernamentales impidan que lo sepamos jamás, lo que hizo Noriega exactamente por la CIA, exactamente qué papeles representaron él y Bush para utilizar los beneficios de la droga para armar a la contra en Nicaragua, etcétera. Sabemos que hay varios aspectos en la captura y transporte del general que los jueces norteamericanos pueden considerar ilegales. También sabemos que los cargos que hay contra él por el asunto de las drogas se apoyan sólo en testimonios verbales.
Condena en entredicho
Los beneficios personales de Noriega por la droga le permitirán pagar un asesoramiento legal mejor que el que le puede proporcionar el Gobierno federal. En Estados Unidos, aún más que en Europa, los funcionarios públicos reciben salarios ridículamente bajos en comparación con los del sector privado. Me arriesgaría a predecir que los tecnicismos legales reducirán tremendamente, si es que no lo destruyen simplemente, el caso legal contra él. El general Mad Max Thurman, y quizá el propio presidente, no tomaron en consideración la forma en que una persecución de su presa al estilo del Oeste podría ponerles difícil asegurarse su condena en un tribunal civil.
Toda la acción demuestra la arrogancia y ceguera imperial. Estados Unidos actúa como si la defensa de unas pocas vidas norteamericanas justificara centenares de muertes y la destrucción total de viviendas en la resultante acción militar. Sin ser siquiera conscientes de sus consecuencias, revive todos los temores históricos ante repetidas y arbitrarias intervenciones en nombre de los intereses materiales y estratégicos norteamericanos. Los norteamericanos pueden creer sinceramente que esta vez estaban interviniendo en favor de la democracia. Pero cómo puede eso resultar convincente para personas que recuerdan la enmienda Platt a la independencia de Cuba, las muchas intervenciones en contra de la revolución mexicana que comenzaron en 1914, el derrocamiento del Gobierno de Arbenz en Guatemala en 1954, la colisión en el derrocamiento de Salvador Allende en 1973, el boicoteo económico, el breve bloqueo naval y el apoyo constante a la contra en Nicaragua durante los ochenta.
Una parte importante del problema radica en que muchos norteamericanos están tan seguros de su virtud moral que esperan que los latinoamericanos olviden la soberanía y la dignidad siempre que Estados Unidos decida unilateralmente que está actuando en una causa justa". Los diplomáticos del mundo y los profesores americanos de historia latinoamericana tienen el trabajo hecho para enseñar a Estados Unidos a verse a sí mismo como otros lo ven en Latinoamérica. Permitanme terminar con la esperanza de que cuando el presidente Bush telefoneó al presidente González escuchara unas cuantas verdades expresadas en clara prosa.
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