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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un río inmóvil

Ignacio Aldecoa desveló los universos secretos que hay bajo los oficios humanos. José Luis Sampedro siguió las huellas de Aldecoa por la sirgas de un viejo río y contó la historia del último acto de un oficio ya extinguido: el de los gancheros, gañanes que transportaban por la corriente del Tajo troncos de pinos desde los bosques de La Muela hasta Aranjuez.Convertida en cine, la novela de Sampedro da lugar a un argumento donde intervienen convenciones básicas, patri.monio de los antiguos (pero no extinguidos) códigos de la gran aventura cinematográfica: la emoción que recorre el itinerario de una ruta natural, la representación ritual de un terco esfuerzo colectivo para seguir esta ruta y, finalmente, el poema de la gran fluencia. Materia de puro cine, aquí desperdiciada. Veamos por qué.

El río que nos lleva

Dirección: Antonio del Real. Guión: Antonio Larreta, Antonio del Real y José Luis Sampedro, sobre la novela de este último. Música: Lluís Llach, Carles Cases. Fotografia: Federico Ribes. España, 1989. Cine Madrid.

Estos tres modelos básicos de la aventura cinematográfica se combinan en este poco modélico filme, pero ni uno solo de los tres está incorporado materialmente a sus imágenes, sino que es eludido, a veces incluso ocultado, por la opacidad de éstas. En un filme de acción, la imagen es inerte. En una historia de traslación, no se produce el vuelo imaginario del traslado. En una fábula de esfuerzo, sus oficiantes sestean y nos hacen sestear.

Quietas estampitas

Cuenta la historia de un itinerario, pero El rio que nos lleva está lejos de ser un filme itinerante, sino tan sólo el enunciado epidérmico de un periplo estático en el que no hay transcurso ni por consiguiente ruta: nada más que un conjunto de quietas estampitas de los altos de un movimiento que no llega a existir como tal. La imagen no está hecha de deslizamientos, sino de las detenciones de un deslizamiento que no se llega a ver nunca; no penetra en la movilidad del camino, sino que se queda fuera de ella. Pero en un relato de esta especie, si no hay verdadero camino no hay verdadero filme.Por otro lado, El rio que nos lleva, lejos de representar desde dentro un esfuerzo humano colectivo, no pasa de proponer -vistos desde fuera- fingidos esftiercitos individuales sin el necesario engarce orgánico y psíquico entre ellos, sin bucear en las telas de araña que dan cohesión a un trabajo múltiple cuando es convergente, por lo que en la pantalla no se produce sensación alguna de colectividad, sino tan sólo de pandilla amorfa que camina junta, sin secretas leyes comunes de comportamiento, deducida del simple amontonamiento, sin orden ni concierto, de sus componentes. Pero en un relato de esta especie, si no hay creación de grupo no hay filme.

Finalmente, El río que nos lleva, lejos de transmitir la imagen y la idea de río, no pasa de fotografiar con poca fortuna la exterioridad de ese río, sus recodos o sus torrenteras, de tal manera que su cauce es insinuado desde fuera pero nunca recorrido interiormente. Estamos ante un relato de arrastre en un río que no es río, sino agua quieta, sensación de estanque. Pero en un relato de esta especie, si no hay río no hay filme.

Los tres soportes materiales de la aventura -un itinerario, un grupo y un río- son en El río que nos lleva tan endebles que carecen de suficiente fuerza para sostener los sucesos que sobre ellos ocurren. Y la verdad literaria de estos sucesos se hace a causa de ellos mentira cinematográfica.

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