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Las 'crestas', en la Academia

La máxima institución lingüística 'legaliza' a 'punkies', 'hippies' y 'travestis'

Alonso Zamora Vicente, secretario perpetuo de la Real Academia Española desde 1971, asegura conocer a fondo a los jóvenes punkies, que, por cierto, escasean cada vez más en el panorama callejero español. Zamora Vicente, una institución en el organismo que limpia, fija y da esplendor a la lengua de Cervantes, vive en la propia sede de la calle de Felipe IV, en uno de los barrios más selectos de Madrid, y a sus 73 años no parece especialmente proclive a patearse las zonas de la ciudad donde transitan los punkies, hippies, travestis o los bares donde se cuece la movida. Vocablos que, sin embargo, ha acogido el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, que acaba de ser editado con la supervisión de este académico.

"¿Que si conozco algún punk? Naturalmente. Conozco a varios e incluso hay alguno que pretende ser miembro de mi familia. Lleva el pelo rojo y tinas monedas incrustadas en el cuerpo, pero es un caso particular y las variantes no podemos incluirlas en la definición general de la palabra. Los punkies son una gente estupenda, hombre. Lo que pasa es que les gusta llamar la atención", explica el secretario de la academia.Pero ese ejemplar semifamiliar del movimiento punk -a estas alturas casi una pieza de museo- sí parece haber dejado su huella en la definición que Zamora Vicente otorga en el diccionario a esa voz inglesa. A saber: "Dícese del movimiento juvenil de la década de los años setenta, musical, de protesta ante el convencionalismo. Se caracteriza por el uso de vestidos estrafalarios, cabellos teñidos y peinados antinaturalmente y accesorios incrustados en el cuerpo de forma masoquista. Sus seguidores son violentos".

Fantasmada académica

Zamora Vicente no ve nada negativo en ello e incluso bromea al respecto, "yo mismo me pondría los pelos de punta si tuviera tiempo", -"si tuvieras tiempo y pelo", apostilla Manuel Alvar, director de la Academia que asiste a la entrevista en uno de los sobrios despachos de la sede de Felipe IV.La lectura de la definición provoca en Pollo, guitarrista del grupo Comando, que conoce a fondo el mundillo punk del que formó parte hace seis años, -"cuando tenía 16"- un cierto estupor. En concreto la alusión a los accesorios incrustados. "Eso es una fantasmada de la hostia. Yo creo que los de la academia han visto las películas de Mad Max y se han creído que es igual". A Pollo, que además es boxeador, tampoco le parece justo que se les tilde de violentos. "Porque eso depende de cada uno, y un hippy puede ser también violento".

Pero las definiciones del diccionario sorprendentes o no, tienen que dar una opinión de lo que recogen. Eso explica, al menos, Manuel Alvar. Y a veces, esa opinión es meramente descriptiva como la que hasta hace no mucho se daba del vocablo perro, definido poco más o menos como: animal que levanta la pata trasera para orinar.

Alonso Zamora Vicente no ha sido tan explícito a la hora de fijar el sentido de las nuevas adquisiciones lexicológicas del diccionario manual, del que se siente muy satisfecho. Aunque su entusiasmo contrasta con la incomodidad que parece provocar la mención de la obra en algunos de sus compañeros académicos. Julián Marías se apresura a colgar el teléfono a la periodista una vez precisado que el diccionario manual es algo "más popular", que el de la lengua española, mientras el anciano Rafael Lapesa, en activo a sus 81 años, atribuye, sin dejar que el interlocutor articule una sola pregunta, "los méritos de la edición" a Zamora Vicente, asegurando que ignora absolutamente su contenido.

Otros, educada pero implacablemente, como el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, insisten en la misma ignorancia. "No soy un experto en estas cuestiones, aunque la definición que usted me lee contiene dos términos: 'masoquista', y 'violentos', que son algo discutibles". Algo parecido opina Gregorio Salvador, quien considera que la lexicología moderna`tiende a huir cada vez más delos juicios de valor. Salvador, por ejemplo, que como Buero ha visto a más de un punk por la calle, "aquí y en el extranjero", no cree que estos términos pasen al diccionario de uso del español.

El propio Alvar, de 65 años, niega suavemente con un gesto de su cabeza cuando se le pregunta si la titi, otro de los términos del "argot más en boga", que ha recogido el secretario de la academia en su diccionario, será incluida algún día en el de uso del español, ese que "da fe de nuestro idioma". "El diccionario manual tiene su utilidad porque cualquier persona que venga del mundo rural puede quedar sorprendida de encontrarse la ciudad llena de pizzerías. Este tipo de términos, que nunca aparecerán en el diccionario de uso del español, tienen un sitio en el manual", añade.

De acuerdo con ese criterio tampoco está muy claro el futuro de tronco, papear, movida, chachi o morro que se incluyen en el texto.

Pero Zamora Vicente, que ha trabajado en la actualización del diccionario, que tiene 1.660 páginas, con la ayuda de los profesores Pedro Canellada, Guadalupe Galán Izquierdo y María Josefa Canellada, no acierta a mantener su buen humor cuando se alude al pequeño escándalo provocado por la inclusión de términos cuya antígüedad de uso él se apresura a recordar. "La gente es de una ceporrez absoluta y tiene una ignorancia total del propio idioma", se queja. "Porque algunos términos de esta nueva edición, que es la cuarta, como dabuten, dabuti, son gitanismos de lo más antiguos, que ya usábamos cuando yo era joven. Es lo mismo que guay; esa expresión la cantábamos ya en los años treinta en la canción de un desventurado que se iba al Uruguay, y repetíamos eso de 'al Uruguay guay, yo no voy, etcétera".

'Hippies' con reuma

"Mire usted, hemos manejado infinidad de diccionarios de argot e incluso cosas clandestinas que circulan por ahí", continúa un punto misterioso el secretario perpetuo. "Palabras como pasma y madera para mencionar a la policía son muy frecuentes y se oyen en cualquier mostrador de la calle de las Huertas. Y de los hippies, ¿qué quiere que le diga?, la mayoría debe tener ya reuma. También nos hemos servido de los medios de comunicación. De la televisión no, porque, desgraciadamente, no es muy inspiradora".Pero, ¿y el término travesti? ¿Por qué incorporarlo cuando el diccionario de uso recoge desde hace años el vocablo travestido?. El secretario se queda un minuto pensativo. "¿Viene travestido?", se interroga mirando a su director. Y Manuel Alvar se apresura a buscar en la edición de 1970 que descansa sobre la mesa del despacho. "Travestido, sí, aquí está. 'Del italiano travestito, adjetivo, disfrazado o encubierto con un traje que hace que se desconozca al sujeto que usa de él". Pues para Zamora Vicente que parte del término francés, un travestí es, según el diccionario que apadrina, "persona que por inclinaciones anómalas se viste con ropas del sexo contrario", y por si quedan dudas, la definición aclara, "suelen formar parte de un espectáculo".

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