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Trueba logra un magistral ejercicio de dirección

Perplejidad ante el filme 'El sueño del mono loco'

La proyección ante la Prensa del filme español El sueño del mono loco logró efectos sorprendentes, casi paradójicos. El complejo y denso relato, situado al borde de lo imposible, fue seguido por este público, muy exigente y en el que confluyen criterios de apreciación muy distintos, con un silencio unánime casi audible. Se mezclaban la perplejidad y la admiración, que al final de la proyección impidieron una respuesta espontánea de los asistentes: ni un aplauso, ni una protesta, ni un rumor.

Es uno de esos filmes que siguen sucediendo en la imaginación después de vistos y cuyas entretelas se van desvelando poco a poco, ya en la calle. La interpretación del norteamericano Jeff Goldblum y la dirección de Trueba, ambos magistrales en su terreno, compensan algunos gruesos errores del guión y del reparto.Esta perplejidad seguía existiendo en la conferencia de prensa del director y el actor, que, junto a algunas preguntas inteligentes, tuvieron que soportar varios delirios de espectadores que, horas después de ver el filme, seguían sin saber a qué atenerse respecto de él, completamente descolocados por su densa y complicada estructura narrativa -que lleva a cada espectador a una lectura diferente, a veces casi opuesta, del sentido de los sucesos que se ven o se entrevén en la pantalla.

A la manera de algunos discípulos de Alfred Hitchcock, y sobre todo de Claude Chabrol, Fernando Trueba estimula hasta el límite, casi crispa, las expectativas del público, sobre todo sirviéndose de la banda sonora del desarrollo en off, muy subjetivo, de la intriga, que tiene su escenario más en la mente del protagonista que en la exterioridad de las acciones. En la interrelación de la imagen y el sonido se suceden continuas llamadas a algo inminente, a algo inquietante que va a ocurrir de un momento a otro. Pero nunca, o casi nunca, ocurre nada, o al menos nada previsto por la capacidad adivinatoria del espectador, que de esta manera se siente simultáneamente situado y desorientado. De ahí su perplejidad.

Alta tensión

Lograr esto en cine es una tarea extremadamente difícil. Fernando Trueba pone por ello de manifiesto que es un cineasta adulto, capacitado para sacar adelante películas que, realizadas por un director no totalmente solvente, caerían inevitablemente en el ridículo. Éste es uno de esos casos. El sueño del mono loco bordea permanentemente ese abismo que en cine es una carcajada inoportuna, pero nunca cae en él. El filme se desliza por una cuerda floja que, no obstante, contiene un hilo de alta tensión, sobre el que el actor Jeff Goldblum, en funciones de funámbulo, lleva a cabo un prodigioso ejercicio de equilibrista. Su memorable actuación debe llevarle por fuerza a la candidatura a un premio de interpretación.

El filme, pese a no derrumbarse nunca, decae a veces, a causa de dos graves errores, lo que le impide ser una obra redonda, perfectamente acabada. Del primero de ellos es responsable el guión, que no da suficientes elementos argumentales y visuales que justifiquen la agobiante obsesión que trastorna la vida interior del protagonista. Da algunas pistas, pero no bastan. La decisión de Goldblum de embarcarse en la pesadilla que vive en el filme no tiene suficientes apoyaturas y queda oscura, no ambigua; despista, no inquieta.

Reparto

Del segundo error es responsable el reparto, que resulta convincente en general, pero qué se resiente de la presencia de una actriz, Miranda Richardson, clave de la intriga, que no se sabe qué demonios hace en esta película. Es buena actriz, pero rompe la homogeneidad de la imagen.

Para entendernos, es como si Blancanieves tuviera que interpretar el papel de su madrastra. No inquieta, no crea misterio, está muy lejos de producir sensación de fascinación maligna, que es lo que requiere a todas luces su personaje. Es como si un tipo que le fuera a las mil maravillas a Bette Davis se lo hubieran entregado a Shirley Temple. Y este error de reparte, daña gravemente la credibilidad de algunas escenas esenciales, del filme y éste en su totalidad.

El otro filme en concurso proyectado ayer es danés, se titula Christian y ha sido incomprensiblemente escrito y dirigido por Gabriel Axel, el maravilloso cineasta que hace dos años nos regaló la no menos maravillosa El festín de Babette. No hay manera de creer que este disparate venga de las mismas manos de aquel acierto. Es una película torpe, apoyada en un guión pésimo y oportunista.

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