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Tribuna:LA CULTURA DEL 90 / LITERATURA
Tribuna
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En busca del siglo perdido

Los milenaristas van a tener que reciclarse lo más deprisa pos¡ble: el siglo XXI ha venido, nadie sabe cómo ha sido; en estos momentos se está desplomando sobre nuestras desprevenidas cabezas, y habrá que reorganizarlo todo, pues nos ha cogido con la casa sin barrer. Ya era hora. El siglo XX, el mas trágico de la historia de la humanidad, está. dando las últimas boqueadas y al final va a quedar reducido a la mínima expresión. Ha sido el peor y el más corto. Empezó con la llamada primera gran guerra, a mediados del segundo decenio, y termina en medio del derrumbamiento del muro de Berlín, como si otra vez amaneciera la esperanza. Pero esta. expresión nos sigue dando miedo, pues ya sabemos lo que suele pasar cuando amanecen las esperanzas, pues todo el mundo querrá apoderarse de la suya.Entre una poesía que desemboca en el silencio y el estruendo vacío de los éxitos de ventas de la narrativa universal, la literatura sobrevive a duras penas, sin resignarse a perder su condición de espejo. Tras el Nobel a Camilo José Cela, los académicos suecos lo van a tener bastante difícil. Se sigue hablando de grandes bloques lingüísticos del mundo que todavía no tienen su correspondiente Premio Nobel: China, por ejemplo, pero el sangriento portazo de la plaza de Tiananmen se lo ha puesto bastante dificil. Lo de la lengua portuguesa, la de Camoens y Pessoa, parece estar más claro, y si sus candidatos clásicos y vivos parecen haber envejecido demasiado siéndolo sin parar -el portugués Miguel Torga y el brasileño Jorge Amado- ahí estaría el fulminante triunfo europeo de José Saramago, hasta en la. propia Suecia, para remediarlo todo.

Pero los suecos, como Europa entera, miran al Este como hipnotizados. Pues ya no se trata tan sólo de disidentes, tan abun dantemente galardonados en e¡ pasado: Iván Bunin, Alexander Solvenitsin, Czeslaw Milosz o Joseph Brodsky, los tres últimos todavía bien vivos, y hasta alguno de ellos dispuesto a regresar. Pasternak no se fue nunca, y la ortodoxia estalinista recibió también su premio a través de Sholojov. Política nobelera. Ahora las miradas escrutan hacia el interior mismo de esos pueblos en pleno deshielo, y esta vez de verdad, aunque la nueva glaciación será más lenta de lo previsto.

Campanas al vuelo

Por ello, escritores como Anatoll Rybakov, Vladimir Makanin o el propio Dudintsev parecen contar con más posibilidades que el solitarlo y magnífico Zinoviev, el único que no cree en absoluto en la perestroika. Este año, en la estela de Cela, se hablaba ya del húngaro György Konrád, que, sin embargo, no tiene demasiada obra y también escapó a París, a no ser que haya regresado ya. Milan Kuridera. otro a punto de volver, ha triunfado demasiado, aunque tampoco estaría mal. En su propio país sigue Bohumir Hrabal, mientras la presidencia de Vaclav Havel le quitaría posibilidades, como la probable presidencia de Vargas Llosa en el continente americano.

Hemos echado las campanas al vuelo tal vez con precipitación excesiva, pues si la historia parece haberse desencademado, su velocidad vi sible se verá ralentizada por toda suerte de inercias y resistencias. Pero este deshielo que en esta ocasión parece seguro producirá en el Oeste una nueva glaciación, no se olvide, y ahí está el resurgimiento (de nuevos movimientos neofascistas en Europa y América para demostrarlo, en estos tiempos, además, en los que las reivindicaciones de Louis-Ferdinand Céline o Ernst Jünger -tan indiscutibles como la de Jorge Luis Borges, desde luego- son tan indiscriminadas y acumulativas como las que Hitler realizó de Nietzsche y Wagner. La polémica reciente que se ha desencadenado en torno a Heidegger permite imaginarlo todo, tanto como las florecientes votaciones de Le Pen y los republicanos de Alemania Occidental. Cada cual lleva su shador en la cabeza, no se olvide.

Acaso nos las prometíamos demasiado felices, con tanta posmodernidad y tanto pensamiento débil, y al haber arrinconado todas las banderas hemos dejado huecos abiertos a toda suerte de oportunismos. La llegada de los pueblos del Este nos obligará de todas formas a recuperar, a reflexionar, a revisar lo desechado por si la intemperie resulta demasiado fuerte. Será tanto cuestión de inventar la historia como de resistirla, aunque ese sernijaponés con nombre de volcán -Fukuyama- nos diga que ha terminado. Todo lo contrario, pues se abre una nueva etapa, y, si la Revolución Francesa ha celebrado un arquitectónico segundo centenario, la desaparición de las democracias populares significa tanto la muerte del totalitarismo como el resurgir de lajusticia de entre las cenizas de la victoriosa libertad.

Frente a las coartadas de Wole Soyinka o de Naguib Mahfouz, el diálogo Este-Oeste ha sido permanente en literatura, mucho más que el Norte-Sur. En el primero teníamos las espaldas bien cubiertas, hasta Japón había escapado de los moldes de Kawabata, y V. S. Nalpaul, con conocimiento de causa, resultaba más colonialista -o al menos criticaba el anticolonialismo- en nombre de una raza que se negaba a ser defendida por Doris Lessing, que tuvo que refugiarse en ficción científica. Pero ahora todo es tan distinto que la perestroika está dejando sin base a la novela del espionaje, tan floreciente hasta ayer mismo, como lo va demostrando el desanimado John Le Carré, que ahora ya privatiza a sus espías.

Resulta curioso que ahora, cuando ya estábamos totalmente convencidos de la necesidad de contar historias, de recuperar el sentido de la narración directa, de la aventura, de volver a los argumentos, a la creación de personajes, y a todo eso del ritmo y, de la seducción, las historias se nos estén empequeñeciendo más que nunca, se hagan diminutas, (den vueltas en torno a nuestros pequeños ombligos, y desemboquen en lo que Juan Benet llamaba el "pan y chocolate", o, en el mejor de los casos, en el "realismo sucio" norteamericano, huérfano ya desde la muerte de Raymond Carver. Ya habíamos conseguido escribir mejor que nunca y todo para arruinar al vacilante yuppy de Tom Wolfe y sus pequeñas vanidades, que tampoco son para tanto. Mucho más importante resultaba toda la violencia neoyorquina de alrededor.

Alud del Este

Habrá que esperar, por tanto, el gran alud literario que nos vendrá del Este, lo que al mismopempo introducirá en nuestras letras la necesaria dosis de gravedad y dolor, de amblción y nobleza. Pues en el Oeste la situación no era excesivamente prometedora, con la poesia reducida a sus diminutos mercados pi¡vados, el teatro cada vez más gesticulador y mudo, la filosofía desembocando en las páginas de los periódicos y la narrativa de consumo invadiéndolo todo. Las vanguardias resistirán en sus últimos bastiones, desde Pyrichon y Hawkes hasta la herencia de Georges Perec, el género histórico merece renovación -el último Eco así lo ha advertido-, los espías buscarán otros horizontes, el erotismo se ahoga en un vaso de agua y la novela seria será más formalista e intelectual al misirio tiempo.

Italo Calvino, el gran prestidigitador que acaba de dejarnos -poco antes del sutil resistente Sciascia- nos anunció un próximo milenio cargado de levedad, rapidez, visibilidad, pero también de exactitud, multiplicidad y consistencia. Las tres pnimeras condiciones dominarán el mercado, pero las tres últimas serán el privilegio de la verdadera literatura. Habría que reflexionar por qué, pese a su control del mercado internacional, las letras anglosajonas no hayan tomado el relevo de Faulkner, las franceses de Proust o Céline, y así sucesivamente, y que, tras la explosión latinoamericana, la mejor novela del último decenio haya surgido en Alernania e Italia. Y habrá que advertir también que, a pesar del huracán que viene del Este y que tan felices nos hace, las tres cuartas partes del mundo siguen ahí, que los controles se debilitan inexorablemente y que a pesar de las comodidades y perfeccionamientos de nuestra gran aldea global seguimos a la intemperie.

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