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Una novela del Oeste

Juan Cruz

La jornada de Umberto Eco en Stresa era estos días la de un hombre en reposo que se resiste a estar quieto. Fumaba compulsivamente, tomaba con la religiosidad ritual la tisana obligada por el régimen y hacía la sauna y la gimnasia con la capacidad de concentración de un estudioso contemporáneo que también sabe cómo fueron los monjes.

El péndulo de Foucault, una trepidante y misteriosa historia de los templarios, presidida por la vida cotidiana y por los sucesos que están en la memoria biográfica del autor de El nombre de la rosa, está escrita no sólo por un conocedor de la historia del universo y de un apasionado del conocimiento, como ha dicho su amigo Luciano Berio, sino por un fanático del ritmo, de los diálogos de los comics y de la estructura narrativa, de las películas del Oeste.

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Maria Corti, una crítica italiana, le ha puesto muy orgulloso cuando lo ha escrito: una característica del péndulo es el continuo salto del registro narrativo. Ahora lo dice Eco: "Hay un continuo salto del registro narrativo, vulgar, culto, noble, popular, místico. Así que la historia de los templarios está contada de cuatro modos distintos: primero es una crónica política, luego hay momentos heroicos, después se muestra como una especie de western con diálogos en los que los personajes parecen ser Tom y Jerry en un filme de dibujos animados. Y finalmente vienen la tragedia, el plot, la trama al modo anglosajón. Yo no podía contar la historia de los templarios así de seguido porque resultaba aburridísimo, de modo que tuve que colocar a los personajes en situaciones que les hicieran volver atrás, beber, divertirse, reflexionar, equivocarse. El cambio de ritmo era una necesidad técnica".

Al final de la jornada, azotado por el vigor de la sauna, Eco quiere irse a dormir. Pide una tisana número diez, que es la que va a relajarle. Nosotros vamos a pasear. "Pues voy con vosotros al quiosco". "¿A esta hora? Los periódicos están viejos?" "No. Quiero comprar comics".

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