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Dionysos el suburbio

La mitología griega es de un valor fundamental como base para el estudio de las pasiones y sentimientos, también para el de todas las actividades humanas. Algunas divinidades enigmáticas en sus orígenes son todavía más sugerentes dentro del estudio de las pasiones, incluso de las que parecen contradictorías entre sí. Creo que, entre ellas, la de Dionysos, Baco, es la que puede dar lugar a más meditaciones. Porque, en efecto, basta con leer, de un lado, Las bacantes, de Eurípides, y, de otro, Las ranas, de Aristófanes, para encontrarse ante una divinidad terrible, vengativa e inexorable de la que puede uno reírse a mandíbula batiente en los días festivos dedicados a ella. Esto resulta inconcebible en cualquier otro sistema religioso de los que nos son familiares que no sea el griego. Pero metiéndonos más adentro en el mundo dionisiaco, hallamos relativamente pronto la razón de esta aparente sinrazón. Dionysos es el dios del vino, el dios que preside toda una serie de goces sensuales, físicos, tanto de hombres como de mujeres. Ninguna pintura de vaso griego o representación antigua da idea más directa e intuitiva de una bacanal que el espléndido cuadro de Tiziano que se conserva en el Museo del Prado. Pero Dionysos es también el dios de la violencia, que sobreviene cuando se abusa de la bebida, y expresa el desenfreno sin límite, la furia irracional y no contenida. Las bacanales en este sentido fueron monumentos de peligro público e incluso político, como se advierte en una fecha de la historia de Roma.El culto a Dionysos hace mucho que dejó de existir, pero de la fe en la existencia del dios nos queda un caudal de conocimientos de interés literario, también interés psicológico y sociológico.

Nuestra concepción de lo trágico, de lo cómico y de lo tragicómico depende del cuento dionisiaco y de lo que acerca de él se ha pensado cientos de años después de que se extinguiera. Porque allá por los años 1870 1871, en fechas graves para Europa, el espíritu potente y atormentado de Nietzsche reflexionaba acerca de lo que es, en esencia, el espíritu dionisiaco y producía una obra que él mismo criticó luego y que fue objeto de censura por parte de helenistas ilustres. Pero, con perdón del autor y de estos técnicos que hallaban en ella muchas diferencias "profesionales", resulta una de las más importantes y esclarecedoras entre las publicadas en el siglo pasado y en éste.

El espíritu dionisiaco vive sin creer en Dionysos, y vive en formas distintas e incluso modernas, es decir, dentro de ámbitos sociales que no se dieron en la antigüedad y menos, si cabe, en la polis griega. Una forma rebajada de él se da incluso en los núcleos suburbanos creados de 60 años a esta parte. De ella quería decir algo ahora. Sí, dejemos a un lado los cultos antiguos, las bacanales, el origen de la tragedia y de la comedia, la grave cuestión de si hay un pesimismo antiguo que denota robusto pensamiento. Vamos a un suburbio, a una ciudad dormitorio del norte de España. Nada de paisajes clásicos ni de vida pastoril. Bloques, pisos, fábricas, autos. Lo que queda de constante es la juventud aglomerada, cierta variación de calidad y cantidad en algo que también es constante: la comida y la bebida. Esta juventud come, bebe, tiene sus quehaceres y sus creencias, que no son precisamente religiosas. Son de tipo político. Ahora bien, no puede decirse que la pérdida de la fe religiosa y el aumento de la fe política obedezcan a procesos mentales individuales, a lecturas y meditaciones en la soledad.

Son hechos colectivos, gregarios. Es frecuente que por razón de fe política o sin ella, por una especie de contagio, los jóvenes reunidos pasen de una alegría colectiva al tumulto o mezclen las dos cosas. Con más facilidad cuanto más hayan comido y bebido. En otras palabras, de la comedia se pasa a la tragedia. Se produce el terror de modo casi mecánico. Día tras día, mes tras mes, ano tras año. No faltarán políticos e ideólogos políticos que encajarán las actuaciones en un sistema racional de causas y efectos, con arreglo a la historia de tal o cual movimiento. Pero éstos y los mismos actores de los hechos rechazarían indignados la idea de que pudiera darse una interpretación dionisiaca a su vida. Dionysos en el suburbio es poco imaginable a primera vista, en efecto. Pero también en un tiempo se habló de Cristo en la banlieue y todos entendemos bien ahora cómo puede pensarse que actúa en ella.

Julio Caro Baroja es historiador y antropólogo.

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