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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Volver a empezar

LO PEOR para Nicaragua no es que, 10 años después del triunfo de aquella revolución sandinista, dirigida por un puñado de curas evangélicos, guerrilleros marxistas y poetas románticos, se encuentre hoy prácticamente en el punto de partida. Lo peor es que estos 10 años -en los que las grandes esperanzas fueron confrontadas cotidianamente con una realidad marcada por la guerra, la muerte y el hambre- no hayan servido para mucho. El problema no es el pasado. Ningún proceso de depuración de las responsabilidades que cupo a cada cual en el proceso de deterioro de la revolución va a servir de gran cosa para levantar un país situado en los umbrales de la extrema pobreza.La Nicaragua de hoy es, desde luego, el resultado de una nefasta política norteamericana, empeñada en considerar a un pequeño país, exangüe tras largos años de guerra civil, como la más importante amenaza contra la seguridad de Estados Unidos. Pero lo es también, con seguridad, de los graves errores cometidos por los propios dirigentes sandinistas, que se enajenaron pronto el apoyo de algunos sectores democráticos del país que habían luchado inequívocamente contra la dictadura somocista. Y, desde luego, también es el resultado de la acción de unos cuantos países latinoamericanos y europeos, que no perdieron la cabeza de los peores momentos y facilitaron soluciones que permitieran salidas honrosas a todas las partes implicadas.

Tal vez no merezca la pena especular ahora sobre lo que habría sido la revolución sandinista sin 10 años de presiones exteriores, sin Reagan, sin el proceso de Contadora, sin el apoyo que prestaron a éste unas cuantas naciones, sin guerrillas, sin una Centroamérica en ebullición. A muchos -aunque por razones bien opuestas- no les hubiera importado que Nicaragua se hubiera convertido en una segunda Cuba. Unos, por materializar fantasmas; otros, en pos de sueños imposibles. Pero, con los tiempos que corren, ¿durante cuánto tiempo más la Cuba castrista podrá seguir siendo ella misma?

A pesar de todo lo ocurrido en este decenio -o gracias precisamente a ello-, Nicaragua se encuentra hoy en el umbral de un proceso que puede llevarle a la recuperación de una democracia efectiva. Es el año 11 de la revolución y conviene mirar hacia adelante. Para empezar, no sería razonable en estos momentos dudar de las buenas intenciones de Daniel Ortega, por mucho que pueda aceptarse que son producto de una presión exterior irresistible y de una situación económica interna desesperada. El hecho es que en febrero del próximo año se celebrarán elecciones presidenciales, de conformidad con lo que piden los acuerdos de Esquipulas, e incluso antes de lo previsto en ellos. El fin de la guerrilla financiada por Estados Unidos y un cambio significativo en la política de Washington respecto de América Central, así como las propias dificultades internas de Cuba, componen un escenario muy distinto del de hace 10 años. Los dirigentes de Managua contraerían una grave responsabilidad con su pueblo si no supiesen aprovecharlo para realizar, ni más ni menos, que la vieja aspiración de Sandino: un futuro de paz y libertad para su país.

Si no fuera porque empezamos a estar acostumbrados a cambios espectaculares en la evolución de los sistemas totalitarios, se podría decir que, de una forma ciertamente inverosímil, el país centroamericano ha alcanzado el umbral de su libertad 10 años después de empezar un camino revolucionario literalmente sembrado de minas. Todos los países interesados -y España entre ellos- deberían ayudar ahora a Nicaragua a dar el paso que todos desean.

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