Relevo en Argentina
HOY SE produce en Argentina un hecho sin antecedentes en el último cuarto de siglo: la transmisión pacífica de la presidencia de la República entre dos jefes de Estado civiles: el saliente, el radical Raúl Alfonsín, y el candidato vencedor en las urnas, el peronista Carlos Menem. El hecho merece celebración y parabienes porque la democracia argentina haya salido victoriosa por encima de considerables peligros y asechanzas.Vuelve al puente de mando una ideología que tiene mal nombre y una trayectoria histórica discutida; pero vuelve por la libre voluntad de la ciudadanía, y eso merece todo el respeto. Llega el peronismo en un ambiente enrarecido por las ambiciones de un estamento armado cuyo pasatiempo favorito en los últimos lustros ha sido mantener al país en estado de sitio. Y vuelve, finalmente, para recoger una antorcha de luz muy tenue, una situación económica y social que ha tocado el fondo del pozo. Ésos son los problemas con los que se tiene que encarar: los mismos de siempre, sólo que agravados por la estulticia y, en algunos casos, la buena voluntad teñida de incompetencia. No lo encuentra fácil el presidente Menem. Precisamente por ello, tiene derecho a que se le conceda el beneficio de la duda. Argentina es un gran país que merece mejor suerte que la que le han deparado las últimas décadas de su historia.
En el programa del nuevo Gobierno figura con rango prioritario el saneamiento económico. No podía ser de otro modo. Y, como siempre ocurre con la puesta en práctica de los programas de austeridad económica, los primeros sorprendidos son los que votaron al Gobierno que los va a imponer. Los peronistas se han encontrado en el menú con la fórmula de un liberalismo económico a ultranza: disciplina monetarista, drástico recorte del déficit público, reforma fiscal, disminución del gasto público mediante la reprivatización de empresas, persecución de los evasores, cambios financieros. Lo de menos es la sorpresa que tales propósitos hayan producido en los argentinos; lo significativo será comprobar si el nuevo Gobierno está decidido a ser consecuente con tan dura medicina de forma continuada sin que le arredren las dificultades con las que habrá de enfrentarse y las presiones para que abandone su ejecución al poco tiempo de empezar. Sólo así adquirirá Argentina la credibilidad que necesita para renegociar con sus acreedores su deuda externa (60.000 millones de dólares), objetivo esencial si quiere salir a flote. Para ello, el espejo mexicano será de mucha utilidad.
El equipo económico de gobierno parecería confirmar la voluntad de conseguirlo; procedentes de empresas privadas, monetaristas thatcherianos ligados a la oligarquía tradicional y en algún caso a la antigua dictadura militar, los nuevos ministros no dan la impresión de querer contemporizar con un populismo que ya trajo por la calle de la amargura al presidente Alfonsín siempre que éste se propuso medidas de ajuste económico.
Pero las dificultades no acaban en los temas económicos. Menem accede al poder bajo la atenta mirada de un Ejército revanchista y malhumorado, que, pese a haberse cubierto de sangre y de ridículo, no se resigna a ocupar su puesto en la sociedad. El presidente Alfonsín tomó dos decisiones que exigieron valor y visión de futuro: llevar a las cúpulas militares de la dictadura a los tribunales y, haciendo de tripas corazón, forzar la aprobación de una ley de punto final que eximiera de responsabilidad a la mayor parte de los militares por su participación en las atrocidades que cometieron. Con ello, pese a todo, lejos de que se acabaran sus problemas, tuvo que hacer verdaderos juegos malabares para evitar la constante desestabilización a que le tuvo sometido el estamento militar, consecuencia de una cadena reivindicativa que nadie acaba de comprender.
¿Hasta cuándo? ¿Cuántas concesiones más? Se diría que Menem no está dispuesto a averiguarlo. Ha declarado ya que no le gusta "ver a un pájaro enjaulado". Los bonaerenses han tenido oportunidad de ver al primero, el sanguinario ex almirante Massera, paseando tranquilamente por las calles de la capital. Igual ha sucedido con el coronel golpista Aldo Rico. La pregunta es si, con tal de asegurarse cualquier paz a cualquier precio, el presidente Menem ha decidido constituirse en rehén voluntario de un Ejército que no cesa de conspirar, corriendo así el riesgo de que sea éste quien enjaule a toda la nación.
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