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Tribuna
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El final de las cruzadas

Fernando Savater

Este verano sopla en Estados Unidos un tibio viento de cruzadas. Así en las películas de mayor éxito: Indiana Jones, acompañado por su padre (un Sean Connery genial y adorable), emprende la última cruzada en busca del Santo Grial. Hay que reconocer que este Parsifal made in Hollywood resulta bastante más entretenido que el de Wagner.. . El otro gran protagonista de los estrenos estivales es Batman, conocido desde sus inicios en el comic como the caped crusader, título que -por suerte para Robin- no significa en inglés lo que parece en castellano. El quiromórfico cruzado ha dé enfrentarse con su archienemigo el Jocker, al que Jack Nicholson convierte, mediante su gesticulación agresiva y su forzada sonrisa de payaso descerebrado, en una especie de Ruiz-Mateos, pero con algunos kilos de más. En el terreno de la política, las decisiones del Tribunal Supremo en materia de la pena de muerte aplicada a menores, de la regulación del aborto en cada uno de los Estados y del respeto debido a la bandera han excitado afanes belicosos a favor y en contra. El presidente Bush, por ejemplo, se ha sentido visceralmente agredido con el asunto de la bandera y planea una enmienda constitucional (o al menos eso dice) para resguardar de insolencias ese desventurado trapo. Une este edificante propósito a otros, del mismo jaez antes expresados, de tal modo que un caricaturista del Boston Globe puede concentrar en dos viñetas lo que va políticamente de 1789 a 1989: en la primera, Jefferson y Washington preparan enmiendas para garantizar la libertad de palabra y de prensa, el derecho de la gente a la seguridad de sus personas, hogares, periódicos, etcétera; en la segunda, Bush, y Quayle preparan enmiendas constitucionales para organizar la oración pública en las escuelas, convertir el aborto en un crimen, convertir la profanación de la bandera en un crimen, etcétera... Respecto a los temas de la pena de muerte y del aborto, bastante más serios que el anterior, la pesada herencia de Reagan en materia judicial se hace notar de manera que alarma a cualquier persona medianamente liberal de este gran país. Otro chiste del Globe resume bien lo que piensan estos críticos; el dibujante muestra a un juez de la corte suprema, encaramado en lo alto de su estrado, amonestando a una cariacontecida embarazada: "Es posición de este tribunal, jovencita, considerar que el feto es una vida preciosa y no puede ser abortado. Eso sí, una vez ya nacido, se le puede dar inadecuada educación, mala comida y peor alojamiento, se le puede privar de la igualdad de oportunidades, y si verdaderamente se echa a perder después de los 16 años, entonces se lo ejecutaremos con todo gusto". Otros enfrentamientos son de una amplitud más restringida, aunque involucren principios no menos importantes. Por ejemplo, la polémica suscitada por la galería Corcoran, de Washington, al cancelar una exposición del fotógrafo Robert Mapplethorpe, recientemente desaparecido. La muestra estaba parcialmente subvencionada con fondos públicos, y hubo indudables presiones políticas sobre la galería para que optara por la suspensión, ya que entre las fotografías que iban a exponerse hay varias que presentan coitos homo y heterosexuales, escenas sadomasoquistas, abundantes falos en disposición de ataque, etcétera. Los habituales ligueros de la decencia consideraron que la sensibilidad de ciertas personas podía considerarse ofendida por tales imágenes: por ejemplo, los padres que llevan a sus hijos pequeños los fines de semana a visitar galerías de arte, por lo visto sin tomarse antes la molestia de averiguar lo en ellas expuesto. Tales personas, se dijo, no quieren que el dinero de sus impuestos sea destinado a subvencionar un tipo de expresión artística que a ellos les repugna; el hecho de que las personas a las que sí gusta la fotografía de Mapplethorpe también son contribuyentes y de que los fondos públicos destinados al arte ni puedan ni deban estar distribuidos siempre de acuerdo con las preferencias idiosincrásicas de cada ciudadano fue preferido en este caso. Se hizo portavoz de los prohibicionistas Hilton Kramer, crítico -hasta ahora- considerado serio, en un artículo virulento publicado por The New York Times. Las réplicas y protestas masivas han sido mucho más abundantes, y es de suponer que la polémica continuará, porque ya hay una galería de Boston que se ha comprometido a inaugurar la exposición en agosto. En otro orden de cosas, la National Rifle Association -partidaria de la venta sin ningún tipo de restricción de armas de fuego a particulares- ha aprovechado fotografías de la brutal represión de la soldadesca china contra los manifestantes desarmados de Tiananmen para hacer propaganda de la posesión de armas (incluidos, si uno tiene fondos para ello, bazookas y carros de combate) como un requisito inalienable de la libertad política. Max Weber se hubiera llevado las manos a la calavera... De todas formas, incluso con los muy recientes y parciales controles actuales, no deja de ser curioso que la posesión de armas -que implica potencialmente daño a otros- sea en EE UU algo legalmente accesible, mientras que la posesión o adquisición de drogas (que en el peor de los casos sólo comportan daño para el usuario) sea perseguida sin ambages en todos los frentes. Misterios de las cruzadas.

Y, sin embargo, la gran cruzada ideológica, tal como la hemos conocido, ha acabado ya. Se ha reconquistado el Santo Sepulcro y resulta que estaba vacío, como nos maliciábamos. No hemos entrado en Jerusalén, pero hemos aprendido a pasarnos sin Jerusalén celestial, lo cual es logro nada desdeñable. La guerra fría ha concluido por KO técnico del adversario que representaba a la comunidad disciplinada, frugal y teológicamente unánime de los nostálgicos de un medievo imposible frente al moderno individualismo democrático y hedonista. Por una vez hubo suerte y la reacción fue derrotada. La contienda se ha resuelto en el nivel

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Viene de la página anteriorteórico, cierto, pero las instituciones aún se resisten a transformar los mecanismos de poder que se parapetaron tras el maximalismo ideológico ahora hecho jirones. Tanto en el Este como en el Oeste, las fuerzas conservadoras sienten el desamparo de haber perdido al Enemigo con mayúscula y de tropezar con el acoso de los enemigos interiores, es decir, de sus conciudadanos. Antes, toda divergencia seria se achacaba a complacencia con el imperialismo capitalista o con el totalitarismo comunista, según el caso. Ahora esa coartada suena aún más a hueco de lo que solía, y los reaccionarios de cada bando tienen que vérselas con su verdadero adversario: la gestión de la pluralidad. En los países del ex socialismo real, el enfrentamiento es (y quizá siga siendo aún por largo tiempo) más sangriento, pero el problema en el fondo es más sencillo, pues se trata de instituir la pluralidad política, lo cual ya se ha logrado en varias sociedades desarrolladas del planeta. En los países democráticos, por el contrario, la violencia puede ser menor, pero la cuestión es más ardua, pues se trata de instituir la pluralidad moral, que es algo aún no logrado del todo en parte alguna. Y unos y otros han de ir asumiendo que los retos del momento son cada vez más globales: junto a los reaccionarios del pasado (los utopistas partidarios de que "mientras todo no cambie, nada cambiará") tendrán que irse yendo poco a poco los reaccionarios del presente, que siguen pensando los conflictos desde la limitación inoperante del nacionalismo estatista.

El final del gran enfrentamiento entre blanco y negro puede llevarnos a la compleja pluralidad de la policromía o a la monotonía del gris. A esta última tendencia pertenecen algunas reacciones a la antigua usanza, que simplifican como en los buenos tiempos maniqueos, pero ya no tienen el respaldo ideológico de las cruzadas de antaño. Por ejemplo, algo que se ha repetido hace no mucho en este país como culmen de radical análisis político: "Todos los políticos son iguales, todos están corrompidos". Antes, en la feliz época de las cruzadas, por esa afirmación había que entender: "Todos los políticos burgueses son iguales, unámonos a los revolucionarios que acabarán con el corrupto pluripartidismo liberal y capitalista", o quizá (variante franquista oída durante 40 años): "Todos los políticos de los partidos son igual de vendidos e intrigantes, apoyemos al caudillo y su democracia orgánica". Ahora se repite la sentencia asnal, pero ya no se sabe lo que se quiere decir o no se reconoce lo que implica decirlo: recomendar por lo bajines el voto de pataleta a Ruiz-Mateos o a Herri Batasuna. Total, bobadas. Porque, en efecto, la corrupción política se ha revelado como muy bien repartida en el mundo. En Estados Unidos, recién salidos del Irangate, se descubre el escándalo de la Housing and Urban Development (HUD), institución destinada a proveer a los necesitados de viviendas y que ha sido aprovechada por desaprensivos políticos para beneficiarse con las ayudas a la pobreza; en Rusia, la perestroika va sacando a la luz un caso de corrupción al mes, empezando por el yerno de Breznev, que enterraba el dinero maloanado en un bosque porque no tenía dónde gastarlo, pobre bribón; en Japón deponen a un primer ministro por haber recruitado indebidamente fondos, y el siguiente resulta que mantenía a una geisha inopinadamente lenguaraz; en Cuba, altos mandos militares son condenados a muerte, dicen que por narcotráfico, etcétera. Lo de España supongo que ya se lo saben ustedes. Muy cierto, todos los políticos, en todos los sistemas y latitudes, pueden, a poco que les dejen, volverse iguales. Se parecen a los hombres, que también nos volvemos iguales en cuanto nos tienta demasiado la ocasión. De modo que por ello urge desarrollar las leyes y controles sociales que favorezcan las mejores diferencias e impidan la igualación en lo peor. Ya no se trata de emprender nuevas cruzadas, sino de potenciar incruentas pero enérgicas guerrillas. Lo ha dicho muy bien Peter Sloterdijt en su Crítica de la razón cínica: "Esto significa una despedida del espíritu de las metas alejadas, una mirada clarividente en la carencia original de fines por parte de la vida, una limitación del deseo de poder y del poder del deseo... En una palabra: comprender la herencia de Diógenes". ¿Hay quien de más?

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