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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Epílogo de una visita

QUE DURANTE la visita del rey de Marruecos, finalizada ayer, no haya sido evocado el problema de Ceuta y Melilla no significa que tal problema haya dejado de existir. La normalización de relaciones entre ambos países -de la que ha sido premisa esencial el compromiso por parte del monarca alauí de renunciar expresamente al uso de la fuerza en defensa de sus reivindicaciones sobre los dos enclaves españoles debería servir para ir avanzando en la búsqueda de vías de acuerdo pacífico y amistoso para ese conflicto latente. La prudencia de los políticos ha de manifestarse en la capacidad de previsión: siempre será preferible que las dificultades sean abordadas antes de que acontecimientos no calculados dramaticen la situación, obligando a improvisar soluciones bajo la presión de los hechos. En los programas para las elecciones del día 29, tan sólo Izquierda Unida se ha singularizado incluyendo en su programa electoral un punto específicamente referido al futuro de Ceuta y Melilla. En este tipo de cuestiones, digamos de Estado, es conveniente que todos los partidos extremen la prudencia, esforzándose por evitar una dispersión que podría ser peligrosa. No por patriotismo retórico, sino porque el asunto afecta vitalmente a unos 130.000 ciudadanos españoles.Pero para evitar esa dispersión no basta con dejar de nombrar el problema. Más razonable sería establecer, mediante un diálogo racional, los puntos básicos de acuerdo en que habría de apoyarse la posición española. La actitud del Gobierno sobre la cuestión parece guiarse por dos principios: de una parte, anudar el máximo de lazos de cooperación entre ambos países en base a los intereses compartidos, de manera que una ruptura unilateral no sólo resultase indeseable, sino improbable. De otra, ganar tiempo, congelar el asunto. Lo primero nos parece razonable; lo segundo, comprensible pero arriesgado.

Como en el caso de Gibraltar, no es ningún secreto que, cualquiera que sea la evolución de los acontecimientos, no será el mantenimiento del statu quo actual lo que irá afirmándose con el paso del tiempo. Más concretamente: lo más probable es que los británicos tendrán que renunciar un día a Gibraltar, y los españoles, a Ceuta y Melilla. Un día: tal vez dentro de 20 años, quizá antes. Si esto es así, se imponen dos conclusiones: primera, que ambas situaciones tienden a interrelacionarse como partes de un problema común, con implicaciones internacionales, el problema del Estrecho, y segundo, que más vale ir creando las condiciones para que los tres países implicados -el Reino Unido, Marruecos y España- lleguen a la solución que resulte menos traumática para las poblaciones respectivas. El desequilibrio entre los 30.000 ciudadanos británicos de Gibraltar y los 130.000 españoles de Ceuta y Melilla indica que, también en ese aspecto, a España le interesa poner el acento en los derechos e intereses de la población por encima de cualquier otra consideración. El que Hassan haya aceptado que existe una interrelación entre la solución del contencioso de Gibraltar y el de las dos plazas españolas del norte de África favorece un planteamiento del problema en su real dimensión internacional.

En esa perspectiva, la célula de reflexión propuesta hace tres años por el monarca marroquí quizá podría servir, si no para hallar soluciones mágicas, sí para crear las bases para un consenso bilateral que permita mañana, en otro tipo de foros, acuerdos específicamente políticos. El que Hassan haya reiterado su apego a fórmulas de regionalización ("un Marruecos edificado a la imagen de los kinder, dijo en una entrevista) abre posibilidades de avanzar en la línea de la soberanía compartida, de la que hay algunos precedentes históricos. La creación de instituciones de autogobierno en Ceuta y Melilla sería un paso previo para avizorar ese tipo de salidas.

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