Contra los elementos
El espíritu estaba presto. Presto tenían el espíritu los diestros, para torear, sólo que no habían contado con los elementos. Los elementos tienen difícil lidia y si irrumpen desatados, como ayer en Valencia, ni un pase. Los elementos eran el viento, que barría el coso a rachas huracanadas, y los toros también. Menudos elementos eran los toros. Los toros olían el engaño, le hacían ascos, y si se decidían a tomarlo, pegaban un derrote.El peor derrote le llegó a Víctor Mendes. Había cedido Víctor Mendes un par al Niño de la Taurina, que lo prendió aliviándose, y en su turno ejecutó auténtica y maciza la reunión. A un solo movimiento, todo instantáneo, prendió el par Mendes, tiró hachazo el toro sacándole a punta de pitón el chaleco y la gente se quedó horrorizada porque casi dio la sensación de que le había rajado el pecho. Del susto general, quien tardó menos en sobreponerse fue el propio Víctor Mendes, que prendió el siguiente par con la misma verdad y entrega, y pese a los arreones se arrimó en el trasteo de muleta.
Laguna / Campuzano, Mendes, Niño de la Taurina
Toros de La Laguna, discretamente presentados, broncos. José Antonio Campuzano: pinchazo hondo, rueda de peones y estocada corta ladeada (aplausos y saludos); media (silencio). Víctor Mendes: cuatro pinchazos, otro hondo tendido bajo, pinchazo hondo y descabello (silencio); pinchazo y estocada (oreja). Niño de la Taurina: dos pinchazos y bajonazo (silencio); pinchazo bajo y estocada corta descaradamente baja (silencio).Plaza de Valencia, 8 de octubre. 2ª corrida de la Feria de la Comunidad.
De qué pasta están hechos los toreros es cuestión aún pendiente en Biología. Aquel derrote que la afición calificó criminal constituyó un aviso de cómo podía ser ese toro y toda la corrida. No hubo error: la corrida toda resultó difícil. Y, sin embargo, no arredró a los toreros. Nada arredraba a los toreros: ni los toros broncos, ni las rachas de viento huracanado, ni el escaso ambiente que carga esta feria, aún tiernecilla y sin entidad definida.
Igual que si se hubieran sometido a juicio de la cátedra en tarde de sol y moscas frente a toros boyantes, los tres espadas estuvieron pundonorosos, valientes, rebañando hasta la más remota posibilidad de conseguir un pase. Al único toro con cierto recorrido -el que abrió plaza- José Antonio Campuzano le embarcó hondo por naturales y redondos, aunque al remate ponía precipitadamente tierra de por medio. Su deliberada renuncia a ligar las suertes restó categoría a la faena. En el otro, reservón e incierto, le consintió más de cuanto merecía, con la generosa entrega que es propia de los toreros cabales.
Media docena mal contada de pases que tenía el quinto, se los sacó Víctor Mendes, al natural, además cargando la suerte. Y cuando dejó de tenerlos, le desafió cerquísima de los pitones, aceptando el riesgo hasta la temeridad. También a ese toro le banderilleó "asomándose al balcón".
Por el contrario, Niño de la Taurina no se asomaba al balcón en sus intervenciones banderilleras. Se ve que "el balcón le da vértigo. El Niño de la Taurina, que fue estimable banderillero en su etapa novilleril, parece que ha cogido alergia a las banderillas. La ciencia le llama a eso banderillofobia -o garapullofobia, según los casos- y doctores en Medicina hay contrarios a que los banderillófobos (o garapullófobos) banderilleen contra natura. En cambio, con el capote y con la muleta sigue siendo el torero valiente, enterado e intuitivo que anunció de adolescente, y si ayer no pudo explayarlo se debió a los toros reservones y a los elementos desastados, que ponían a flamear engaños y cegaban a los engañadores, público en general y militares sin graduación poniéndoles perdidos de arena.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.