El resplandor de la Luna
"Look! Throwgh the port comes the Moon-shine astray" ("¡Mira! Por el portillo pasa el resplandor de la Luna"), perteneciente a Billy Budd (1951), de Britten, era la única aportación operística del programa oficial con que el barítono inglés Thomas Allen (1944) se presentó en Madrid, el pasado jueves. La emocionante balada fue expuesta de forma magistral, envolvente, sobrecogedora. Prácticamente fue como un susurro.Todo el recital tuvo un aire de intimidad, de reunión familiar. Sin estridencias ni espectacularidades, Thomas Allen fue cautivando al auditorio, que casi llenaba el teatro de la Zarzuela, con la belleza de una voz cálida y bien timbrada y con una línea musical elegante basada en el desarrollo del concepto melódico.
Recital de Thomas Allen
Geoffrey Parsons (piano). Obras de Haydn, Schumann, Ravel, Britten y tradicionales Teatro de la Zarzuela. Madrid, 25 de mayo.
A Thomas Allen, por otra parte, se le notan sus características de cantante de ópera. La escuela interpretativa inglesa, el control del gesto y la acentuación expresiva de ciertas sílabas tienen en el barítono de Durham un representante idóneo.
Fuera de programa, y en el mismo tono del resto de la noche, ofreció una entrañable versión de la serenata Deh, vieni alla finestra, de Don Giovanni, de Mozart, papel que lo ha hecho justamente célebre tras su realización del mismo en su montaje de Strehler-Muti en la Scala de Milán, y que el público le pedía a gritos.
El buen hacer de Thomas Allen en el repertorio inglés -cuatro canciones tradicionales arregladas por Britten y tres canzonettas para textos ingleses de Haydn- se vio complementado por una excelente intervención en el lied alemán. Tanto Schumann, como Schubert, Brahins o Strauss, ofrecidos en algunos de los seis bises con que el cantante correspondió al éxito de la velada, fueron interpretados con claridad, poesía y lirismo contenido, gracias, entre otras cosas, a su nitidez en la utilización de los registros agudo y medio de la voz.
Problemas de memoria
No fue tan afortunada, sin embargo, la incursión del cantante en la canción francesa. En Don Quijote a Dulcinea (1032-1933), Thomas Allen tuvo, en las dos primeras canciones, problemas de memoria y un deficiente mantenimiento de la respiración, que, unido a un registro grave sin excesiva potencia, hizo que la obra póstuma de Ravel llegase sin el misterio y la atmósfera con que fue compuesta.Fue el único lunar de una gran noche musical, a la que contribuyó de forma destacada la gran lección de lo que es el piano de acompañamiento que brindó el australiano Geoffrey Parsons. Perfecta compenetración con el cantante, atención al matiz, adecuación estilística en la creación de climas. En esta ocasión, por el teatro de la Zarzuela ha pasado el resplandor de la Luna.
Babelia
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