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La Europa de los "analfabetos felices"

Tanto hemos hablado de Europa como de lo otro que todavía hoy "ir a Europa" es cruzar la frontera. Este desarraigo tiene sus ventajas sobre los países que se suponen dentro. Para nosotros Europa es sencillamente lo que está detrás de los Pirineos; pero para ellos, ¿qué es Europa? Agnes Heller recordaba que la identidad europea ni es natural ni tan antigua. Es una invención genial de la modernidad, que, a fuerza de repetir que la historia es el progreso hacia la libertad, acabó creando inéditos marcos políticos y culturales de libertad. A Rousseau le hubiera gustado nacer "en un país en el que el soberano y el pueblo no tuvieran más que un mismo interés... ; puesto que algo así sólo sería posible si el pueblo y el soberano fueran una misma persona, está claro que a mí donde me hubiera gustado nacer es en un régimen democrático". Y toda su vida se dedicó a fabricar la correspondiente cultura política que es la herencia de la Europa política. Kant soñaba, por su parte, con una moral de la que cada cual fuera al mismo tiempo legislador y súbdito. En ambos casos aparece la geniafidad europea, la de querer fundir dos principios a primera vista irreconciliables: el de la universalidad y el de la autodeterminación. En la ciencia, la política o la moral hay ejemplos cumplidos del hombre moderno que se siente muy suyo pero sin renunciar a ningún sueño universal.¿Qué queda de todo aquello? Lo más manifiesto de ese pasado es el Mercado Común y la Alianza Atlántica, dice Habermas. En la libre circulación de mercancías y en la voluntad de golpear y defenderse juntos quedaría resumido todo el sueño europeo de cohonestar la subjetividad más radical con la universalidad más generosa.

Que alguien tan serio como el pensador germano emita ese juicio sin pestañear se explica sin duda porque la historia le protege, pero ¿no decía Ortega que la barbarie apareció como resultado de la civilización europea? No hay, en efecto, un descubrimiento liberador llevado a cabo por esta Europa que no tenga su contrapartida práctica: contra democracia, totalitarismo; contra liberación, colonialismo; contra progreso, restauración: contra la idea de unos, Estados Unidos de Europa, rancio nacionalismo, y así sucesivamente. Son muchos los que piensan que hay que enterrar a Europa.

La viva conciencia del fracaso del sueño europeo es una razón, sin embargo, para no tirar la toalla. Si han sido los europeos los que se han autoinfligido este fatal destino (de la libertad), ¿por qué no pueden ser las cosas de otro modo? Y así empieza a hablarse veladamente de que se impone una segunda madurez, una segunda salida de la "inmadurez culpable" contra la que Kant lanzó el primer proyecto ilustrado. La diferencia, sin embargo, entre el europeo inmaduro del siglo XVIII y el del siglo XX es que aquél era un analfabeto desgraciado y éste es un analfabeto feliz, con lo que la salida de la "inmadurez culpable" es más complicada. El europeo contemporáneo vive en una sociedad que imparable y casi automáticamente segrega descubrimientos científicos, modas de comportamiento o cambios genéticos a los. que él tiene que acompasarse. No se le pide más. Más aún, si.quiere sobrevivir tiene que imitar, simular, seguir. De esta manera, el ciudadano europeo -u occidental, que para el caso es lo mismo- es alguien que sólo consigue ver a la historia de espaldas. Están lejos los tiempos que le proclamaban sujeto de la historia. Ahora ya ni le permiten verla de frente, sólo mirarla el cogote, liberándole de la responsabilidad de hacerse cargo de ella.

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Llama la atención la diferente actitud con que políticos e intelectuales afrontan esta situación. Es raro encontrar un discurso europeo entre los filósofos, por ejemplo. Los pocos que creen en él andan atareados intentando entender por qué fracasó el proyecto de la modernidad. La mayoría del gremio, sin embargo, ya está en la poshistoria celebrando el ocaso de las virtualidades de la cultura europea. Estos pensadores tienen una extraña estrategia teórica. Primero te hacen ver que se ha secado la fantasía social en tierras europeas, que ya no se forjan aquí las grandiosas historias de un futuro político y social mejor y distinto; luego tratan de convencerte de que no ha lugar -porque no interesan- sueños emancipadores ni deseos de salvación. Y así, mientras la izquierda se desprende de su propia cultura, se expande la cultura que viene de América. Uno de los fenómenos más llamativos es la silenciosa invasión del neoconservadurismo, que ocupa ámbitos hasta ahora reservados al progresismo. Se le puede observar, por ejemplo, en la sutil sustitución del viejo y europeo concepto de subjetividad por el moderno culto de la personalidad (propia). Es el triunfo del liberalismo light presente en tertulias y programas progresistas o en nombrados tratados de moral.

En comparación con esta actitud, no carece de grandeza el empeño de los políticos europeos en poner coto a la voracidad de los mercaderes o en reducir el arsenal de armamentos o en crear un marco social europeo. Por supuesto que son parches y no alternativa. Pero, ¿cómo es posible exigir una alternativa cuando la cultura europea ha renunciado a pensarse a sí misma? Es difícil imaginarse un futuro de Europa sin recordar ese momento creativo de su reciente y efímero pasado, caracterizado por múltiples combinaciones del principio de la subjetividad y el de la universalidad. No parece, pues, descabellado hablar de una segunda ilustración, aunque para ello habría que empezar por reconocemos sumidos en una nueva "inmadurez culpable", empresa asaz ardua tratándose de unos analfabetos felices como al parecer somos.

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