Arte y técnica
La sensibilidad de los públicos de las plazas de toros es muy variopinta. Se manifiesta en múltiples facetas. La estimación, por ejemplo, del mayor o menor trapío de los toros difiere sensiblemente en las plazas del Norte a las del Sur. La identidad étnica aclara meridianamente esa diferencia. Una mayor estimación en muchos aspectos de la vida de la fuerza y el vigor justifican esa diversa exigencia. En este tema, sin duda alguna, hay una clara ordenación geográfica.Otra dicotomía que se presenta diáfana en este tema de los toros es la de técnica y arte. El buen aficionado deberá ser muy equilibrado para que en su orden de prioridades no anteponga uno de los factores.
Dos conceptos
La debilidad estriba en la propia separación de dos conceptos que en el toreo, tal y como se concibe desde Juan Belmonte a nuestros días, son inseparables. Dificilmente se puede torear con arte si se carece del bagaje técnico. Igualmente, rara vez puede tener estimación una faena técnicamente perfecta, sin atención a unos mínimos cánones estéticos. Parece que en la simbiosis de los dos factores se produce la figura histórica, aunque en ella aparezca como más relevante una u otra cualidad.
El paradigma de las dos tendencias lo podríamos situar en Pepe Luis Vázquez y Domingo Ortega. Cuando se ponderaba en exceso la gracia o el arte de Pepe Luis y se le clasificaba en la equivoca escuela sevillana, se le estaba haciendo un flaco favor. Porque Pepe Luis era mucho más que eso: un torero de cuerpo entero, sobre el que se asentaba una de las más claras cabezas que ha conocido la historia del toreo.
En Domingo Ortega parecía prevalecer el conocimiento de los terrenos, el dominar a todos los toros -aplicación de la técnica- de manera superlativa. Siendo eso verdad, en el toreo de Domingo Ortega había unos valores estéticos indiscutibles. Más cercano al gótico que al barroco.
En la corrida del domingo, las tertulias estaban divididas sobre la valoración de las faenas de dos toreros. José Luis Parada representaba el arte, en tanto que Manili encarnaba la técnica. Los dos, sin duda alguna, son poseedores de ambas cualidades, naturalmente en proporción diversa. José Luis Parada cuajó una buena faena a un toro con raza -el único de la tarde -Manili, sin embargo, hubo de enfrentarse a un manso peligroso, en donde sus recursos técnicos se pusieron más en evidencia que sus calidades artísticas.
Pese a los argumentos expuestos sobre la inconsistencia de clasificar a los toreros en artistas o técnicos, será dificil erradicar tal ordenación porque la vehemencia en los toros es consustancial con ella, y aquí la pasión sí que quita conocimiento.
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