¡Títeres para el pueblo!
Tres andanadas llevamos ya con ésta hablando de automatismos y de sus servicios a la libertad, sépase cuáles y libertad de quién, y también es grande que no nos hayamos parado a conmemorar al padre Freud y sus descubrimientos; acaso haya sido por la mala coincidencia de que la Cultura Oficial se estaba. dedicando ese año '89 a conmemorarlo a su manera, nefasta siempre. Bueno, pues lo hacemos ahora, venga, que en esta guerra tan larga que nos traemos nunca es del todo tarde.Sus descubrimientos se centran en éste que uno hace cosas sin saber uno lo que uno hace: lo que la noción de 'uno' padece en consecuencia es lo que él se dedicó a estudiar, a menudo clarividentemente.
Algo de eso había proclamado Cristo en la cruz, "No saben lo que hacen", mientras que Sócrates había gastado su vida en insistir en el punto complementario, "Se creen que sí lo saben" (nadie hace mal sabiendo que haga mal); y es además casi una trivialidad, eso de que se hacen cosas sin saber lo que se hace, que cualquiera del pueblo llano podía haberlo dicho en cualquier momento de descuido. Pero ahí está la gracia de los descubrimientos verdaderos: en decir lo que la gente diría si se la dejara hablar (esto es, si no se la convirtiera en individuos, o sea idiotas, que sabe cada uno lo que sabe), sólo que poniendo, como Freud, una apasionada constancia en llegar, a través de una riqueza de observaciones despiadadas sobre los prójimos y sobre uno mismo, a formular la evidencia por una precisión hiriente, que pueda rasgar el velo de las ideas particulares con que informa Dios las almas.
Y, dejando de lado naturaleza, instinto, pulsiones, inconsciente infinito, abismos que más vale no andar ideando mucho, y Freud mismo pecó seguramente un tanto por ese lado, su exploración de los fondos de media profundidad nos puso a la mano las regiones y mecanismos subconscientes de las almas, es decir, el sitio adonde van a parar las cosas que se han sabido (conscientemente) y que, por represión o por lo que sea, han tenido -que olvidarse-de-conciencia, para desde allí seguir operando tanto más eficazmente.
Lenguaje popular
¡Cómo no vamos a guardarle a Freud especial agradecimiento los que tanto hemos usado esa evidencia para ponerla en relación con el lugar donde yace el lenguaje mismo popular, la razón común, que permite que hablemos sin necesidad de pararnos a saber cuáles son las organizaciones sintácticas de frase que empleamos ni con qué reglas se combinan los fonemas para formar las palabras que nos salen!
Gracias a esa despreocupación (imagínese usté que tuviera que andar pensando la fonémica y sintaxis de cada improperio que pronunciara, que no tiene usté ni idea, macho) podemos hablar de las cosas libremente, para decir las más de las veces, es cierto, las idiocias que está mandado, pero de vez en cuando, no: de vez en cuando, dar acaso con la fórmula de poesía feliz que ruede por muchas bocas y oídos al servicio de la gente, o dar con razonamientos que rasguen, como los de Freud, el velo de las mentiras en que el Poder, estatal y personal, se asienta, y descubran por vislumbre algo de lo que late por debajo, lo que cualquiera sabe y nadie dice, porque... ¡cualquiera sabe!, ¿verdá usté?
Llamamos producciones automáticas, a las que surgen de esas regiones sub-conscientes; y el del habla es el primero de los automatismos (no voy a pararme a razonarlo ahora, que bastante lo he razonado en otras partes), pero sobre él, sobre su huella y modelo, acompañado del de andar en dos pies, que el otro día conmemorábamos, se montan luego otros automatismos, Muchas veces de gran utilidad y también benditos: en relación con el ritmo (voluntario, primero; luego automático), en la andanada anterior citábamos el del baile; bueno, pues otro es el de la poesía, la de los tiempos en que vivía tal cosa en este mundo.
Se trataba entonces (no sé si usté recuerda) de que ciertas reglas y tradiciones artísticas cuidaban de que el habla, ya fuese para recitar o para cantar, se produjera, no a la buena de Dios, como en el uso laboral y cotidiano, sino rítmicamente ordenada, por trucos que regularan el retorno de las entonaciones de frase y coma, que acentos de palabra y clases de sílabas se sucedieran según módulos de ritmo, y hasta metro, más o menos rigurosos y, en fin, que aquello marchara no con el ritmo impreciso que se anda descuidadamente por la calle, sino sometiendo, por imitación, la producción del lenguaje a los ritmos netos y legales con que galopa el caballo o ruedan los soles o golpetean las olas contra el cantil o palpitan los corazones cuando no nos acordamos de ellos.
Con eso se ponía en obra la doble operación de hacer el habla placentera, con el placer de lo exacto y ordenado (placer análogo, sólo que más primitivo, al que nos dan los números) y, a la vez, hacerla descubridora: descubridora, lo primero, del tiempo, de esa cárcel y cadena a que están las vidas humanas condenadas; que ya con el solo latido rítmico de la voz por debajo de las palabras o razones, esa condena del tiempo, que en la vida corriente se oculta al venderse como natural, se insinuaba poderosamente y se revelaba; a la par luego con ese latido y por él constantemente inspiradas, podían las palabras o razones dar de vez en cuando con fórmulas del sentido que hicieran temblar las ideas dominantes y revelaran por la herida algo de la mentira de nuestro mundo.
Hechizo de la poesía
Pero la gracia de ese doble hechizo, placentero y revelador, de la poesía es que se hacía por lo bajo, sin que el oyente se percatara del mecanismo ni tuviera que tener noticia alguna de sus trucos rítmicos; más aún: es así, sin darse ellas cuenta, como esos ritmos eran eficaces en las almas -bastante bien lo dice Cicerón en el Orator a propósito del ritmo oratorio y de la prosa, que también tiene su ritmo (¡quién le diría a usted que estas mismas 'Noticias' que, merced a la misericordia de ese Rotativo, lee usted de cuando en cuando, van también dotadas de sus trucos rítmicos, para mejor hechizarlo a usted y desvelarlo al tiempo, si por ventura tuviera usted vagar para leérselas al menos en voz baja!), y asimismo los artífices de tal artesanía tenían que pasar por una fase de aprendizaje consciente y voluntario (ésa de contar los pies o sílabas con los dedos), hasta venir, a fuerza de ejercicio, a olvidar-de-conciencia el arte, para que operasen automáticas sus reglas, y ya desentendiéndose de los números del ritmo, al aire de su pálpito mecánico, jugaran a combinarse palabras, razones, evocaciones o lamentos, por si alguna vez hablaba a través del operario el lenguaje popular mismo, que es el solo que sabe hablar.
Sueno, pues también de esa gracia de la poesía (y peligro acaso para el Orden establecido) ha querido privarlo a usted el Señor en su progreso: lo que le venden a usted por poesía es, ya sabe, una cosa liberadá (siga V. aprendiendo lo que es libertad, amigo) de los números del ritmo, que, sin haber sonado, nace ya escrita, destinada a no sonar nunca (ya oye lo que pasa cuando se la quiere hacer sonar a la fuerza, en medio de las letras de canciones para masas, que ya usted oye a lo que suenan, las muy cabronas) ni a jugar para los corazones de la gente el juego mortal del tiempo: en su texto, pasar no pasa nada: se dicen cosas y apenas pretende distinguirse de otros textos literarios por lo semántico, ciertas imágenes, agudezas evocativas o tímidas figuras retóricas que parezcan menos propias de artículos o novelas. En suma, se le ha dado el cambiazo de aquel juego por esas dos cosas que, no sin su razón, van juntas: la fe en el significado y la creencia en la persona; por ejemplo, la del poeta, cuyo nombre sepulta la poesía, como lápida inmortal con que el Señor va, en la Historia de la Literatura, a premiarle por su servicio de falsificación y conformidad.
Una de las formas de la poesía era aquel artilugio del teatro, que hoy, al igual que todo lo demás, encuentra usted muerto en mera literatura, montando todavía a la tablas trabajosamente (porque es parte también de la Cultura, ésa que a la gente corriente no le sirve de nada, pero al Estado y Capital de tanto), para sobre ellas exponer asimismo algún significado, argumento, mensaje, idea o genialidad expresiva (del pobre autor o del potente metteur en scène, da igual), o sea lo mismo que podía usté haber mucho mejor recibido leyéndoselo en su camita; en fin, cualquier cosa que ocupe el puesto de aquello de que le han privado y que era toda la gracia del juego teatral, el ritmo peculiar de la acción, dramática, otra vez el juego mortal con y contra el tiempo, que, al presentar aritméticamente exagerado lo automático y contado y medido de los pasos y las pasiones y las mudanzas de las máscaras personales y el silabeo de sus palabras, revelaba por lo bajo (sin necesidad de significarlo) el automatismo de los movimientos de la vida, la cadena y esclavitud de las horas y los días, que en la vida cotidiana le vendían como naturalezas o naturalidad y libertad personal de usted; y así, al revelar la servidumbre, producía en el público aquel aliento de liberación que en la pedantería reinante seguía citándose con el nombre de kátharsis con que Aristóteles aludiera a ello.
Presentar a los hombres danzando como títeres, movidos por maquinaria y por los hilos de lo alto, era lo que ya desde antes de Homero se hacía con los muñecos grandiosos de la epopeya y lo que luego se seguía haciendo en la tradición teatral viva, lo que en las más humildes celebraciones de los cómicos ambulantes se ofrecía: títeres para el pueblo: revelación, venganza y liberación, por medio de la imitación rítmica de las acciones y movimientos.
Catarsis
No hay cuidao de que se le produzca a usted nada de esa kátharsis cuando le dé por ir al teatro: se le dará lo mismo que en el cine o la televisión: argumento, significado, en fin, literatura (que, aun cuando escojan alguna obra que podría dar juego en escena, por ejemplo de las últimas en nuestra lengua, las de Valle-Inclán o algunas de las menos pretenciosas de García Lorca, a literatura se lo reducirán a usté todo, y a Historia de la Cultura Contemporánea; y permítame usted en este paréntesis la vanagloria de que, no habiendo participado estos años en la nefasta celebración de la muerte de García Lorca, fuimos en cambio los primeros después de la Guerra Civil, el año '59 y en el teatro 'Lope de Vega' de Sevilla, en presentar danzando sus Títeres de Cachiporra) y admirará usted la expresividad o naturalidad de los actores, que, en vez de usar su voz y cuerpo como títere, se identifican con el personaje, y en vez de liberar de nada, contribuyen al engaño de la libertad de la persona, y sufrirá con ello el mismo aburrimiento recubierto de diversión que en los otros espectáculos o juergas, con la compensación ocasional de que está haciendo cultura y haciéndose usté culto.
No me tome usted a mal, si no estaba interesado por cosas tan perifollescas como el teatro y la poesía, que les haya dedicado tanto espacio en estas sus 'Noticias', que suelen más bien versar sobre asuntos que tocan a la miseria laboral y cotidiana de cualquier hijo de madre. Pero es que había que mostrarle con algún ejemplo más lo que venía contándole de las relaciones entre los automatismos y la libertad y sobre el embuste democrático fundamental de la fe en la libertad de cada uno.
Y además, sobre el robo que le han hecho de esas artes y fiestas rítmicas de la poesía y el teatro, es sobre lo que se monta el negociazo cultural de Capital y Estado: el gran negoció con el tiempo vado, si, que se engendra en el Trabajo inútil de hacer lo que está hecho, pero que se mantiene con los implementos de la diversión (o sea, venderle el tiempo vacío siempre como llenado, o sea, aburrirle a usté sin que se dé ni cuenta), ya sabe, televisión, discotecas, agencias de turismo, máquinas tragaperras... Poco sitio le dejan para la vida.
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