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CHINA, APERTURA Y REPRESIÓN

Entre Pekín y Hong Kong

Shenzhen, una zona económica experimental, es hoy el lugar más rico de China

En los tejados de Shenzhen, Cantón, las antenas de televisión se erizan hacia el Sur mientras los ciudadanos chinos están pegados a las pantallas, que ofrecen películas de Kung-fu filmadas en Hong Kong y los últimos informes sobre la represión de la posmatanza. Aquí, en la frontera de Hong Kong, pocos tienen la intención de contemplar la ración de ideología y adoración al Ejército que ofrece la televisión. Aquí, en este pequeño refugio experimental, especie de tapón entre Hong Kong y China, la gente vive diferente.

En Shenzhen, los precios están marcados en dólares de Hong Kong, los relojes indican la hora de Hong Kong (una menos que en Cantón), los salarios son altos, y Hong Kong establece las referencias. Las carteleras están repletas de anuncios ("Hércules nos sonríe"), contraviniendo las advertencias de Pekín de "combatir resueltamente el liberalismo burgués".La gente dice de manera abierta que no cree en la versión que el Gobierno chino ha dado de la masacre de Tiananmen. Tampoco se trata de que estén atrapados en la fiebre democrática de Hong Kong: se encuentran muy absorbidos haciendo dinero y temen muchísimo perder su buen nivel de vida.

Moviéndose sensualmente sobre sus altos tacones mientras abandona su ostentosa oficina gubernamental, la vivaz secretaria, con los labios pintados de rojo intenso, es un producto genuino de Shenzhen. "Vive y deja vivir", reza en inglés sobre su camiseta. Al igual que todos los demás, siente que Io ha logrado": éste es el lugar más rico de China y sólo las personas con pases especiales pueden atravesar las vallas electrificadas y entrar en él.

El contraste con el resto de China, y en especial con el paupérrimo interior, difícilmente podría ser más grande. Se requieren muchos guanxi (contactos) para obtener un pase para Shenzhen, y aun muchos más para atravesar el puente de madera de un kilómetro y medio de longitud y llegar al lado capitalista del delta del río Pearl.

La secretaria se perfuma una vez más con su spray de Poison antes de encontrarse con su novio, un hombre de negocios de Hong Kong, que puede ser su pasaporte para pasar de este lugar, a mitad de camino, al otro lado. Como la mayoría de la gente de Shenzhen, ella quiere atravesar legalmente; aquí en Shenzhen se está tan bien, que es mucho mejor que vivir clandestinamente en Hong Kong, donde la gente sin documentos es repatriada por la fuerza.

Sin embargo, con los fugitivos políticos es diferente. En las terrazas de los cafés, en las calles de Shenzhen, la conversación se centra en los muchos manifestantes estudiantiles que escaparon a Hong Kong a través del río mal patrullado.

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El mayor dilema chino

De cualquier manera, en el frío ocaso posmasacre, la independiente Shenzhen y su gente personifican el mayor dilema chino. Shenzhen se inició hace 10 años, a partir de una adormecida aldea fronteriza, para convertirse en un vástago de Hong Kong: es la creación del ex secretario del partido, Zhao Ziyang, ahora caído en desgracia.

Como Zhao y todo lo relacionado con él, Shenzhen resulta ahora oficialmente sospechosa. Con sus discotecas y las machaconas costumbres de Hong Kong, simboliza el odiado liberalismo burgués (palabras clave para las ideas occidentales) que se supone que todo el país debe combatir. Pero no se trata únicamente de Shenzhen. Shenzhen es sólo la primera, más audaz y libre de un cordón de zonas experimentales a lo largo de la costa, dirigido por Zhao.

La idea era atraer, con reducción de impuestos y mano de obra barata, a empresas extranjeras. Primero serían negocios para armar relojes y receptores de televisión; después, grandes empresas comerciales y de alta tecnología, que traerían divisas extranjeras. China aprendería algunos trucos comerciales. Y una vez que las zonas costeras fueran ricas, la abundancia y el conocimiento se filtrarían hacia el paupérrimo interior.

De todos modos, no funcionó así. Las regiones costeras se enriquecieron y trataron de mantener sus riquezas. Las pobres provincias del interior estaban celosas. Al comenzar el descon trol de precios, la inflación amenazaba con igualar la de Argentina. Y, para completarlo, los enemigos políticos de Zhao intentaron utilizar el caos económico como una razón para deshacerse de él. Aún antes de la masacre de Tiananmen había en el país tal enredo político, que era capaz de llevar al suicidio a cualquier planificador.

La confianza extranjera

Ahora, el dilema está en que si el Gobierno pone en vigor en la costa sus edictos (recentralización de la economía, imposición a las masas del pensamiento de Deng Xiaoping, lucha contra la contaminación ideológica debida a la influencia extranjera), corre el riesgo de matar la gallina de los huevos de oro. Si se cortan las libertades de estas zonas (y hay indicios de que esto ya está sucediendo), sus posibilidades rara hacer dinero irán cayendo en espiral.

Y eso, ahora, es algo que China no puede permitirse, puesto que, aparte de los problemas económicos internos, causa ya mucho daño la disminución de la confianza extranjera para hacer negocios.

Sin lugar a dudas, el turismo es el peor de los éxitos. Los orwellianos periódicos chinos presentan fotografías e historias sobre al auge súbito del negocio turístico, que el año pasado hizo que China tuviera un superávit de 2.000 millones de dólares.

No obstante, la realidad muestra una imagen diferente. Fue una extraña experiencia llegar a Guilin, uno de los lugares más pintorescos de China. Con una regularidad constante, un promedio de 8.000 turistas llegaban diariamente el pasado año. En este momento, llegan 14 un día que puede considerarse como bueno. Los vendedores de recuerdos sobrepasan a los visitantes en una relación de varias docenas a uno.

A corto plazo, otros negocios no han sido tan ruinosos. Los vuelos de Hong Kong a Pekín van repletos de hombres de negocios. Sin embargo, ya no hay tanto agobio. Un informe de la CIA dice que los magnates más poderosos de Hong Kong se pelean para romper sus compromisos en costosos proyectos a realizar en China, y que intensifican sus esfuerzos para abandonar Hong Kong antes de que pase a los chinos en 1997.

El informe predecía que las inversiones extranjeras, que el año pasado llegaron a 5.180 millones de dólares y que ascenderían a 8.000 en el transcurso de éste, iban a descender.

Pero aun si la actual cúpula directiva actúa para asfixiar lentamente a Shenzhen y a las otras zonas costeras, no parece probable que tenga éxito a largo plazo. Incluso en la pobre Sichuan, situada en el interior del país y provincia natal de Deng,

intimidación ideológica no prospera. El café del Gato, en Cherigdu, puede parecer un lugar deprimente si se le compara con los inigualables mercados de Shenzhen. Aquí la gente no mira la televisión de Hong Kong, pero tampoco compra las directivas del partido, que está obligada a estudiar por lo menos dos horas a la semana.

Por toda China también hay hombres con mentalidad reformadora que durante los últimos años han ocupado cargos de poder, muchos de ellos nombrados por el propio Zhao Ziyang. En la entrevista en Cantón a uno de ellos, quedó muy claro que aunque supriman las reformas, a largo plazo será imposible eliminarlas.

Traducción: C. Scavino.

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