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GABRIEL JACKSON Responsabilidad personal

Dos angustiosos fenómenos que hace poco recibieron una gran publicidad en la Prensa de EE UU han encaminado recientemente mis pensamientos hacia el problema de la responsabilidad individual en los actos individuales. Uno es el creciente predominio del impudor (sleaze), que yo definiría como la evasión deliberada de la ley y una burla deliberada a cualquier consideración en el logro de beneficios, que se ha extendido tanto en el sector público como privado de la economía. El otro es la actividad conocida como salvajear (wilding): causar violencia sádica por la simple razón de "hacer algo", sin tener en cuenta para nada los graves daños (incapacidad permanente o muerte) que pueda sufrir la víctima.En los últimos meses, el Senado ha estado investigando la utilización de fondos públicos por parte del Departamento para el Desarrollo Urbano y de la Vivienda (HUD) durante los años de Reagan. El objetivo teórico es proporcionar vivienda adecuada para las familias de bajos ingresos y mejorar las instalaciones sanitarias y recreativas de los barrios más necesitados del centro de la ciudad. Sus administradores principales, como todos los empleados civiles de cualquier rama de! Gobierno, ganan mucho menos como funcionarios públicos que lo que podrían percibir como consultores o empresarios en el sector privado.

Varios caballeros que trabajaron para el HUD a comienzos de los ochenta han ganado millones de dólares en los últimos años como promotores y consultores privados. Un elemento importante en su éxito lo han constituido sus conexiones personales dentro del propio Gobierno, conexiones que les han servido para obtener contratos tanto para ellos como para sus nuevos patrones. La total indiferencia del presidente y de los miembros de su Gabinete hacia la finalidad real del departamento facilitó la tarea de destinar importantes cantidades de fondos públicos a proyectos innecesarios o más beneficiosos para grupos de elevados ingresos que trabajar para los pobres. Una de las principales defensas de aquellos que pagaron o recibieron grandes sumas de dinero por la utilización de sus influencias ha sido que no hicieron "nada ilegal".

En diversas investigaciones anteriores sobre gastos vergonzosos en el Pentágono o sobre el empleo fraudulento de dinero público en el escándalo Irán-contra, muchas de las personas involucradas, como el entonces ministro de Justicia, Meese, también argumentaron como principal defensa el no haber hecho nada ilegal. Con este tipo de personas, las implicaciones éticas de sus actos no tienen ninguna importancia.

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Se ha informado sobre cientos de incidentes bajo el encabezamiento de la nueva palabra salvajear. Tal vez el que ha causado mayor sensación fue la palÍza y violación de una joven blanca de 28 años de edad, atacada mientras hacía jogging por un grupo de jóvenes que no tienen la piel de color blanco. Interrogados por la policía y más tarde por los psicólogos sobre sus motivos, sin mostrar el menor remordimiento, se refirieron al acto "corno algo que debían hacer". En una de las muchas investigaciones profesionales realizadas después de este incidente, una psiquiatra de la universidad de Columbia, la doctora Judith Becker, le pidió a un grupo de delincuentes sexuales con edades comprendidas entre 13 y 18 años que hicieran comentarios sobre el caso. En The International Herald Tribune del 31 de mayo se la citó de esta manera: "Todos estos jovencitos no sentían ninguna empatía o simpatía por la víctima. Pensaban que con los chicos que habían sido arrestados se cometía una injusticia al ir a la cárcel sin fianza".-

Los problemas de motivación, empatía, remordimiento o ausencia de éste, también me recordaron cuatro décadas de experiencia personal con una forma no violenta de crimen de cuello blanco, y en particular hacer trampa en los exámenes universitarios, copiar en las pruebas del curso. Cuando comencé a enseñar, a finales de los cuarenta, los incidentes eran raros. Teníamos consejos de honor que investigaban las acusaciones. Eran frecuentes las confesiones que mostraban arrepentimiento, y cuando se les pedía que establecieran sus propias penas, los estudiantes culpables eran a menudo más duros con ellos mismos de lo que los jurados de estudiantes y de la facultad podían serlo.

Cuando me retiré, en 1983, hacer trampas y copiar era tan corriente que los consejos de honor no podían encargarse de las tareas de investigación. Las encuestas de los periódicos estudiantiles indicaban que, en cualquier sitio, de un 20% a un 40% de los estudiantes hacía trampa en algún momento. El motivo que se aducía con mayor frecuencia era la necesidad de obtener la más alta calificación posible, debido a la dura competencia que existía para entrar en las escuelas profesionales. Recuerdo claramente una delegación de estudiantes de primer año de universidad explicándome con convicción que ellos justificaban el hecho de copiar en el examen de historia porque debían entrar en escuelas médicas donde la competencia era grande, y que su capacidad real para graduarse en historia nada tenía que ver con su futura capacidad como doctores. Un factor adicional era la seguridad manifiesta de que sus compañeros de clase copiaban sin ser descubiertos, obteniendo, por tanto, una inmerecida ventaja sobre aquellos que no lo hacían.Algunos lectores podrán pensar que soy algo frívolo al comparar crímenes como la violación con copiar en un examen y con el impudor que, después de todo, hace girar algunas de las ruedas de lo que nos gusta llamar desarrollo económico (tanto en España y en la URSS como en EE UU). Sin embargo, creo que hay un común denominador fundamental en las justificaciones que se ofrecen para cualquier tipo de crimen, desde el más primitivamente violento hasta el más urbanamente sofisticado. Este común denominador es la ausencia asumida de responsabilidad ética personal.

Los jóvenes que cometen crímenes violentos dicen que trataban de "hacer algo", ganar prestigio entre sus iguales o defender su "territorio" de bandas enemigas, etcétera. No experimentan ningún sentimiento hacia sus víctimas, pero se autojustifican plenamente por estar encarcelados al no poder pagar la fianza, que permite a gente con mayores posibilidades económicas esperar el juicio en sus casas. Una gran parte de los trabajadores sociales, maestros y funcionarios municípales atribuyen enteramente la violencia a la marginacíón social, el racismo, la carencia de escuelas e instalaciones de recreo, aun cuando es evidente que algunos de los crímenes más terribles son cometidos por niños pertenecientes a la próspera clase media blanca.

No importa cuán deshonesto o nocivo pueda ser el impudor para el interés público: éste se justifica sobre la base de que las conexiones personales tienen el mismo valor efectivo que la competencia personal (en algunos casos mucho más), que todo aquello que no puede demostrarse como ilegal es aceptable y que el mejor de todos los sistemas económicos conocidos está especialmente motivado por el beneficio personal. El hecho de copiar en los exámenes se justifica por la exigencia de sobresalir profesionalmente y por la necesidad de no permitir que los tramposos con éxito hagan mermar las posibilidades de sus compañeros de clase. La idea de que se debe ser honesto o decente aun en el caso de que tales actitudes signifiquen una desventaja para las ambiciones personales de cada uno no se tiene para nada en cuenta.

Todos conocemos el famoso apotegma de Dostoievski: si Dios ha muerto, todo está per-mitido. Padezco la desgracia personal de no ser capaz de creer en un Dios justo o miscricordioso tanto como desearía poder creer que realmente existe. Para Dostoievski y para todos los creyentes convencidos, su Iglesia y su Dios están pensados para frenar los peores instintos de la especie humana. Para agnósticos y ateos sugiero la siguiente glosa de la máxima de Dostoievski: si no existe ninguna responsabilidad individual, si todos los actos pueden justificarse en el propio interés, la marginación social o el placer puramente egoísta de la persona que lo comete, entonces todo está permitido, y esto es algo que ocurrirá.

Traducción: C. Scavino.

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