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Camilo José Cela llegó a Estocolmo para recibir el Nobel

El autor ha escrito un discurso de 15 folios

Juan Cruz

ENVIADO ESPECIALCamilo José Cela pisó ayer Estocolmo para cumplir esta semana el rito de recibir el Premio Nobel de Literatura, que le fue concedido el último 19 de octubre y que constituye, como él dijo cuando tenía 25 años, el destino natural de un escritor. Hoy llegarán para unirse con Cela amigos suyos y su propio hijo, y también vendrán autoridades españolas, de su comunidad gallega y del propio Gobierno. El Nobel, por su parte, ha concluido ya su última obra literaria, el discurso que va a pronunciar el viernes en la Academia. Tiene 15 folios y termina con la palabra libertad. Él no lo quiere resumir ahora.

Con la timidez que ha hecho famosos sus exabruptos, este hombre que fue grueso y hoy es Nobel, llegó a Estocolmo como un personaje de Joyce celebrando misa con riñones, mayestático pero humano, rodeado de una cuadrilla que siempre fue grata al gallego de El gallego y su cuadrilla: periodistas, gentes de mal vivir. Hoy se juntarán a él algunos de los personajes de su historia vital, entre ellos su hijo, y ayer le acompañó, como estaba previsto, su compañera Marina Castaño, que estará con él en las ceremonias.Tiene el discurso hecho y el frac a su medida descomunal pero pausada. Está cansado del ajetreo habido -"jodido pero contento"-, pero como cualquier mortal, aunque sea académico, lo simula vestido con una ropa oscura, levemente rayada, y viaja con un equipaje simbólico: la vieja ironía de quien se sabe espejo de otro, personaje de novela que cumple el último rito de ejercer de escritor hasta en la metáfora de su oficio.

El premio, que como hubiera querido su legatario, Alfred Nobel, ha tenido en el mundo cultural español el efecto multiplicador de la dinamita, le será entregado el domingo por el rey Gustavo de Suecia, pero antes Cela no parará de hacer cosas. Ayer hizo la que más le gusta, que es viajar, y lo hizo al que supone que es el destino normal de un escritor, Estocolmo, y el viernes hará lo que tampoco le disgusta del todo: hablar en público. Lo hará en la Academia sueca, un edificio sobrio, como de café con leche, que está al lado del gran lago de Estocolmo. En ella Cela defenderá la fábula, y durante 45 minutos -"lo que me han pedido"- presidirá con el vozarrón que no le ha sido arrebatado por la edad, la sesión más solemne de la institución.

Cela se manifestaba ayer cansado: "Estoy cansado, jodido pero contento. Esto de la popularidad se lleva al principio bien, pero luego se lleva muy mal. Pero si se piensa bien es un mal que se lleva bien". Resignado a simbolizar la estatura que le requiere el papel de Nobel, Cela se sometió al llegar a Estocolmo a una rueda de Prensa multitudinaria en la que le preguntaron, los suecos y los españoles, de todo lo divino y lo humano.

Le dijeron que si era verdad que le decía cosas obscenas a las mujeres, y Cela eliminó la cuestión remitiendo al periodista a su obra literaria; explicó que no se sentía "ni avergonzado ni arrepentido" de ninguna página literaria suya; al periodista que le indicó que se le había acusado de favorecer a Franco en la guerra civil, le respondió: "Franco pidió que la policía retirara la primera edición de Pascual Duarte. La censura prohibió La colmena, que salió en Buenos Aires. Y yo fui expulsado de la Asociación de la Prensa y mi nombre fue prohibido en la Prensa española. Así que ese es un caso claro de colaboracionismo"; repitió Cela.

Cela irá a recibir el Nobel vestido con pajarita negra, como se hace en el Vaticano y como se hace en la Academia española, y ese detalle que en España podría parecer baladí en Suecia es primera página. Tan es así que ayer el escritor, muy humilde, comentó mirando a los lados: "Pero si hay que cambiar el rito para acomodarlo a lo que se tenga que hacer, pues se cambia".

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