Cruzar la raya
MIJAIL GORBACHOV ha respondido a la decisión del Partido Comunista de Lituania de romper con el de la URSS asegurando en el Comité Central del PCUS, en Moscú, que, si se permitiera a los lituanos "cruzar esta línea, podríamos decir que estamos desmembrando deliberadamente a la Unión Soviética". Es muy posible que el presidente soviético no exagere: si el ejemplo de los comunistas lituanos fuese seguido en otras repúblicas, la desintegración del aparato comunista soviético produciría casi inevitablemente la desagregación de un Estado federal básicamente articulado sobre el monopolio del poder por el partido.En la extraordinaria revolución de la Europa oriental, el líder soviético ha permitido que la perestroika funcione de dos maneras distintas. En los antiguos países satélites, Gorbachov ha dejado que la dinámica histórica opere libremente y, con ello, que los partidos comunistas no sólo perdieran su papel dirigente exclusivo, sino que acabaran desapareciendo como tales, cambiando de nombre, de programa y hasta de ideología. En la Unión Soviética, por el contrario, la desaparición del PCUS, que durante 70 años ha sido de hecho el Estado, retrotraería al país, según los dirigentes reformistas soviéticos, a. una situación prácticamente de anarquía. De ahí su negativa, hace dos semanas, a aceptar que el Comité Central del PCUS, primero, y el Congreso de los Diputados, después, discutieran sobre la supresión del artículo 6 de la Constitución de la URSS, norma que establece el papel dirigente del partido comunista.
La decisión de los hombres de Gorbachov, justificada para evitar la ruptura de una federación que encierra fuertes tensiones centrífugas, ha provocado las protestas de los grupos de oposición, que sostienen que no hay razón para que la URSS no siga el ejemplo de otros países socialistas. Entre los que exigían radicalmente la anulación del papel dirigente se encontraban hace ya tiempo los lituanos. De hecho, fueron los primeros en votar la medida, iniciando un proceso sembrado de peligros. Ahora, han aprobado además la ruptura de su partido con el PCUS. Gorbachov sostiene que la decisión es ¡legal porque los delegados en el congreso celebrado en Vilna, la capital lituana, no contaban con un mandato para tratar de su escisión. La ironía de esta tesitura es que la decisión de romper con Moscú ha tenido que ser instigada por el líder lituano Brazauskas para permitir a los comunistas de aquella república báltica fortalecer su debilitada imagen antes de que se celebren elecciones en el próximo mes de febrero, es decir, precisamente para darse, y dar a Moscú, una oportunidad de triunfo frente a los independentistas lituanos.
La reacción de los reformistas soviéticos es comprensible, pero la cuestión que se les plantea es cómo evitar la secuencia lógica de un proceso que ellos mismos han puesto en marcha; dónde y quién debe establecer los límites que impondría una cierta prudencia política. El uso de la fuerza para doblegar a los lituanos ha sido excluido, tanto por el líder soviético como por el ideólogo del Kremlin, Medvedev. Es bueno oír a los gobernantes de Moscú asegurar que están contra la utilización de métodos militares y que abogan por soluciones políticas. Pero ello no hace menos comprometido el próximo viaje de Gorbachov a Vilna. Allí intentará convencer a los lituanos de que se abstengan de sacudir el barco. De la visita del presidente soviético dependen dos cosas: que un enconamiento de la crisis no provoque el debilitamiento de su propia posición y que pueda evitarse una ruptura total del PCUS antes de su congreso en octubre de 1990. Dada la gravedad del momento, el PCUS ha suspendido sus trabajos hasta el regreso de Gorbachov con la esperanza de que éste sea capaz de "comprender mejor a los lituanos y explicarles mejor la política" de Moscú.
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