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Creando una nueva Constitución

En la actualidad, Hungría está viviendo unos días de acontecimientos sin precedentes. El país, que desde el siglo XVII hasta mediados del XX tuvo una Constitución de la nobleza, pero que nunca contó con una Constitución moderna basada en la soberanía popular, se encuentra en este momento debatiendo la forma y el contenido de la nueva Constitución que reemplazará al supuesto documento constitucional estalinista de 1949 y a otros sucesores de similar jaez.La primera pregunta en el corazón de los debates es la siguiente: ¿podría esta nueva Constitución ser una copia del Grundgesetz germano-occidental o bien de la Constitución italiana del período posterior a Mussolini, con Benedetto Croce supervisando estrechamente los borradores de esta última? Esta pregunta no es en modo alguno absurda. Por muy diferentes que fueran las dictaduras estalinista, fascista o nazi, en el análisis final todas ellas eran dictaduras al fin y al cabo, reglas sin ley (o bien reglas que operaban con seudoleyes). En consecuencia, tanto en el caso de Italia como en el de Alemania Occidental, la mayor preocupación de los encargados de redactar los borradores tenía que ser la introducción de una era de imperio de la ley, reemplazando al imperio de la fuerza desnuda que utilizaba la hoja de parra de los decretos administrativos. Al margen de las evidentes similitudes entre países que emprenden una nueva era tras una dictadura, la mayoría parece rechazar la idea de una Constitución copiada. Esta última, así lo sostienen las partes en debate, no sólo sería un artefacto, sino que además sería un documento perjudicial condenado a una corta vida, en el transcurso de la cual carecería del respaldo de las tradiciones y de las expectativas populares. Y las constituciones esbozadas únicamente por exigencias del momento sólo pueden tener resultados muy negativos, como queda demostrado en la historia política de Francia por los dos siglos que siguieron a la Revolución de 1789. El pueblo perderá la fe en las constituciones y en el poder de la ley, y esperará permanentemente la llegada de un líder carismático. Por tópico que sea este peligro, cualquiera puede corroborar su verosimilitud, incluso aquellos que de forma superficial estudien la breve y hasta ahora tenebrosa historia de la democracia en Argentina.

¿En qué debería apoyarse la nueva Constitución? Durante algún tiempo ésta ha sido la segunda y lógica pregunta en Hungría. Y la respuesta parece bastante sencilla: sobre un consenso. Pero ésta es una respuesta sencilla sólo en apariencia, dado que la continuación a esta pregunta es la siguiente: ¿Consenso, en qué?. En otras palabras, ¿debería esta nueva Constitución ser real (una Constitución que estipule de forma especial el mantenimiento de ciertos derechos e instituciones sociales), o debería ser meramente formal, esto es, una Constitución que sólo establezca los principios de la libertad? Las constituciones meramente formales tienen, como demuestra la historia de Estados Unidos, una oportunidad considerablemente mayor de supervivencia a largo plazo. Sin embargo, parece que en Hungría una Constitución meramente formal no es posible de momento, por dos razones. La primera, el país, el último aliado de Hitler, tiene ciertas obligaciones en su tratado de paz, obligaciones que debe cumplir en todos los documentos legales futuros. La segunda es que la anterior dictadura estalinista se extendió a todo el entramado social. Por consiguiente, el nuevo acuerdo constitucional debe explicar con toda claridad y sin ningún tipo de ambigüedad lo que pretende conservar y lo que abolirá del anterior sistema institucional.

¿Puede una Constitución ser elaborada en cualquier momento? Éste es el tercer punto de discusión entre los participantes en el debate. La opinión mayoritaria que surge en este momento es que una Constitución redactada con excesiva precipitación sería más un peligro que una bendición. Las constituciones apresuradas son como la comida rápida: se consumen y se eliminan a gran velocidad. Y es más, una Constitución genuinamente libre no puede ser redactada en base al monopolio de poder de aquellos que ayer eran los beneficiarios de una dictadura sin cotos marcados por la ley. Por tanto, sólo una Asamblea Constitucional que surja de unas elecciones genuinamente libres (para las que existen algunas posibilidades en Hungría el año próximo) podría redactar una Constitución que lograra tener una larga vida, al menos en teoría.

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Llegado este punto, ha surgido un extraño y aparentemente artificial dilema en el debate. Las constituciones no pueden ser redactadas sin las instituciones, y en Hungría, al igual que en todos los países del estalinismo o del neoestalinismo, no existen tales instituciones. Esta afirmación parece muy extraña, ya que es la impresión obvia de todo ciudadano de estos países en que la presencia, quizá la omnipresencia de las instituciones en sus vidas cotidianas es una de las cargas más pesadas que deben soportar. Pero en realidad, en estos países sólo existe una institución: el partido del Estado, con innumerables ramas y brazos sofocantes. Sin embargo, todos ellos emanan de un único centro y obedecen sólo las órdenes de dicho centro. Lo cierto es que ese centro ha estado paralizado en Hungría durante algún tiempo. No obstante, aún se da el hecho de que existe un vacío institucional en el país, que supone un obstáculo a la hora de dar vida a una Constitución. Las instituciones nuevas y libres deben ser creadas por iniciativa popular cuando de una nueva Constitución se trata.

La pregunta más difícil se refiere al número y a la composición social de las personas implicadas en el debate: ¿quiénes son? ¿Cuántas personas de los 10 millones de habitantes del país participan en estos debates? En este aspecto, el horizonte sigue nublado. Desgraciadamente, es justo decir que las únicas personas que participan activamente en los debates con vistas a la redacción de una nueva Constitución son expertos en leyes e intelectuales de mentalidad política. Y esto es menos que satisfactorio, dado que los expertos en leyes tan sólo pueden ser simples técnicos a la hora de confeccionar una Constitución democrática. Cada documento base que proceda de un pequeño grupo de profesionales, aun si tienen las mejores intenciones y el más alto nivel de experiencia, sería como un recién nacido sin vida, o se convertiría en el instrumento de lo que ciertos sociólogos húngaros denominan, unas veces en tono crítico y otras con entusiasmo, "el poder de la clase intelectual". Para que la soberanía del partido sea sustituida por la soberanía popular, es necesana la participación masiva y la energía creativa de millones de ciudadanos. Pero por el momento, los habitantes de este país están bastante preocupados por la carga excesiva que supone para ellos una Hungría que en el aspecto económico todavía está en declive, como consecuencia de unas crgas de gran peso en sus existencias cotidianas. Y éste es un peligro genuino. Aunque pudiera ser una trivialidad del pensamiento democrático, en esta ocasión es preciso manifestarlo enfáticamente: sólo la alianza de los ciudadanos, y no de los expertos, puede conseguir una Constitución libre para el pueblo.

Traducción: Carmen Viamonte.

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