La Luna y más allá
BUSH ANUNCIA su propósito de establecer una base de su país en la cara oculta de la Luna y desde allí enviar hombres a Marte, y lo dice en el 20º aniversario del primer alunizaje humano. Aquellos pasos vacilantes despertaron un entusiasmo colectivo. Pareció como si con ellos culminase la carrera espacial que había comenzado con el primer satélite -el Sputnik de 1957-, y a partir de entonces empezó un cierto desinterés público por el tema. Podían explicarlo dos factores fuertes en el pensamiento de la época: uno era el de que los enormes gastos y esfuerzos científicos y técnicos de la carrera espacial deberían aplicarse a resolver los problemas agudos de la Tierra; el otro, el de que la conquista del espacio tenía fines exclusivamente militares, desde el simple espionaje -que, efectivamente, se está realizando- hasta la posibilidad de bases agresivas.Sin embargo, hay aspectos positivos en la carrera espacial. Algunos de los grandes progresos técnicos utilizables aquí, en la simple Tierra, se han producido como subproductos de esta exploración, y el conocimiento del universo ha progresado gracias a ella. Puede dar unos frutos futuros importantes. Y es una marca en un camino de la civilización y en el desarrollo de la especie humana: sus posibilidades son exaltantes, aunque desconocidas.
No parece que sea un esfuerzo al que se deba renunciar. Pero se imponen otra vez dos temas esenciales: uno, que no sea una cuestión imperialista, una idea de conquista y supremacía; el otro, consecuente, que no responda a una cuestión militar con la cual aumenten los riesgos de destrucción de la Tierra. Es decir, que la exploración no sea explotación; que sea una obra de la humanidad, y que sus bienes reviertan a ella, a toda ella. Esta petición no está exenta de idealismo, pero es una forma de idealismo a la que no se puede renunciar, ni siquiera en una época tan materialista como la que estamos viviendo.
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