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.El crimen como síntesis

La figura y la obra de Georges Simenon desborda todos los límites que se suelen imponer tanto a la novela policiaca como a la literatura propiamente dicha. No se trata solamente de un fabricante -la tan cacareada empresa Simenon-, ni de un novelista popular, ni de un escritor tan sólo, ni acaso de un fenómeno sociológico. Con la mayor humildad, economía de medios, honestidad profesional y trabajo constante y hasta monstruosamente tenaz, que le ha llevado hasta el punto de morir dictando a sus 86 años de e dad, se ha elevado a una extraña y solitaria categoría donde parece haber convertido la marginalidad en centro de todo.Autor de medio millar de libros, vendidos a través de versiones en más de 40 idiomas con más de 500 millones de ejemplares, su caso es único, aparte, abrumador. Fue el primer narrador policial que se impuso como escritor a parte entera, un conservador que revolucionó el género, un novelista que heredó sus procedimientos del naturalismo de Balzac y Maupassant y, sobre todo, un observador aplastante capaz de crear un universo narrativo tan sencillo como universal.

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Muere Simenon, creador de Maigret

Uno de sus personajes, el del inspector Maigret, ha calado tan profundamente en la sociedad contemporánea que se ha convertido en una especie de mito, cientos de veces repetido en sus novelas, en el teatro, en las pantallas grandes y pequeñas, que ha pasado a ocupar un lugar preferente en la panoplia de esos héroes de cartón que pueblan los signos y señales de la modernidad. Pero Maigret no tiene nada de espectacular, no es un héroe arriesgado a lo Sam Spade, ni un escéptico relativista como Phillip Marlowe, ni un genio ridículo como Hercule Poirot, ni un prodigio del cálculo como el Dupin de Poe, ni un deductor genial como Sherlock Holmes. Maigret es casi un hombre de la calle, fornido y tenaz, sí, pero tranquilo, lento, parsimonioso y hasta familiar. Es un detective de la clase media, buen ciudadano, honrado funcionario, un poco bon vivant gastrónomo y pacienzudo. El antihéroe por excelencia, cuya única virtud notable es su infinita capacidad de comprensión.

Cuando nació Maigret, la novela policiaca internacional estaba dominada por la narrativa del enigma y la deducción, por la escuela anglosajona, con nombres tan fructíferos y deslumbradores como los de Conan Doyle, S.S. Van Dine, Agatha Christie, y así sucesivamente. La tradición francesa, la de Gaboriau y Maurice Leblanc, con aquellos personajes tan divertidos como desfasados que iban de Arsène Lupin a Rouletabille o Fantomas, heredaba a los antiguos folletinistas del pasado y creaba aventuras simples y esquemáticas. Cuando apareció Maigret, Simenon llevaba ya muchos años trabajando como un poseso, escribiendo sin parar cuentos y relatos en revistas y autor torrencial de novelas populares escritas para mecanógrafas y peluqueras.

Aquel joven belga de familia pequeñoburguesa venida a menos, tuvo que ganarse la vida desde su primera juventud, a los 15 años, primero como periodista en Bélgica y luego en París, donde hasta llegó a instalarse en una jaula de cristal a la vista del público para escribir sus novelas y -relatos, con una rapidez vertiginosa. En principio llegó a la novela policial a través del drama, de la tragedia, de lo pasional, pero cuando apareció Maigret, en 1929, ya todo había terminado. La puerta del triunfo se le abrió de par en par, y, el joven y prolífico escribidor se encontró de bruces con Georges Simenon para toda la vida.

Su éxito se anticipó a lo que luego los grandes escritores de la llamada novela negra expresaron después con más claridad. Si Dashiell Hammet arrancó a la novela policiaca de la mesa camilla del enigma y la deduccion -del artificio, la convencionalidad y la insinceridad- y la lanzó a la calle, a la acción desenfrenada, al aire libre de la crueldad y las pasiones, Simenon lo hizo a su vez con mayor cautela y medida. Humanizó el enigma, normalizó el crimen, convirtió el asesinato en un problema psicológico, real, comprensible y cercano. Utilizó para ello todos los medios técnicos que la literatura popular de su tiempo le concedió: pero los simplificó, los hizo accesibles y cercanos al lector, y siempre tuvo en cuenta que lo popular no es sino la divulgación de los hallazgos previos de la gran literatura de siempre. Esto es, Maigret venía directamente de Balzac, y lo demás era pura profesión y un rigor y equilibrio poco usuales en el género.

Respeto y admiración

De ahí la admiración de los André Gide, François Mauriac, Jean Paulhan o Henry Miller. Fue también Simenon el primero en ser considerado como un escritor a secas, sin adjetivos, como un artista. Gide se admiraba ante su capacidad de ritmo y composición, ante sus retratos sencillos y rápidos, y Henry Miller lamentaba haber llegado a leerlo tan tarde, pues podía habérselo dado todo hecho, bien digerido y divulgado, antes que los demás. Y por esta doble razón Georges Simenon merece el reconocimiento, el respeto y la admiración de cualquier lector: por haber dado las cartas de nobleza a un género que dejó de serlo en sus manos, y por haber humanizado el enigma hasta convertirlo en un problema personal. Como todo crimen lo es, como toda pasión, como todo lo que por ajeno que parezca no deja por eso de ser humano.

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