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El hogar holandés de los Manuputty

Un antiguo campo nazi, convertido en residencia definitiva de parte de la minoría moluqueña en Holanda

Isabel Ferrer

En la habitación 37 del barracón 6 de Lunetten, un antiguo campo de concentración nazi en Vught, localidad de la provincia holandesa de Brabante, vive el matrimonio Manuputty-Sapulette. La pareja permanece en este domicilio desde que en 1951 llegó a los Países Bajos, con otras 12.000 personas, procedente de las islas Molucas. Ellos forman parte de las 240 familias que ocuparán este año nuevas viviendas en este campo, que pasa a ser residencia definitiva, tras una larga batalla con las autoridades que querían demolerlo.

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Una minoría desencantada

Lunetten se alza entre una prisión y un área de entrenamiento militar en la zona católica de Holanda. Aunque del campo ha desaparecido ya el horror, hay vallas metálicas por todas partes y resulta imposible evitar una cierta desazón al recorrer los pasillos.. interiores que dan acceso a las diferentes dependencias. Los pilares que soportan los barracones y dividen las habitaciones continúan en pie, y las puertas conservan el aspecto de almacén humano que fuera este lugar durante la II Guerra Mundial.Aquí viven aún 240 familias moluqueñas, algunos de cuyos miembros abandonarán en breve, y por primera vez en 38 años, el recinto. Su viaje será corto, porque en el propio Vught les esperan otras casas donde podrán aguardar a que el Ministerio de Salud y Cultura holandés concluya la renovación del campo y la demolición de parte de los actuales barracones, según el acuerdo firmado el pasado octubre. Tras casi 40 años de negociaciones, Lunetten, el más combativo de los 74 campos de refugiados donde vivieron los moluqueños desde los años cincuenta, no será destruido. Doscientas cuarenta familias lo ocuparán en 1990, porque aquí levantaron un hogar que sólo debió durar tres meses. Los demás, ahora casi 40.000, se fueron marchando con los años a las viviendas ofrecidas por el Gobierno y están repartidos por todo el país.

Entre los moluqueños que nunca abandonarán Lunetten figuran Karel Manuputty de 67 años y su esposa Kalasina Sapulette de 65 años, que llegaron a Vught en junio de 1951, en un barco tailandés, con tres hijos pequeños. Él había sido soldado del Real Ejército Indio-Neerlandés (KNIL) de las Indias Orientales, actual Indonesia. Luchó contra los japoneses durante la II Guerra Mundial y contra la propia Indonesia en la guerra colonial. En diciembre de 1949, cuando tenía 27 años, Holanda transfirió su soberanía sobre la zona a la República de los Estados Unidos de Indonesia, gobernada por el presidente Sukarno. Un acto que iba a condenar al fracaso el sueño de independencia de los moluqueños partidarios de otro Estado soberano en el archipiélago.Una breve independencia

En 1950, las Molucas del Sur , situadas en el mar de la China, entre Nueva Guinea y las Célebes, proclamarían su propia república. El esfuerzo resultó en vano, porque en el ideario del general Sukarno no cabían islas disidentes. El Gobierno holandés protestó entonces ante las Naciones Unidas y al propio mandatario indonesio contra la supresión de la estructura federal sancionada en el acuerdo de transferencia de soberanía. Todo fue inútil, y la situación de los 4.000 militares moluqueños -de los 72.000 soldados y oficiales indígenas que componían el KNIL- se hizo insostenible.

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Bloqueados en Java: y sin poder regresar a sus islas rebeldes, tras haber rechazado la oferta de engrosar el Ejército de Indonesia, urgía encontrar para ellos una solución provisional. El Gobierno holandés pensó primero en licenciarlos, pero a finales de 1950, y tras un juicio sumarísimo contra los Países Bajos, los militares moluqueños lograron impedir su pase al estado civil que les habría dejado a merced de las. leyes de Sukarno. Entonces, y en un intento de ganar tiempo, llegaron a Holanda, y durante las cuatro últimas décadas han sido una minoría expuesta a una repatriación inminente, suavizada con el tiempo.

"No es que les guste Lunetten; es que nuestros padres no vinieron aquí para ocupar una vivienda hermosa", afirma Atinq, uno de los hijos nacidos en el campo .y que, a diferencia del matrimonio Manuputty, que posee nacionalidad holandesa, no quiere tener pasaporte porque se considera moluqueño, "y nosotros carecemos de patria. Muchas familias como la mía creyeron que su estancia en Holanda duraría entre tres y seis meses. Una vez solucionados los problemas políticos iban a regresar a su propia república. Ésa fue la promesa de este Gobierno europeo y a ella apelan aún hoy".

La palabra dada tiene valor de ley entre los moluqueños, y para ellos, los sucesivos gobernantes holandeses que han tratado su caso desde los años cincuenta no han hecho más que vulnerarla. "El odio al Gobierno que no mantuvo su promesa es tan fuerte que, a pesar del tiempo transcurrido, mi padre, por ejemplo, no habla holandés, aunque lo entiende. Y lo mismo sucede con otros miembros de su generación". Kalasina sí habla holandés, aunque emplea el malayo para decirle a su hijo que, a pesar del drama del desarraigo que sufren, nunca se sintieron aislados, porque entre los moluqueños el apoyo mutuo es también fundamental.

Tras la capitulación del KNIL, y como indonesio, Karel fue enviado a su pueblo, Ullath, en la isla de Saparu, integrada en las Molucas. Una vez allí, y mientras dirigía el coro de la iglesia protestante, fue detenido por espías nipones, acusado de fomentar la rebelión con un himno religioso. Torturado, y condenado a muerte, seis meses después del arresto le salvó de la decapitación un sacerdote japonés que también conocía la inofensiva canción.

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