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FESTIVAL DE TEATRO DE GRANADA

Decepcionante estreno de la adaptación para escena de 'Frankenstein'

El martes se celebró el estreno más esperado de esta séptima edición del festival de Granada: Frankenstein, adaptación teatral de la novela de Mary Shelley. Había una gran expectación no sólo por tratarse de un espectáculo sobre la mítíca criatura de la literatura y el cine fantásti cos, sino porque el mismo festival de Granada participaba en la coproducción del montaje, creado conjuntamente por el Pip Simmons Group británico y L'Orbe Théâtre francés. No puede hablarse de fracaso, pero sí de decepción, quizá porque las dos compañías que han puesto en escena este Frankenstein, en vez de un feliz y fértil entendimiento, han seguido caminos ciertamente antagónicos.

Pip Sirrimons y Jean-Philippe Guerlais, el actor que dirige L'Orbe Théátre y que interpreta el papel del doctor Frankenstein, firman la adaptación teatral de la novela de Shelley, y habrá que suponer que ambos son también responsables de la precaria dramaturgia del espectáculo, aproximadamente un despropósito. Una adaptación que, entre prólogo y epílogo, engarza dos capítuos dedicados respectivamente al temerario doctor Frankenstein y su solitario y maldito monstruo.El espectáculo no intenta poner en escena la novela, representar linealmente la historia de esa creación científica aberrante. Como confiesa Simmons: "No he intentado construir un guión racional, sólo algo que contenga lo esencial de la intriga". Esta actitud termina casi por paralizar la acción escénica que se estanca en interminables monólogos de los dos protagonistas, o soliloquios con su pensamiento: El relato de la historia se obvia, y en su lugar se opta por una reiterativa reflexión de Frankenstein y su monstruo sobre su angustiosa existencia esquizofrénica, que no puede hallar otra salida que el odio y el desafío mutuos y el implacable deseo de mutua destrucción.

El arranque de Frankenstein es realmente afortunado y prometedor. La imagen escénica es magnífica. Detrás de un telón transparente, el doctor Frankenstein persigue penosamente a su repudiada criatura, en un mundo gélido, de grandes bloques basálticos, de poliedros truncados que conjugan magistralmente la paradoja de mole transparente, como un paisaje glaciar microscópico que se revela como un majestuoso espacio mental donde transcurre la batalla entrecreador y criatura, entre ciencia y ética.

En definitiva, el escenario es el paisaje de sueños y pesadillas que desgarran el cerebro del doctor Frankenstein.

Pero pronto será traicionado ese excelente acoplamiento dramatúrgico de los dos creadores, Simmons y Guerlais. Tras ese brillante comienzo, Frankenstein, el espectáculo, se desdobla como la propia conciencia del personaje: por una parte, su ágil expresión visual, y por otra, sus agotadores discursos verbales. Sólo en un episodio, el del hallazgo del cadáver de la niña asesinada por el monstruo, la acción dramática (por otro lado silenciosa) y las imágenes se funden en una escena fascinante, emotiva, espléndida.

Por lo demás, hay un encuentro no resuelto entre dos concepciones teatrales, si no opuestas por lo menos distantes y alejadas, entre Guerlais, empeñadoen su papel de actor trágico, y Simmons, creador de lo que podríamos llamar un teatro de la imagen.

Además, Guerlais exagera equivocadamente el dramatismo de su personaje, lo mantiene siempre en un alto tono de tragedia, que con frecuencia deriva al paroxismo, bordeando siempre la frontera de la verosimilitud, e incluso sobrepasándola, como en esa escena en que intenta matar a su monstruo a tiro limpio.

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