Higos y estrellas
, Jomeini ha muerto en su residencia mezquita de Yamarán Hosseiniyeh, al Norte de Teherán, en donde vivía desde 1980. Pasaba la mayor parte del día sentado en un cojín sobre el suelo, leyendo resúmenes de prensa, textos religiosos y de astronomía. Acostumbraba escuchar la radio. Le gustaba alimentarse a base de frutos secos e higos.
Su muerte se debió, según se cree, a un cáncer de próstata con metástasis hacia el hígado, seguido de trastornos digestivos y cardiacos.
Muchos de los trescientos jaddam, los servidores de la mezquita de Najaf pertenecientes a seis familias nobles de la ciudad santa iraquí donde estuvo exiliado, recuerdan a Ruhollah, el espíritu de Dios, con un respeto no desprovisto de temor.
Su entrecejo, que concentraba la fuerza de su rostro, se hallaba labrado con un profundo surco por miles de horas de rezos con la cabeza sobre la turba, una piedrecita de barro sagrado que los musulmanes colocan sobre el suelo para prosternarse sin contaminarse con la tierra.
Jomeini estuvo casado con Batol, una mujer oriunda de la ciudad santa de Qom veinte años menor que él. Tuvieron tres hijos y dos hijas. Uno de los varones, Mostafá, murió presumiblemente envenenado por la policía política del sha Reza Palilevi y otro, resultó ahogado accidentalmente de niño en el río Kufa, cerca de Nayef, donde pasó con su familia 14 años de exilio.
Ahmed, hoyatoleslam shií, era el más próximo de sus hijos, quien controlaba su oficina y en quien depositaba la intendencia de sus principales asuntos. Su hija Zahra definió recientemente a su padre como un hombre muy afable en casa, interesado por la vida cotidina de sus hijos y de sus ocho nietos.
En 1981, Jomeini, con 81 años, quiso desposarse con una joven adolescente que cuidaba sus aposentos. Su intención era casarse con ella para evitar el escándalo que creía dar con presencia de la jovencita consigo, según dijo. Pidió consulta a los ulemas y éstos le aseguraron que el verdadero escándalo vendría si la desposaba.
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