Década en claroscuro
En menos de 10 años -desde aquellos rumores sobre el cáncer rosa que recorrían los partys gay en el alegre San Francisco de 1981- el virus de la inmunodeficiencia humana, causante del SIDA, se ha llevado por delante 300.000 almas, ha infectado más de cinco millones de personas, ha destrozado parejas y familias, ha generado discriminaciones, moralinas de tres al cuarto y una tremenda alarma. En menos de 10 años, el imprudente sexo se ha vuelto prudente y nos hemos hermanado en una amenaza que tiñe todas las edades y los grupos. Si el SIDA nació en los 80, los 90 son una sombría incógnita en la que la epidemia puede multiplicar su magnitud y convertirse, desde el Tercer Mundo, en una bomba comparable a las pestes del medievo. En 1991, habrán enfermado más de un millón de personas, muchas de ellas ya infectadas ahora mismo.
Pero la historia de esta década es también todo el esfuerzo de la Ciencia y los Estados, apremiados por colectivos que ven morir sus compañeros y amigos. En sólo nueve años, se ha identificado la enfermedad, el agente causante y las vías de contagio, y contando ya con una droga -el AZT- que alarga la vida del enfermo, se ensayan 60 fármacos más y al menos cuatro tipos básicos de vacunas. Nunca la ciencia fue tan rápida. Nada queda para que esta década concluya, pero aún hay tiempo para que los 80 se lleven por delante a su más singular azote, siguiendo los vaticinios de algún buen científico.
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