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Muerte en el pabellón 5

Nuevas implicaciones en el caso de los 49 crímenes del hospital vienés Lainz

La chilena Dora Ferrada Avendaño, testigo de oro en el caso de las muertes del pabellón 5 del hospital Lainz, vivía hasta hace poco en las afueras de Viena, en un barrio de antiguas y desoladas barracas militares, llamado Macondo desde que llegaron hasta allí, cargados de nostalgias, 800 refugiados chilenos después del golpe militar de Pinochet, en 1973. Ferrada abandonó esa triste reunión de exilio permanente y dejó para siempre, acompañada de su hijo, su apartamento gris y húmedo.

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La auxiliar sanitaria Ferrada, que fue la primera en dar la alarma el año pasado al sospechar que sus compañeras de trabajo asesinaban con sobredosis de insulina o ahogando con agua a enfermos de su sección, se presume que recibió dos millones de pesetas por hablar en exclusiva a un semanario alemán occidental y vender las fotos de su archivo privado en las que aparecen las integrantes del escuadrón de la muerte en frívolas actitudes. Los documentos gráficos "sólo confirman las fiestas salvajes", como las calificaba un diario austriaco sensacionalista, y muestran a las enfermeras en brazos de médicos tomando champaña. Todo esto, en la sala de descanso del pabellón 5.[Ferrada conversó telefónicamente la noche del pasado sábado con Canal 11 de Santiago de Chile, y pidió a sus padres, que se hallaban en el estudio de televisión, que le fueran a acompañar cuando se inicie el proceso en Austria. Ferrada dijo que ahora vive en Alemania Occidental, informa Efe].

Un informe secreto de la magistratura de la municipalidad de Viena, que se filtró a finales de la semana pasada, responsabiliza al médico jefe de ese pabellón, ahora clausurado, doctor Franz Pesendorfer, de la situación general de esa sección, en la que los controles eran escasos, y la autoridad de los médicos, cada vez más débil. Se describe al jefe del pabellón 5 como un "buen médico", pero un "mal organízador". La investigación agrega que Pesendorfer había perdido el don de mando "por los constantes rumores en la sección de que médicos mantenían relaciones íntimas con algunas empleadas de la misma".

En el mismo documento, un antiguo amigo de Pesendorfer, el médico forense doctor Holczabek, una eminencia en medicina legal, afirma haber advertido telefónicamente a Pesendorfer, hace un año, de lo que podría pasar. Relata el diálogo con detalle: el médico jefe del pabellón 5 le contó la extraña muerte de la paciente Anna Urban, que, mientras estaba en proceso de recuperación, moría inexplicablemente (19 de abril de 1988).

El contenido de esa llamada telefónica fue minuciosamente anotado por el doctor Holczabek e incluye las declaraciones de Pesendorfer, quien confesó a su colega la preocupación por rumores de que en un determinado turno de noche, en el que participaba la principal autora de los asesinatos, Waltraud Wagner, los pacientes recibían Rohipnol intravenoso y morían.El especialista en medicina legal advirtió a su amigo que éste podría convertirse en el "caso criminal del siglo". Pesendorfer cayó en la trampa del crimen perfecto, y para él fue suficiente el informe de la autopsia del cadáver de Anna Urban, en el que se establecía que no había restos del somnífero Rohipnol.

Los resultados de la investigación de la Magistratura se filtraron a la Prensa, y se afirma que con el conocimiento que tenía entonces Franz Pesendorfer debería haber sacado a las enfermeras sospechosas de los "poco controlables turnos de noche" Critica también al ex jefe del pabellón 5, ahora fuera de servicio, que no informara a la totalidad de los médicos ni a las enfermeras jefe sobre lo sucedido con Anna Urban.

Visitas médicas nocturnas se efectuaban raramente y sólo en caso de emergencia, ya que los doctores tenían su sala de turnos en un edificio contiguo al pabellón 5. También se ha establecido en la investigación, en la que han sido interrogados personal y enfermos del pabellón de la muerte, que no se hicieron recuentos de los medicamentos, a los que todo el personal tenía acceso. Ni siquiera se hizo un balance del Valium y del Rohipnol, tranquilizante y somnífero, respectivamente, habitualmente utilizados por adictos y robados muchas veces de los hospitales.

El ombudsman del hospital Lainz informó que la mayor cantidad de quejas y las más fuertes venían de enfermos y familiares de la sección a cargo de Pesendorfer. Los pacientes allí concentrados eran en su mayoría ancianos terminales, y se criticó al personal por "no efectuar la limpieza y aseo a los enfermos"; también, de "dejar a los pacientes acostados durante horas sobre sus excrementos" y de abandonarlos por largos períodos en malas posiciones corporales", lo que les producía "dolores o llagas en la piel".

Deshumanización progresiva

Las quejas, en su mayoría, no son en contra del tratamiento médico, sino que describen la deshumanización progresiva de ese lugar. Sigue el informe de la magistratura: a los enfermos "les apartaban la campanilla de su lado para evitar que llamaran al personal en caso necesario". También, a aquellos que no eran capaces de alimentarse solos, les era servido un plato de comida que nadie les ayudaba a tomar y luego era retirado sin probar. El trato de las enfermeras a los ancianos se califica en este informe de "irrespetuoso" y de "exceso de confianza". Las auxiliares sanitarias, especialmente las cuatro acusadas de los 49 crímenes de Lainz, no llenaban las fichas médicas con exactitud y tampoco dejaban constancia en ella cuando les suministraban tranquilizantes o somníferos.La investigación de la magistratura ha causado las iras en la Asociación de Médicos de Austria, y su presidente, doctor Neumann, ha declarado que está llena de "prejuicios" y es "una justicia linchadora" que no se ajusta a la verdad. La discusión de quién es el responsable de lo sucedido ha separado a los gremios de la salud en Austria, que han comenzado una guerra fría. La confianza entre médico-paciente y enfermera-paciente se ha destruido por completo, y la pregunta que se formula en Viena es: ¿con razón o sin razón? En los hospitales, las auxiliares, enfermeras y médicos se defienden en grupos y su labor se ajusta exactamente a la ley, después de la experiencia que las auxiliares sanitarias del pabellón 5 realizaban prácticamente idéntico trabajo que las enfermeras tituladas.

Mientras, las cuatro procesadas -Waltraud Wagner, Maria Gruber, Irene Leifdorf y Stefanie Mayer- tuvieron que ser aisladas en la cárcel de mujeres de Viena porque las otras reclusas les hacían "la vida imposible, gritándoles asesinas y maltratándolas". Se teme que no recibirán penas de cárcel mayores por lo difícil de comprobar de estos crímenes. Una confesión no es suficiente prueba para constatar un asesinato ante la ley austriaca. El médico Martin Donner, que ha actuado públicamente en el caso Lainz, declaró a EL PAÍS que "pueden alegar que la confesión fue hecha en estado de confusión. Si estas enfermeras, con la ayuda de sus abogados, se ponen de acuerdo y dicen que todo lo que dijeron fue una mentira, nadie podrá probar nada".

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