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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Demasiado

Así que pasen cinco años es la obra más libre de Federico García Lorca. En la época en que la escribió había una aspiración muy profunda y muy justificada hacia el teatro libre: es un tema de todo este siglo. Frecuentemente fracasado porque, finalmente, lo escrito hay que meterlo en un estuche y dentro de unas limitaciones muy establecidas. La preceptiva dramática aparecía como odiosa; se trataba de saltar por encima de ella, o de destruirla. La calificación de obra críptica -que la une a El público- suele venir de la incomprensión que ofrece desde el punto de vista de la dramática; esto es, de la necesidad de clasificar las especies.Es una obra de ensayo, lo cual quiere decir que aparecen en ella temas, personajes, situaciones, rimas; no se combinan, se mezclan. Un aire de la época -los veinte, el principio de los treinta-, una preocupación también muy situada por el tiempo y sus relatívidades, una nostalgia de lo que puede ser el futuro, que es también el presente y el pasado... No pretendo, claro, ningún análisis de esta obra sobre la que se han escrito varios centenares, y que termina siempre desconcertando a los que necesitan de armazón lógico para el teatro. Simplemente recuerdo esta libertad y esa falta de construcción para explicar la creación de Miguel Narros. Hace lo que quiere, lo que entiende, y tiene tanto derecho como uno más de los que han estudiado esta obra. Ya la representó hace 10 años en el Eslava: ahora tiene más medios, más riqueza, para construir el estuche. No se sabe si García Lorca lo habría aprobado: él sí tenía ideas muy concretas sobre la representación posible, y sus objeciones, sus reparos a detalles o a interpretaciones impidieron que se estrenase. Cualquier especulación sobre la fidelidad al texto o a sus símbolos -que saltan a cada frase- es, naturalmente, inútil.

Así que pasen cinco años

De Federico García Lorca. Intérpretes: Carlos Hipólito, Helio Pedregal, Pastora Vega, Miguel Molina, Perpe Loma, Ismael Martín, Fernando Sansegundo, Gabriel Garbisu, Cristina Marcos, Rafael Rojas, Ana Labordeta, Begoña Valle, Licas, Paz Marquina, Ginés García Millán, Macarena Víal, Milena Montes, Isidor Barcelona, José Luis Benet, José Antonio Mayenco, Ángel de Andrés.Escenografia: Andrea d'Odorico. Figurines: Miguel Narros, Helena Sanchis y Sonia Grande. Iluminación: José Miguel López Sáez. Música: Enrique Morente. Movimiento: Amold Taraborrelli. Dirección: Miguel Narros. Teatro Español, 28 de abril.

El sendero de la belleza

Narros ha escogido también la libertad, la mezcla, la abundancia: ilustra los símbolos, va por el sendero, que conoce muy bien, de la belleza: un estuche brillante -a veces, demasiado-, colorista, explosivo, sonoro -a veces, también, demasiado, todo es demasiado-, incrusta el andalucismo, se regocija en el circo, hay cuadros que parecen desfiles de modelos -los figurines son de un equipo donde está él mismo, con Helena Sanchis y Sonia Grandes-, gitanea, se hace romántico, hiere al público o viste a los actores con las luces -iluminación de José Miguel López Sáez, quien salió a saludar por su mérito-, coreografia, compone cuadros, llena o vacía el espacio escénico -de Andrea d'Odorico-; no se detiene nunca. Yo encuentro demasiada actividad, demasiada abundancia; vuelvo a repetir que demasiado de todo: hasta que se llega a perder el paladar por exceso, y el escenario abruma y desborda la capacidad de recepción. La realización de todo ello es perfecta; la de un producto acabado. Si se exceptúa a los actores, si es que se piensa en el texto. Elegidos para ser vestidos, para ilustrar y colorear, no lo están tanto en función de la palabra. Manuela Vargas es decorativa por sí, y se la ve esforzada a serlo más, pero no se explica. Ni Pastora Vega, ni Miguel Molina. Son seres de otros medios; no tienen por lo menos el curtido de los actores más profesionales, que siempre se las arreglan para sacar oficio en cualquier postura y situación -Carlos Hipólito, Helio Pedregal..-; algunos actores conectan de manera especial con el público, como el niño Ismael Martín, y el Gato -gata- Perpe Lorma. No se sabe por qué, pero su escena y sus apariciones en los saludos fueron especialmente bien recibidas.Con el nombre de Lorca al frente, con su enigma, con la única unidad que él dejó -su verbo, su sensibilidad, sus temas de otras obras y otros versos-, es en realidad un teatro de dirección, de escenografía, de figurines, de tramoya y luces. Un género. Este género tiene servidumbres y grandezas, produce a veces un gran rechazo -hoy hay mayor tendencia al teatro de texto que al de espectáculo- y a veces una adhesión por encima de todo. Narros, especialmente, produce esa adhesión con su obra -quiero decir con el conjunto de su obra, que es tan largo como importante en la sociología del teatro español contemporáneo- y siempre sus finales producen estallido de público, alumnos y admiradores: no le han falla:do en esta ocasión, y a ellos se unió el público en general. Es lógico: es más Narros que nunca. Quizá, también, demasiado.

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