Un chico auténtico
La gente que conoce a José María Sicilia puede tener diferentes opiniones sobre la obra de este madrileño de sólo 35 años. Hay enfervorecidos detractores y entusiastas defensores, pero ambos destacan un punto indiscutible: su autenticidad. Sicilia es auténtico en todo lo que hace, tanto en su vida personal como en su creación pictórica. Por eso ha preferido dejar el bullicio parisino para instalarse con su mujer, Céline, y su hijo Carlos en una antigua, casa solariega en Soller, fuera de las aglomeraciones playeras de Palma. Un lugar próximo a las casas que ocupan algunos de sus amigos: Miquel Barceló o Miguel Ángel Carnpano.La casa de Soler, comprada hace un par de años a base de préstamos hipotecarios, es casi un lugar perfecto para este ahora triunfador que no cosechó excesivos éxitos escolares en el inadrileño colegio de Él Pilar. Allí pasa los días rodeado de terrenos sembrados de naranjas y limones y por el que corren liremente ovejas, patos y gansos a los que Sicilia sigue con una curiosidad casi infantil.
Su estudio es un perfecto refugio en el que Sicilia es capaz de gastar toda la luz del día ensayando nuevas fórmulas. Allí ha visto la luz la colección de gigantescos lienzos blancos que en enero se expondrán en NuevaYork y en la galería Marga Paz de Madrid. El blanco deslumbrante está lleno de matices táctiles y visuales. Con ellos Sicilia ha utilizado diferenles materiales, entre ellos, la silicona. Al igual que con sus anteriores obras, los cuadros están montados con módulos, de los que casi siempre suele desestimar la mitad del innaterial. En la selección sólo deja que intervenga su criterio, nunca marchantes ni galeristas.
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