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Afrodita, en el 'topless'

Las mujeres se inhiben ante la pornografía, aunque comienzan a visitar a los 'chicos de alterne'

Ana Alfageme

Apenas compran artículos eróticos, aunque se sabe de secretas aficiones por la lencería y los vibradores. Mandan emisarios en busca de revistas pornográficas o vídeos: a una de cada cinco mujeres universitarias, por ejemplo, le estimulan las películas eróticas. A la parafernalia del sexo se acercan las señoras con inhibición, aunque las cosas pueden estar cambiando. Algunas se animan a escribir textos eróticos; otras, las feministas, optan por enterrar el hacha de guerra antipornográfica y reivindicar la fantasía, y algunas, en comandita o en solitario, empiezan a visitar a los nuevos chicos de alterne.

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Enfundada en cuero, con tacones y minifalda, no para de dar vueltas a la tienda. Hace que el paciente encargado le enseñe, uno detrás de otro, todos los vibradores que hay. Queda en volver otro día. "Es que no he encontrado nada natural", comenta. Es un regalo "para una compañera de trabajo muy estrecha". Pero ella, unos veinte años, aunque envejecida por el denso maquillaje, la gruesa raya en los ojos y el pelo pajizo de bote, vino otro día "a por ropa", lencería para su uso personal. "Y he vuelto porque a mí no me da corte". Es la única mujer entre los hombres malencarados y cabizbajos que deambulan ante los expositores a rebosar de muñecas / os hinchables con bocas desencajadas y penes desmesurados, dildos, taponadores anales, artículos de broma, lencería, látigos, vídeos y revistas increíbles que resumen todo el arco iris de las variantes sexuales.Persignarse

"El otro día vinieron dos matrimonios maduros. Las señoras se persignaban constantemente delante de dos pelvis, una de mujer y otra de hombre. Son de las que espantan al diablo y sin embargo, les gusta", cuenta Alberto, el dependiente de la tienda, enmarcado por unos capullos de rosa que resultan ser bragas. "Las mujeres vienen solas o en grupo. No es habitual, aunque ha habido días en que eran mayoría. Y también parejas que entran juntos a las cabinas de video", dice señalando la fila luminosa de puertas del piso de abajo en las que el visitante puede ejercer de voyeur por 20 duros. No hay mujeres que escuchen al incansable pincha-discos, que anima a la clientela a disfrutar del peep-show, en el local madrileño que se autodenomina el mayor sex-shop de Europa. "Ellas vienen y miran, y luego mandan a sus maridos o novios a por las cosas, eso seguro. Cuando compran, se llevan vibradores, ropa y artículos de broma para regalar".

"La lencería me parece un elemento erótico maravilloso. Se trata de hacer más difícil el acceso, en fin.. . ", dice Ana, una profesora de 35 años, que utiliza con su pareja revistas y vídeos, pornográficos a discreción, en función de poder disponer "de más tiempo, tranquilidad y soledad". Cree que muchos/as siguen sus mismas costumbres "aunque mienten como bellacos" y considera que los productos eróticos están dirigidos por igual a los hombres y las mujeres: "La demanda aparente es masculina, pero las cosas las usan los dos". La diferencia es que en los hombres no existe inhibición. "Uno va por la vida pensando que los hombres follan, como si las mujeres no lo hicieran..." Y pone el ejemplo del preservativo, un dispositivo en cuyo uso debe estar especialmente interesada la mujer, "y sin embargo, siempre lo compran los hombres, ya ves". Cosas de la vida, se incluye en ese grupo, prefiere que consiga las revistas o los vídeos su pareja, aunque confiesa que sí ha aparecido por un sex-shop, en busca de preservativos.

Quien aún no ha visto una sola mujer eri las tres semanas que lleva en una tienda del sexo de la zona de Gran Vía, en Madrid, es su imberbe dependiente, que pone cara de susto al ver aparecer a esta periodista. En otro sex-shop cercano, el encargado asegura que los fines de semana, el bar cuando lo había hace unos meses, "se llenaba de matrimonios". Acuden muchísimas menos mujeres que hombres (solo un 5%) que normalmente curiosean y no compran. El barrigudo portero de un antro de Chueca que anuncia un espectáculo pornográfico en que una pareja se lo monta sobre el escenario, tampoco ve mujeres. "Al mes vienen dos o tres matrimonios", concede, "pero aquí se trata de poner a tono a los hombres para las chicas del local".

Una mano indecente

"Usted sería la primera mujer a la que vendería una revista porno", asegura un quiosquero de la calle de Atocha que lleva años allí; "compran esos tebeos [por los eróticos] mujeres raras, de esas que no han dormido en toda la noche", afirma otro. El encargado del video-club de un Vips dice que rara vez alquilan las mujeres películas eróticas, colocadas en el apartado drama. "Usa videos muchísima gente y los que se las dan más de estrechos, más lo utilizan", asegura Elba, periodista de 40 años, quien, sin embargo, los ha visto con otras parejas, "de cachondeo, nunca para excitarnos". Prefiere la fantasía.

Según La conducta sexual de los españoles, de Carlos Malo de Molina y otros autores, publicado en 1988, una de cada 10 universitarias españolas reconoce que acudiría a recursos pornográficos en la pareja. Una de cada cinco de estas mujeres se masturba habitualmente con películas porno. A un 40% le excitan las narraciones eróticas sobre el sexo contrario. Otra encuesta reconoce que un 6,5% de ellas utilizan consoladores, sobre todo entre los 31 y los 40 años. Una proporción casi idéntica usa vibradores.

"A ver, una mano indecente", vocea un apretadisimo y coqueto señor, enfundado en una malla, el torso al aire, con pajarita y puños. Una de las 11 chicas del grupo sale disparada a sacar el numerito para el sorteo de un pimiento relleno (de pene). La agraciada es Gloria, de 35 años, empleada, que surge del grupo que más ha silbado en el espectáculo de chicos que acaba de concluir: "¡Uhh!, ¡qué tío!, iguau!!!!". Se ha visto un ingenuo desnudo y mucho strip-tease mediocre inacabado. No celebran nada, son compañeras de trabajo -su edad oscila entre 25 y 35 años- y el top-less masculino, que lleva abierto dos meses, les pareció un buen sitio donde ir.

En la otra esquina del diminuto local, lleno de espejos, se sienta un grupo más tímido y más carroza, de mujeres formalitas, que ha venido ex profeso desde Alcalá de Henares. Es una despedida de soltera. El ambiente, con todas mirando medio arrobadas y pegándose codazos, es colegial, como observa una empleada. "Entran mirando para abajo, pero luego salen encantadas", dice el dueño.

Beneplácito feminista

Cuando Gloria, que durante el espectáculo le ha dejado a un galán heavy sin medio pantalón, regresa con su regalito, surgen los comentarios: "Mira, tensa pero blandita". "¿Ya se te ha olvidado como es?". Los chicos, botella de champán en mano, se sientan entre ellas. Javier, de 25 años, uno de los seis mozos que alternan, reconoce que las solteras son las más desinhibidas, aunque no hay que perder de vista a las divorciadas. "Cuando te meten mano no te sueltan".

Juan, dueño de otro local que ha abierto la semana pasada también en Madrid en el que -al contrario que en el primero- admiten, además de mujeres, parejas, cree que hay dos tipos de clientas, "las que tienen entre 30 y 40 años y vienen solas a tomarse una copa y a hacer proposiciones a los chicos, y las más jóvenes, de las despedidas de soltera, que chillan, piropean y, de vez en cuando, se les escapa una mano". Ellos tienen prohibido hacer lo mismo.

Beatriz Pottecher, autora del libro Artefactos eróticos, guía de objetos estimulantes del deseo, y una de las escritoras que últimamente ha mostrado interés por el erotismo (véase el libro Camas de Lourdes Ortiz, el de lencería de Ana Rosetti o las archivendidas Edades de Lulú, de Almudena Grandes) cree que la mujer ha ele seguir su propio camino. "Siempre ha estado más interesada por su propio cuerpo que el hombre y su sexualidad es ilimitada, aunque esté más insatisfecha". Ella ha investigado la imaginería erótica de la antiguedad.

"Reconocer la excitación que produce este tipo de materiales está bien", reflexiona la feminista Empar Pineda. Sobre la pornografía está debatiendo el movimiento feminista español, que "opta por huir de establecer una normativa" y reivindicar la fantasía sexual y el particular mundo emocional de la gente, frente a la rígida actitud de condena de antes hacia el sexo y su industria. Cree que buena parte de la paraflernalia pornográfica es misógina -"aunque de la misma manera que cualquier otro material literario y artístico"-, pero las mujeres lo usan mucho. "Es muy sano que las feministas no participen en los movimientos antipornografía, como en EE UU", se congratula.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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