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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Shamir, en Madrid

ISAAC SHAMIR, primer ministro de Israel, viaja estos días por Europa intentando que los países occidentales acepten su nuevo plan de paz para Oriente Próximo. Y lo hace reiterando sus inviables ofrecimientos y cerrando los ojos porque sabe que cada vez que los abre se encuentra con el único interlocutor al que no quiere ver: los palestinos de la OLP.Después de entrevistarse en Londres con Margaret Thatcher y de acoger con irritación las críticas que le dirigió el secretario de Estado norteamericano, Shamir ha estado en Madrid. Un mes antes de la cumbre europea que cierra la presidencia comunitaria de España, el primer ministro israelí ha querido convencer a Felipe González de la bondad de unas propuestas que, sin embargo, nacieron viciadas por un defecto esencial: la convicción del Gobierno de Tel Aviv, 10 años después de la firma de los acuerdos de Camp David, de que el statu quo no se ha modificado. El plan olvida, en efecto, que la OLP -con mayor o menor entusiasmo- ha renunciado al terrorismo y reconocido la realidad de Israel; que, real o ficticio, los palestinos han proclamado un Estado, y que los jordanos se han desentendido de Cisjordania. Y olvida un hecho terrible, la intifada, que más que ningún otro ratifica la convicción de que, pese a la opinión de Shamir, los territorios ocupados por Israel no son anexionables.

Todo plan de paz israelí basado en la ignorancia de estas nuevas realidades tiene pocas perspectivas de éxito. El primer ministro de Israel pretende iniciar su proyecto convocando unas elecciones libres y democráticas en Gaza y CisJordania. Libres y democráticas para el Likud quiere decir que se podrá negociar con quienes resulten elegidos, siempre y cuando no sean miembros de la OLP. Pero decir eso es descabellado, porque quienes van a resultar elegidos estarán relacionados, directa o indirectamente, con la organización palestina, y al final, si Shamir es sincero, tendrá que sentarse a la mesa con ellos.

Por ello mismo, los palestinos deben acudir a las elecciones. No puede romperse la baraja, porque no quedan muchas barajas que romper. Si Shamir propone elecciones, póngasele frente a las consecuencias de la propuesta: celebrar unos comicios supone crear unas mínimas condiciones y garantías democráticas, entre las que resulta ineludible la participación de los representantes del pueblo palestino y la supervisión del proceso por observadores de la comunidad internacional. Si, como parece, se rechazan tales condiciones, el Gobierno de Tel Aviv quedará definitivamente aislado y habrá llegado el momento de la conferencia internacional que EE UU,, la URS S y la CE propugnan. Andando hacia atrás, Shamir habrá dado involuntarios pasos hacia adelante. Acaso la cumbre árabe de Casablanca no debería olvidarlo.

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