La 'perestroika' no llegó a Washington
La justificación aducida por Estados Unidos para el envío de unidades de combate a distintos países de América Latina se ha centrado, casi sin variación desde que esta práctica se instituyera como tradición en el continente, en la necesidad de preservar las vidas de sus ciudadanos y los intereses nacionales de la gran potencia, supuesta o probablemente en peligro ante coyunturas críticas.En algunos casos, como el de la actual invasión a Panamá se añade la idea de "restaurar la democracia", lo que completa una trilogía de elementos cuya combinación no siempre ha sido igual pero que se ha mostrado a veces trágicamente inútil y a veces dolorosamente efectiva para sus propósitos.
El área de Centroamérica y del Caribe es la que ha sufrido mayor número de acciones militares directas de Estados Unidos desde mediados del siglo pasado, aunque otras formas de intervención que también desembocaron en conflictos armados han sido experimentadas por casi todos los países latinoamericanos. Desde la ocupación de San Juan del Norte (Nicaragua, 1847) por parte de la infantería de Marina norteamericana hasta la invasión con una fuerza aeronaval en la isla caribeña de Granada (1983), más de medio centenar de operaciones militares de diverso calado jalonaron el acceso al siglo XX de un continente políticamente en formación.
En el caso de la vía interoceánica del Canal, de gran importancia estratégica, la zona fue invadida en varias ocasiones antes y después de que Panamá se desgajara de Colombia, en 1903, hasta lograr la permanencia de una fuerza militar estadounidense en el Canal.
Guatemala, 1954
Finalizada la II Guerra Mundial son paradigmáticos los ejemplos de acciones promovidas por Estados Unidos como la efectuada para derrocar al Gobierno del presidente electo Jacobo Arbenz (Guatemala, 1954), que concluyeron en un bombardeo de la capital del país y en la dimisión del mandatario. El Gobierno de Arberiz había expropiado tierras sin cultivar de la poderosa firma estadounidense United Fruit. O el desembarco de unos 40.000 marines en la República Dominicana (1965), tras el derrocamiento dos años antes del presidente Juan Bosch.
Algunos intentos frustrados, como el apoyo al desembarco de fuerzas anticastristas en Bahía de Cochinos (1961), marcan un proceso que se ramifica en intervenciones indirectas, aunque claras, en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile (1973) y el mantenimiento de la contra nicaragüense. Y que se amplía en la inspiración doctrinaria y, a veces, la ayuda logística brindada por distintas Administraciones norteamericanas a los golpes militares que derrocaron regímenes constitucionales latinoamericanos, en especial a partir de 1964 (Brasil).
Este cono de sombra que proyecta la injerencia de Washington en Estados en formación, dentro de su zona de influencia, ha alimentado un reflejo nacionalista en los países latinoamericanos que tiene distintos cauces y unifica tejidos sociales muy diversos en el continente, de los cuales los equipos de gobierno son sólo una parte y no siempre la más significativa.
En esta dinámica de acción-reacción, conceptos como defensa de la soberanía nacional o de la dignidad como país pueden ser esgrimidos para causas diversas, tanto para consagrar poderes carismáticos y autoritarios como para articular un proyecto de país relativamente dueño de sus decisiones.
La acción militar en Panamá ordenada por el Gobierno de George Bush aparece inspirada en las viejas doctrinas intervencionistas que han formulado ilustres prohombres norteamericanos y no en la actual dinámica de distensión internacional. Una reestructuración mediante la cual las áreas de influencia de las superpotencias (y los pueblos incluidos en ellas) inician una lenta recomposición hacia un equilibrio nuevo, que disminuya el uso de las armas para resolver conflictos de intereses. Con relación a América Latina, al parecer, a Washington no ha llegado aún la perestroika.
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