Una huelga efectiva
La huelga general celebrada -en el mejor sentido del término- ayer en Checoslovaquia ha sido una impresionante demostración de la unidad popular contra el sistema. Con su éxito total en todo el país, desde PIzen junto a la frontera con Baviera hasta Kosice en el extremo oriente eslovaco, supone el gran colofón de diez días de manifestaciones masivas que han roto ya de hecho y definitivamente el monopolio de poder del partido comunista.El comité central tuvo que ceder de nuevo ante la población y cesar a tres miembros del buró político incompatibles con la reforma que se ve obligado a emprender. Caen Miroslav Stepan, jefe del partido en Praga, el más joven de los más duros, Miroslav Zavadil, el ultradogmático jefe de los sindicatos y Jozef Lenart, que fue secretario de relaciones exteriores del comité central.
Ingresan en el buró político algunos hombres con cierta aureola de reformistas, como el jefe de las Juventudes Comunistas, Vasil Mohorita, y Miroslav Valek, poeta y exministro de Cultura eslovaco, que ya hace años se manifestó en favor de mayor tolerancia en el terreno cultural y algo de veracidad en los medios de comunicación. Los otros cinco nuevos miembros, entre ellos dos mujeres, Valeria Petrinkova y Hana Kozesnikova, son funcionarios desconocidos cuya línea política habrá de revelarse en la preparación del congreso y gestión de la crisis.
El partido ha comenzado, superada la estupefacción inicial, la campaña de renovación de imágen, clásica ya en el este de Europa. El nuevo secretario general, Karel Urbanek, partió en su automóvil privado hacia las minas de Kladno para hablar con los mineros. El negro Tatra oficial con sus cortinas echadas, tan habitual por las calles de Praga se quedó en el garage. Tras veinte años de desprecio hacia la opinión pública, los líderes checoslovacos, como ya hicieron los alemanes orientales hace semanas, se ven obligados a recurrir al marketing.
El comité central ha convocado un congreso extraordinario para enero, convencido ya de que no podía esperar hasta mayo como estaba previsto. Quizá incluso enero sea tarde, pero la imposibilidad de una convocatoria anterior es un argumento plausible. El congreso habrá de rehabilitar a los depurados de la normalización, recalificar la intervención extranjera de 1968 y derrogar o condenar el ominoso documento de 1970 sobre las Lecciones de los años de crisis.
Las manifestaciones populares concluyen así su primer ciclo. Las presiones de la oposición democrática en las próximas semanas deberán adquirir nuevas formas. Su capacidad de convocatoria está mas que demostrada. Las negociaciones con el primer ministro Ladislav Adamec están en marcha, si bien nadie sabe de qué poder y margen de maniobra dispone. Adamec no está en el nuevo presidium. Sería ingenuo creer que no le debilita esta ausencia del máximo gremio.
Por otro lado, tras su grandiosa victoria, la oposición tendrá que estructurarse. El Foro Cívico ha presentado ya un programa de siete puntos para la democratización del país, en el que exige elecciones libres y una economía de mercado. Vaclav Havel es un dramaturgo y quiere dedicarse a escribir. El cardenal Frantisek Tomasek tiene 90 años. Alexander Dubcek es un símbolo. La oposición entra en una fase donde necesita políticos y no solo grandes hombres que han asumido el papel de conciencia nacional.
Checoslovaquia cuenta con cabezas para dirigir esta nueva experiencia democrática. Son los represaliados de 1968, desde Zdenek Mlynar a Jiri Dienstbier, los líderes jóvenes del movimiento democrático y personas de gran capacidad que lograron sobrevivir en el aparato como los economistas Valtr Komarek o Milos Zeman.
El proceso está en marcha y no hay marcha atrás. Pero la huelga ha demostrado ya que el régimen no tiene mayoría silenciosa a la que remitirse. Checoslovaquia, por tradición y estructura social tendrá menos dificultades que otros vecinos para crear las estructuras de una sociedad moderna. Praga no está evocando el espíritu de 1968 para reformar el socialismo. Checoslovaquia evoca el espíritu antifebrero que quiere acabar con el sistema impuesto en aquel febrero veinte años antes, 1948, cuando el PCCh secuestró la voluntad democrática de este pueblo centroeuropeo.
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