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Crítica:EL PICOLLO DE MILÁN, EN MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La identidad perdida

Come tu me vuoiDe Pirandello (1926). intérpretes: Andrea Jonasson, Franz Boehm, Mirjam Ploteny, Orso María Guerrini, Enzo Tarascio, Edda Valente, Mario Valdemarín, Anna Sala, Anna Priori, Poruna Prema, Klauss Dittman, Sonja Fuchs, etcétera. Escenografía: Enzo Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Dirección: Giorgio Strehler. María Guerrero, 25 de abril.

Nunca pensé que el problema esencial de Come tu me vuoi fuese la búsqueda de identidad de Europa. Creo que Pirandello tampoco. Strehler sí tiene esa vocación europea y esa necesidad de comunicar su teatro a otros países y recibir él de ellos, y hace bien en ofrecer esta obra de 1926 como una inquietud europeísta.

La obra tiene en realidad residuos argumentales de la guerra que terminó en 1918, y un problema de identidad local, el de italianos y austriacos en una zona siempre disputada.

Pero su mira es más alta y se refiere a la condición humana, a la inseguridad de un personaje con dos idiomas natales pero con una identidad perdida en la amnesia y situada entre dos polos: bailarina de cabaré en Berlín, ama de casa grande en el Veneto. Tema de la época: el de Siegfried de Giraudoux (1928), el de Anouilh en Le voyageur sans bagage (1937).

Pero Pirandello no fue sólo un precursor, sino un especialista de la identidad de cada cual, de los temblores crueles de la memoria perdida, de la imposibilidad de fijar una verdad; y de las fronteras de la locura y las cuestiones que suscitaba el psicoanálisis. Tan especializado, que la palabra pirandelismo salió de ahí, como kafkiano saldría de Kafka -y no están lejanos ni el tiempo ni en la cuestión de fondo.

Tendencia pirandelliana

Strehler no apura su cuestión de Europa más que en sus notas al programa, y representa la obra como fue escrita, menos algún corte. Utiliza actores de habla alemana y de habla italiana; unos decorados de bellísima simplicidad y evocación de ambiente hechos por Enzio Frigerio, unos trajes deslumbradores de Franca Squarciapino; lo principal sor las luces colocadas por Strehler: prefiere la oscuridad, quizá para que sea más densa la noción de amnesia, y en el último acto llega incluso a disponer unos ofuscadores y unos contraluces que hieren al espectador. Sus personajes están siempre colocados con la calidad de un cuadro bien pre,meditado sin necesidad de espontaneidad y con una tendenca muy pirandeliana de agruparlos a todos.

La obra está dicha impecablemente. No todo el reparto tiene las mismas calidades, pero todos mantienen la escuela de la palabra, que resulta imprescindible para Pirandello. Su principal baza es la bilingüe Andrea Jonasson; alta, esbelta, bellísima, con una voz singular que utiliza en dos registros, el grave y el agudo, quizá para dar mayor sensación de esa doble personalidad. En el primer acto, brillante bailarina de cabaré de Berlín con vida equívoca, tiende a remedar a las grandes actrices de los años veinte, a dar más la sensación de que está interpretando un personaje -algo se dice de ello en el texto- que manteniendo una vida; a partir del segundo, la sinceridad aflora y sale adelante con unos extraordinarios monólogos y con ansiedad y duda que mantiene hasta el final.

Demasiado llamativa, demasiado excepcional: casi se pierde su entorno oscuro y los personajes que se convierten todos en secundarios cuando está en escena. Éste era el teatro de la época, el de gran personaje, y el que Pirandello se propuso hacer con esta obra.

La sensación de teatro bien lecho, de teatro de estuche y joya, se mantiene por encima del texto y la intención. Pero hay que reconocer que en esta misma sala del María Guerrero se han visto, en ese estilo, otras grandes creaciones de dirección y de escenografía. Lo que es reconocible siempre en Strehler es la elegancia, el buen gusto y el servicio al texto. Los aplausos fueron para él, pero sobre todo para la actriz que deslumbró.

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