Gorbachov, presidente
LA ELECCIÓN de Gorbachov como presidente de la URSS culmina la larga marcha emprendida por el dirigente soviético, desde que accedió al poder en 1985, para cambiar un sistema político que seguía profundamente marcado por las secuelas del estalinismo. Capítulos esenciales de la Constitución y la ley electoral tuvieron que ser modificados para hacerla posible. Y gracias a esos cambios y a la glasnost se llegó a un proceso electoral en que el que se produjo una lucha política real y en el que obtuvieron excelentes resultados los candidatos que apoyando la perestroika se presentaban con plataformas de oposición. Sin perjuicio de las deficiencias y limitaciones de aquellos comicios, Gorbachov es desde el jueves un jefe de Estado elegido por los representantes del pueblo, algo que jamás ha ocurrido en la historia rusa.Tan importante acontecimiento llega, sin embargo, en un momento difícil. La situación económica es gravísima, con penurias en el abastecimiento que obligan a medidas de racionamiento y que no pueden ser resueltas de modo rápido. Sería injusto atribuir estos problemas a la perestroika, pero el hecho es que la población no recibe mejoras concretas de la reforma y ello crea descontento. De ese clima intentan aprovecharse los conservadores que siguen ocupando posiciones en el partido y que intentan sabotear y entorpecer el progreso de la reforma.
Para superar esta situación, Gorbachov dispone desde ahora de poderes constitucionales sustanciales. Pero el cambio decisivo consiste en que está naciendo en la URSS una nueva legitimidad del poder político. Hasta ahora ésta se basaba en la Revolución de 1917, que había dado el poder al partido comunista. Ello colocaba a Gorbachov a merced de lo que ocurriese en el Buró Político del partido; en 1964, Jruschov fue eliminado en cuestión de horas. Ahora el presidente Gorbachov cuenta con una legitimidad independiente del partido, una legitimidad democrática que tiene su origen, a través de los diputados, en la voluntad de los electores expresada en las urnas.
A dar mayor relieve a tan decisivo cambio tendía la demanda hecha por Sajarov, al iniciar el jueves sus trabajos el flamante Congreso de los Diputados, para que Gorbachov se sometiese a un debate político antes de ser elegido. Debate que todo el país podía seguir por televisión. A pesar de que la propuesta de Sajarov no fue aceptada, el debate tuvo lugar. Y es que Gorbachov lo necesitaba. Le interesaba demostrar ante el país que su elección se debía, no al hecho formal de ser el candidato del partido comunista, sino a que había dado a los diputados respuestas convincentes sobre un gran número de problemas que angustian a los ciudadanos.
Varios diputados pidieron a Gorbachov que dimitiese como secretario general del partido comunista para separar netamente al Estado del partido. Demanda que no apoyó una gran parte del sector radical por una razón obvia: la URSS vive una etapa de una transición compleja en la que el partido comunista, más que un partido político, es un potente aparato burocrático y jerarquizado que administra y gobierna el país. Para poder llevar a cabo la transición, Gorbachov necesita las dos legitimidades: la tradicional de jefe del partido, con todo lo que ello implica de capacidad de mando, y la nueva legitimidad de gobernante refrendado por un proceso electoral.
Ahora, para que el proceso de reforma siga adelante, es fundamental que ese pluralismo, tan manifiesto en el Congreso, se conserve en el Soviet Supremo, el órgano parlamentario permanente, que deberá formarse en estos días con una quinta parte de los diputados. Ante los graves problemas que debe abordar con urgencia el Gobierno soviético es importante vitalizar un germen de parlamentarismo que ofrece un escenario único para que un debate político abierto consiga compromisos indispensables en temas tan llenos de pasión como el de las nacionalidades.
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