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Reflexiones ante una crisis

Repasa el autor del artículo los acontecimientos económicos y políticos que han modificado sustancialmente el panorama nacional. De una fase armónica y positiva en el ámbito económico se pasa a unas reaciones crispadas entre el Gobierno y las centrales sindicales. Paralelamente, en Europa se observan indicios de notables alteraciones en el plano de lo político. Concluye abogando por la reanudación de un diálogo social que desemboque en una nueva concertación económica.

La sorprendente rapidez y capacidad de mutación en los aconteceres de las postrimerías del siglo XX es un factor determinante a la hora de reflexionar sobre ellos. España vivía hasta ahora momentos de euforia económica, basada en el aumento del nivel de vida y el consumo, fruto de la favorable situación internacional y el prudente bien hacer del Gobierno en términos estrictamente económicos. La revolución burguesa, asignatura pendiente de nuestra historia contemporánea, se va llevando a término, quemando etapas con gran celeridad, más de un siglo después que en Europa, salvo Cataluña, que la realizó mayormente en su día.

"Antigua villa y corte"

Madrid, "antigua villa y corte", crece desaforadamente a ritmo trepidante y es hoy la gran babel europea, puerto de multinacionales, lugar de cita de nuevos salamancas, de aventureros internacionales y de un sinfin de adoradores del becerro de oro. La antaño corte de los milagros es hogaño una de las capitales del tiburoneo, práctica corriente en río revuelto, como consecuencia de un crecimiento fácil e indiscriminado.El Gobierno realiza difíciles y complicados equilibrios intentando situar hombres de confianza en puestos clave, a fin de canalizar una economía sustentada en el laissez-faire, preconizada por el reaganismo y sus prepotentes muchachos, y así frenar la especulación sin perjudicar el crecimiento económico imprescindible para acceder en términos desigualdad y sin traumas a nuestra total integración en el Mercado Común.

Las perspectivas de hace unos meses para el PSOE no podían ser, a todas luces, más halagüeñas. Un Gobierno aceptado por el país; que goza del apoyo de la mayoría de la nación, hasta el extremo de casi no concebir ésta ser gobernada por otros; respetado en Europa; homologable por vez primera, después de tantos años, a cualquier otro Gobierno europeo; espejo y ejemplo para Latinoamérica; bien visto, gracias a. su buen sentido, por las dos grandes potencias; con prestigio internacional indiscutible, sin oposición real. La derecha, formada casi en su integridad por las diversas familias del régimen anterior, desintegrada en capillas que luchaban entre sí por defender su pequeña parcela de poder, falta de una cabeza rectora. El centro, carente de ideología y obnubilado por su jefe carismático, dirigiendo sus pasos por oportunismo hacia un neopopulismo peronista. Los partidos nacionalistas, unos por sus luchas internas, otros por exceso de pragmatismo, amén de por su propia idiosincrasia, no pueden ser una solución de recambio. La izquierda del Gobierno, también dividida, sin peso específico, dirigida por una figura, espectro de la Revolución de Octubre y nostálgica de un comunismo romántico de primeros de siglo, no tiene talla para dirigir una oposición de izquierdas, seria e histórica, de la era posindustrial.

Estabilidad

Al tiempo, la economía en Occidente venía atravesando un ciclo de expansión, y España, debido a su inferior grado de desarrollo, encuentra uno de los mayores índices de crecimiento económico de Europa. Y gracias a su hasta ahora estabilidad es también uno de los países escogidos por el capital para invertir.La estrategia económica del Gobierno, basada en una primera fase en la confianza de los empresarios y en el capital -tarea difícil de lograr para un Gobierno de izquierdas, y más en este país-, está ya dando sus frutos. La inflación parecía definitivamente controlada y el paro empieza seriamente a remitir. La continuidad de la política de concertación social, que tan buenos resultados ha producido a la economía, se creía asegurada, aunque por ahora la factura la hayan sufragado en gran parte los trabajadores. La huelga general pudo evitarse si el Gobierno hubiese realizado a tiempo y en su momento la segunda fase, que consistía en ir reconduciendo sin traumas la economía hacia una distribución más justa de la riqueza producida.

La falta de diálogo, las rencillas personales, la prepotencia y el menosprecio de unos, la impaciencia y cerrazón de los otros, hicieron posible una huelga que nadie esperaba. Cuando el Gobierno, alarmado, quiso sentarse a negociar con los sindicatos era ya demasiado tarde. Tras el éxito de la convocatoria, las ínfulas e intransigencias de los representantes de los trabajadores condenaban de antemano la negociación al fracaso, ante un Gobierno zarandeado, traurnatizado y herido, que tan sólo pretendía salvar la faz.

La huelga del 14 de diciembre ha dado un vuelco general a la situación política del país. Un Gobierno que veía su continuidad en el poder asegurada hasta el siguiente milenio ve ahora comprometida su posición de mayoría en las próximas elecciones.

La derecha, ante la cercanía del poder, olvida sus rencillas y apresuradamente se une en una coalición a la que se apuntan todos, bajo una dirección bicéfala que tendrá no ha mucho serios problemas.

El centrismo sui géneris del duque cree ingenuamente ser el fiel de la balanza de la nueva situación y pide con torpeza, con postulados demagógicos y tercermundistas, nuevas elecciones. Los nacionalistas se inquietan y pretenden vender su alma al mejor postor, mientras que a la izquierda del Gobierno se piden también elecciones inmediatas intentando apropiarse del éxito de la huelga general.

Asimismo, la situación económica en Occidente ha variado sensiblemente. La inflación brota con energía en la mayoría de los países industrializados, lo que conlleva una sustancial subida en los tipos de interés. El fantasma de la recesión puede estar a la vuelta de la esquina, con su consecuente lectura política.

En el Reino Unido, donde a la inflación se suman síntomas de debilidad de la libra esterlina, el panorama económico empieza a ser sombrío. Las encuestas dan, por vez primera en muchos años, el triunfo a los laboristas. El fenómeno del thatcherismo, ejemplo y modelo del que tanto se ufanaba nuestra derecha, parece tocar a su fin.

Italia, punto de mira y referencia constante de una izquierda lúcida y posibilista -no en vano posee el partido comunista más fuerte de Europa, que ha sabido adaptarse e incluso adelantarse e influir en el curso de la historia-, vive ahora momentos de confusión. De Mita, jefe del Gobierno, heredero de Moro, partidario de un entendimiento con la izquierda, quien había dirigido la política interna de la Democracia Cristiana con mano de hierro, ha dejado de ser secretario general. Bettino Craxi, líder del Partido Socialista Italiano (PSI), ha dado carpetazo, por motivos oscuros, al proyecto de la euroizquierda (alianza con vistas a un programa común entre el Partido Comunista Italiano y el PSI), que, amparado por la política (le distensión de Gorbachov y el bien hacer de Occhetto, secretario del PCI y discípulo de Berlinguer, bien podía haber sido la solución que Europa esperaba.

En las elecciones municipales francesas ha triunfado la abstención, con un ligero aumento de la izquierda, mientras que una coalición de socialdemócratas y verdes se ha hecho con la alcaldía de Francfort, la primera en importancia de Alemania Occidental.

En Estados Unidos, el pragmatismo de Bush, heredero débil y mediatizado del omnímodo Reagan, es una gran incógnita que habrá que dilucidar en un futuro que se prevé incierto.

Relaciones crispadas

La situación económica en España es, en estos momentos, preocupante. Una inflación y coste del dinero para mediatizarla superiores a la media europea, rota la concertación social y crispadas las relaciones entre Gobierno, sindicatos y patronal (tras el escándalo en el que se aunaban moros, aventureros, aristócratas del dinero y de la sangre, un ex ministro y una sin par Lolita a la española, causante de este desaguisado, en un batiburrillo más propio de un decimonónico y trasnochado vodevil que del mundo que nos ha tocado vivir), su trascendencia en la vida económica, su negativa incidencia psicológica en el hombre de la calle, tendría que hacer reaccionar al Gobierno de inmediato.Debiera producirse algo más que un ajuste fino, tanto en el Gobierno como en la dirección de UGT. Los primeros, modificando su política económica, a fin de que accedan ya las clases menos favorecidas de la sociedad, antes de que sea demasiado tarde, a la parte que les corresponde de los beneficios generados en el país; los segundos, ajustando sus peticiones sociales de modo que no comprometan el crecimiento mínimo necesario para la marcha de la economía. La vuelta a la política de concertación social tendría que ser el primer paso, seguido del inevitable abrazo de Vergara entre el Gobierno y los sindicatos, para así llevar a término un programa de comunes objetivos sociales imprescindibles para realizar una política de izquierdas y recuperar la confianza de la mayoría de los españoles.

Francisco de Sert es conde de Sert.

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